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Así se convirtió España en una potencia turística

El catedrático Rafael Vallejo aborda en un estudio inédito el proceso por el que nuestro país, entre 1928 y 1962, se disparó como destino para los visitantes extranjeros y confirmó su liderazgo internacional

La playa de Samil, a principios de este mes. JOSE LORES

España arrancó la década de los 60 convertida en uno de los países líderes en el mercado turístico internacional, un logro que hunde sus raíces a finales del siglo XIX pero que se aceleró en un corto periodo de tiempo, entre los años 1928 y 1962. El catedrático de Historia Económica de la Universidad de Vigo Rafael Vallejo aborda en su último libro todo este proceso de forma muy detallada e incluyendo por primera vez aspectos apenas estudiados hasta ahora como el papel de las juntas provinciales de turismo, el desarrollo de las agencias de viaje y la industria hotelera, y la eclosión de los campings, bungalós, urbanizaciones y apartamentos.

La obra, que acaba de editar Sílex, está prologada por Carles Manera, catedrático de la Universidad de Baleares y consejero del Banco de España, quien subraya la carencia de estudios sobre el turismo desde la perspectiva de la historia económica y califica el trabajo de Vallejo de “minucioso, enorme, decisivo y necesario”, además de “un faro” para investigaciones futuras.

Porta del libro con una foto de Francisco Ontañón de Torremolinos en 1964.

Porta del libro con una foto de Francisco Ontañón de Torremolinos en 1964. Colección del Centro de Documentación Turística de España. Instituto de Turismo de España (Turespaña)

El libro arranca en el año de creación del Patronato Nacional de Turismo, la primera institución estatal: “Existe un sistema turístico en funcionamiento cuando, además de los agentes privados, que son los fundamentales, existe una organización oficial. Ahí empieza en sentido estricto la política turística en España, aunque el sistema ya se empezó a conformar en el primer tercio del siglo XX e incluso antes. No se crea de un día para otro, hay un largo recorrido”.

Vallejo ha estimado que en los años 30 el turismo extranjero todavía representaba en torno a un 10% para el conjunto del país. Por entonces, ya operan empresas de transporte y alojamiento en España y tiene lugar la eclosión de los cruceros, que en Vigo, por ejemplo, origina la creación de agencias especializadas para canalizar las excursiones de los pasajeros.

En ese contexto, nacen las juntas provinciales de turismo, cuyos secretarios son elegidos desde el Patronato Nacional. En el caso de Pontevedra, su primer responsable, hasta el golpe del 36, fue Filgueira Valverde, por lo que su influencia no solo se dejó notar en la gestión turística, sino también en la cultural.

El catedrático de la Universidad de Vigo Rafael Vallejo. Rafa Vázquez

“El papel de las juntas y su evolución global es uno de los aspectos novedosos del libro, porque nunca había sido estudiado. Contaban con una financiación pobre tanto del Estado como de las administraciones locales y diputaciones. Y también recibían contribuciones de algunas empresas. En el caso de Pontevedra, de los balnearios más importantes. Incluyo muchas referencias a esta junta durante el periodo 1928-36, para el que me fue muy útil el archivo personal de Filgueira que se conserva en el Museo de Pontevedra”, explica.

A igual que el Patronato crea las imágenes turísticas nacionales, las juntas desarrollan las provinciales. Editan folletos y las oficinas de turismo, como ocurrió con la pontevedresa, cuentan con una oferta cultural asociada. “El famoso mirador de Samieira lo creó la junta en el 29-30 y también financió, junto con el Patronato, las fotografías de varias localidades de Otto Wunderlich. Otro ejemplo son los carteles de Pontevedra, Baiona o Combarro para la Exposición Iberoamericana de Sevilla (29-30). Y también ayudaba a los operadores turísticos de la época como la agencia internacional Cook o proporcionaba información sobre el alojamiento formal o las casas particulares de alquiler”, comenta sobre sus funciones.

Cartel de la Costa Brava (1950) Turespaña

En los años 30, España está entre los 11 primeros países turísticos mundiales: “No es un líder, pero va subiendo posiciones. Se puede considerar un país emergente, pero la Guerra Civil rompe esta tendencia. Y después tenemos una larga posguerra que coincide con la II Guerra Mundial, que paraliza el movimiento turístico a nivel internacional”.

“España, como otros países, aspira a que lleguen importante contingentes de turistas extranjeros, porque aportan divisas para comprar en el exterior. La España de Franco es un país empobrecido y aislado, al menos hasta el 48, pero no es cierto que sea antiturístico. Hubo voluntad de recuperar el movimiento turístico y e incluso durante la contienda se crearon unas rutas nacionales de guerra que servían de propaganda y para obtener divisas”, apunta.

La dictadura franquista, añade Vallejo, “valida la maquinaria y la administración turística” que ya existía. “A igual que el resto de países europeos que, tras la II Guerra Mundial, apuestan por el turismo como parte de la recuperación económica, aquí hay un trabajo continuado para reenganchar a España al turismo internacional. Y se logra a partir de los años 47-48 y más claramente desde el 50. A partir de ahí se comporta de manera explosiva”, señala.

Cartel de San Sebastián (1960) Turespaña

El primer boom turístico ya tiene lugar a principios de esa década. Las clases trabajadoras comienzan a disrutar de vacaciones pagadas y España, además de ser un país próximo, resulta barato. “Tiene un éxito extraordinario en número de turistas e ingresos y las divisas extranjeras fueron fundamentales para sanear parte de la economía”, destaca el catedrático.

El segundo boom llega desde el 59 al 62 y coincide con un cambio muy importante en el modelo español. El turismo extranjero, que a principios de la década suponía alrededor de un 30%, pasa a ser el de mayor volumen –un 53% en el 62– y nuestro país comienza a convertirse en un líder, con tasas de crecimiento superiores a Francia o Italia.

Parece que Fraga se inventó el turismo y la política turística, pero no es así. Hereda una situación con unos contingentes extranjeros que tienen una tasa anual de crecimiento en torno al 20-30%. Y esto supone un problema de alojamiento”, plantea.

La llegada de turistas desborda la capacidad de alojamiento

El primer boom ya presionó la capacidad de acogida española, cuyos equipamientos poco pudieron mejorarse en los años 40, y por eso se elaboró en el 53 el Primer Plan Nacional de Turismo, que Vallejo analiza en su libro con una minuciosidad inédita.

La hostelería tradicional crece y mejora de forma notable en regiones y provincias altamente turísticas como Baleares, Girona o Málaga, superando incluso a la francesa en precio y modernidad. También hay una pequeña red de paradores y albergues de carretera que no llega al 1%. Y a partir del 59 surgen los campings, sobre todo, en Cataluña, y la asociación entre turismo y construcción inmobiliaria, que ya era “anterior” a la época de Fraga, se abre ahora al capital extranjero.

“La extrahotelería crece a tasas superiores que la tradicional”, apunta Vallejo, que incluye en su estudio mapas de geografía turística elaborados a partir de los escasos y deficientes datos de plazas y pernoctaciones que existen de las décadas de los 50 y 60.

“El problema del crecimiento desordenado ya se produce en esa época, porque en dos años se duplica el número de turistas y hay que duplicar servicios, cada vez más refinados y complejos. La industria turística se va musculando y los agentes son cada vez más amplios”, añade.

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