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Candelas Varela Enfermera viguesa en Congo, se recupera de malaria

“Me vi muerta. Les dije a los médicos: o me intubáis o me muero”

“El oxígeno no funcionaba bien, llevaba seis horas intentando respirar y nadie daba una solución. Me decían: ‘tranquila’, y yo: ‘¿cómo que tranquila?, ¡me ahogo!’”

Candelas Varela, hospitalizada en Madrid, junto a su madre, Maite Vázquez. Cedida

La enfermera viguesa Candelas Varela habla por teléfono con FARO mientras se recupera en la Clínica Universidad de Navarra, en Madrid, de una gravísima malaria. Su voz acusa los días de intubación, pero asegura que no le cuesta hablar. Eso sí, le quedan varios meses de recuperación. Pese a la angustia que sufrió ya ha emprendido otra misión: recaudar fondos para una unidad de diálisis en el hospital de Monkole, en Kinshasa, donde trabaja desde hace 25 años.

–Había mejorado tras contraer la malaria en Camerún y habló con su familia desde el Congo, pero después recayó. ¿Cómo ocurrió todo?

–Al volver de Camerún fui a trabajar al hospital de Monkole, porque estaba perfectamente. Pero de repente, al día siguiente, me empecé a encontrar mal y fui al hospital. Estaba abarrotado, incluso estaba de visita el ministro de Salud, y bajé al laboratorio para que me hicieran los análisis. Tenían test rápidos de malaria y de COVID. El del COVID dio positivo, y el de la malaria, negativo. Según me contó un profesor francés, eminencia en medicina tropical, fue porque había tantos antígenos, tantos plasmodium, que dio negativo. Tenía ya una malaria de las más fuertes, pero me fui a casa pensando que solo tenía COVID.

–¿Qué ocurrió después?

–Estuve cinco días en casa, aislada, y vomitaba, pero no estaba mal. Pero después no podía más y me llevaron al hospital. Se dieron cuenta de que era una malaria bestial. Tenía edema pulmonar y me empezó a fallar el riñón. Empecé a decir tonterías. No orinaba bien y tenía una anemia muy fuerte. Me llevaron a diálisis y empezó a complicarse todo. Como no hay diálisis en Monkole me llevaron a otro hospital, lo que costó mucho.

–Junto al COVID se barajó tifus y salmonella, además de malaria, que ya había padecido antes. ¿Por qué esta vez fue tan grave?

–Todo el mundo se dio cuenta de la malaria, aunque el test rápido dio negativo. Ya en la prueba de laboratorio, con microscopio, vieron que tenía 126.000 parásitos. Más no se puede tener. Lo de la salmonella fue que estaba tomando mucho ibuprofeno y empecé a sangrar. No hubo tifus ni salmonella. Lo que creo que sí hubo fue una colecistitis, una inflamación de la vesícula biliar. Eso y el edema pulmonar fueron complicaciones de la malaria. La había tenido más veces, pero la había cogido a tiempo. Empecé por mi cuenta a tomar el tratamiento de malaria, pero no lo toleraba y vomitaba. Estuve cinco días sola en casa y ahí se complicó todo.

–¿Fue consciente en algún momento de que su vida peligraba?

–Cuando dije que me llevaran al hospital porque me encontraba fatal no pensé que mi vida peligraba, para nada. Pensaba que me iban a tratar de una malaria y que ya estaría. Cuando peligró mi vida fue cuando no podía respirar. El oxígeno en Monkole no funcionaba bien, llevaba seis horas intentando respirar y nadie daba una solución. Me decían: “tranquila”, y yo: “¿cómo que tranquila?, ¡me ahogo!”. Pensé: “yo me muero y ya está, prefiero morir a seguir luchando”. Los músculos abdominales no podían más. No podía casi hablar, pero saqué fuerza y le dije al médico reanimador: “o me intubas o adiós”.

–Tuvo que ser angustioso.

–Tenía mucho miedo. Al final me intubó y estuve así día y medio o dos en el Congo mientras llegaban los del avión. Todo el mundo se movió para buscar dinero para el traslado. Tenía edema pulmonar, agua a nivel de los pulmones, y no conseguían sacarla. Cada vez respiraba peor.

–¿Fue fundamental la intervención de la doctora María Dolores Mazuecos, del Hospital Monkole?

–Llevábamos bastante tiempo, desde la diálisis, queriendo salir de Kinshasa, porque veíamos que se iba complicando cada vez más, pero como necesitaba oxígeno era complicado. Y estaban todos los aviones llenos. ¡Del 15 de agosto al 10 de septiembre no había una sola plaza de avión para salir de Kinshasa! Eso complicó las cosas. María Dolores comenzó a plantear lo del avión medicalizado porque era la persona de mi casa, como mi madre. Pero quienes lo coordinaron fueron tres médicos, un congoleño que trabaja en Pamplona y también en Francia; el director de anestesia de la Clínica Universidad de Navarra y un doctor congoleño que tiene más experiencia en lo de los aviones.

