Una ciudad navideña para recuperar la infancia soñada

Graciela Lobariñas lleva dos décadas recreando en el garaje de su casa un pueblo en miniatura por Navidad y este año lo ha dedicado a Vigo

Carolina Sertal

Carolina Sertal

Cada año, cuando se acercaba el mes de diciembre, soñaba con un árbol de Navidad adornando la casa en la que vivía con sus padres y sus hermanos en Uruguay. Pero la pobreza en su hogar no entendía de épocas extraordinarias, solo de necesidades básicas, y pasaban las fiestas, llegaba un año nuevo y aquel árbol nunca se materializaba. Aquella carencia en su infancia le marcó especialmente, porque reconoce que le encantaba la Navidad y no poder vivirla como el resto dejaba en ella un vacío que, desde hace 20 años, ha intentado rellenar con su afición al coleccionismo de miniaturas navideñas y con una gran generosidad hacia los demás, porque tal y como asegura, “yo nunca tuve y ahora quiero que todos tengan”.

Graciela Lobariñas dice entre risas que en la actualidad es “la abuela de la Navidad” en Candeán, y es que cada año instala una ciudad en miniatura que ya alcanza los cuatro metros de longitud y en la que no faltan la nieve, las luminarias y los adornos de la época. Todo empezó hace algo más de dos décadas, cuando compró un par de piezas que le enviaron desde Estados Unidos. Aquel sería el inicio de una colección que fue ampliando a medida que pasaba el tiempo hasta acumular unas 40 casas, carruseles o iglesias, entre otros, además de un armario de pared a pared repleto de cajas para almacenar las incontables figuritas que integran su actual poblado navideño.

El año pasado quise dedicársela a Valença e instalé una fortaleza con comercios en su interior

Esta viguesa cuenta que, además, su montaje cuenta con la particularidad de que cada año representa a una ciudad o localidad real e introduce elementos representativos de la misma. Así, Graciela Lobariñas indica que “el año pasado quise dedicársela a Valença e instalé una fortaleza con comercios en su interior, pero este año quise inspirarme en Vigo y he intentado meter monumentos representativos, aunque las figuras las tuve que comprar en Holanda”.

Rodeados de tiovivos, una estación de esquí, catedrales y casitas europeas, el poblado navideño de Graciela Lobariñas cuenta en esta ocasión con un tranvía que sale de O Berbés, un hórreo, un crucero, unas torres de alta tensión que simulan a las de Candeán, un alcalde (“que no es Caballero, pero lo representa”) tocando las campañas en el Ayuntamiento, el conjunto artístico de Las Anclas de O Castro y un puerto pesquero lleno de embarcaciones. E incluso, si uno fija la vista, podrá descubrir el emblemático Quiosco de las Almas Perdidas, antigua taberna viguesa que durante el siglo pasado acogió a artistas y bohemios que no dormían por la noche y a trabajadores madrugadores, y que Graciela recuerda que ya estaba en el año 75, cuando ella llegó a la ciudad olívica cuando sus padres decidieron retornar a su tierra natal.

A partir de las seis de la tarde, cuando cae el sol, es cuando más bonito está

“Me gustaría poder encontrar en Vigo un lugar en el que poder ampliar el poblado, porque en el garaje de casa ya está muy achicado, y que toda la gente que quisiera pudiera venir a verlo”, comenta Graciela, y es que, además de echarle imaginación en el montaje, permite que las personas interesadas visiten la instalación, “a partir de las seis de la tarde, cuando cae el sol, que es cuando está más bonito porque enciendo la fachada y las luces de las escaleras”, explica.

Graciela apunta que su pasión por la Navidad la llevó este año a organizar un viaje con la familia a Holanda para ver un vivero con pueblos navideños de mayor tamaño “solo para verlo, porque me encanta”. Además, Graciela siempre prepara dulces y galletas para los más pequeños, algo que también hace en Halloween, con el objetivo de dar todo aquello de lo que ella no pudo disfrutar en su infancia.

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