–¿Qué órganos tiene dañados?

–El corazón. Me han dicho que he tenido un traumatismo de estrés muy fuerte y una insuficiencia cardíaca del ventrículo izquierdo. Creen que se recuperará poco a poco. Tengo que estar cuatro meses de reposo. No sé casi ni escribir, ni subir escaleras, ni andar... He perdido 12 kilos, mucha masa muscular y coordinación.

–¿Hay posibilidad de recurrencia de la malaria?

–Queda latente. Siempre la tendré, como la tenía antes. Y si me pica otro mosquito infectado, volverá. Cuando me vieron en Madrid no me encontraron parásitos, pero enviaron la muestra a otro laboratorio, no sé si al Carlos III, y sí había. Me dieron otro fármaco contra la malaria, el Malarone. Cuando regrese al Congo tengo que estar atenta para evitar la malaria.

–¿Qué se le pasó por la cabeza cuando despertó en Madrid?

–Me vi muerta. Les había dicho: “o me intubáis o me muero”. Me aseguraron que estaban intentando gestionar un avión medicalizado a Madrid, pero no sabían lo que iba a tardar. Así que me intubaron y yo pensé: “adiós, Señor; voy al cielo, al infierno o a donde sea”. Creía que me moría. Cuando me desperté en Madrid estaba muy confusa. Tienes mucha medicación, no sabes dónde estás... Pero me dije: “¡estoy en Madrid!”. Me di cuenta al ver los aparatos y también me lo dijeron: “Candelas, estás en Madrid”. Al oírlo me emocioné, como ahora, que me pongo a llorar [se le quiebra la voz].

–Tuvo que ser terrible.

–Sí, es muy fuerte. Y luego piensas: ¿vale la pena haber gastado 100.000 dólares en esto, con lo que está sufriendo la gente en el Congo? Y te dicen que claro que sí, que lo que estoy haciendo allí vale mucho más que eso, y ahora voy a poder seguir ayudando. Sabes que están invirtiendo en ti mucho dinero y agradeces todo lo que la gente ha rezado, todo el cariño. De repente todo lo que has hecho en 25 años te lo reconocen. Todo el mundo en el Congo escribiéndome, llamándome, queriendo venir a verme... Tanta gente queriendo ayudar te llega al alma, te toca el corazón. Y cuando llegas aquí y ves lo mismo de tus hermanos y de tantas personas, te conmueve [se vuelve a emocionar].

“Aprendes un montón de todo. Soy enfermera, pero también casi contable, financiera, comunicadora... Vale la pena”

–¿Qué era Monkole cuando llegó, hace 25 años, y qué es ahora?

–La escuela de enfermería lleva 25 años, así que cuando llegué no había nada. Ahora estamos haciendo el grado y el máster de enfermería, la formación de matrona, de auxiliares; formación en línea para todos los enfermeros del Congo... La escuela ha crecido mucho.

–¿Y el hospital?

–Era un centro de salud con tres consultas de médicos y ahora es un hospital de cien camas con una reanimación muy buena. Hay buen nivel, pero queda muchísimo que hacer, como la diálisis. Se invirtió mucho dinero en la construcción. Se pretendía que fuera social, para la gente con menos recursos, en un barrio muy pobre que ahora ya no es tan pobre. Se construyó algo muy sólido, para que durara mucho, pero se perdió dinero para invertir en aparatos, que es lo que nos hace falta ahora. Que un hospital como Monkole no tenga diálisis no se entiende.

–Esa carencia la pudo comprobar con su propia enfermedad.

–Claro. Y hace poco ayudé a una chica a hacerse un trasplante renal en el Barnaclínic de Barcelona. Me moví para que se hiciera gratis. Cuando el nefrólogo de Monkole vio lo que había hecho por esa chica, y que ahora necesitaba yo la diálisis, me dijo que eso no podía ser, que había que poner una unidad de diálisis en Monkole ya.

–¿Alguna vez en estos 25 años pensó en tirar la toalla y cambiar de destino?

–Hubo un par de momentos. Los colegios todavía tienen una formación muy teórica, los niños aprenden repitiéndolo todo. A veces ni hay libros. Hay que ir cambiando eso poco a poco, pero llega un momento que cansa, porque ves que no te hacen caso y quieres irte a tu casa. Pero la gente te anima. También aprendes un montón de todo. Soy enfermera, pero también casi contable, financiera, comunicadora... hablo tres idiomas. Vale la pena.

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