Una de las comparecencias clave de la segunda sesión del juicio contra el vecino de Soutomaior acusado de matar a tiros a su hermana y a su sobrina en agosto de 2020 en su chabola fue la de los forenses. Los facultativos de la sede viguesa del Imelga fueron los que realizaron las autopsias a los cadáveres de las víctimas y quienes examinaron la salud mental del presunto asesino, Miguel Gil Rodríguez, por lo que su relato era de enorme interés para el jurado popular. Y lo que refirieron estos expertos es que los disparos que recibieron madre e hija fueron “letales”. “Las heridas eran mortales de necesidad. Era imposible que sobrevivieran. Ni siquiera con asistencia médica”, resumieron. Sobre el procesado, descartaron cualquier tipo de trastorno mental. Era consciente de lo que hacía. Y subrayaron su “frialdad” y que en ningún momento, “jamás”, mostró arrepentimiento. Al contrario: “Justificaba su acción”.
Con un contexto de malas relaciones familiares de fondo, Miguel mató a su hermana Genoveva, de 62 años, y a su sobrina Noelia, de 26, cuando éstas fueron a su galpón de Monte Coello, al lado del monte, a coger unas escaleras. Al filo de las tres de la tarde del 21 de agosto de 2020. Fiscalía y acusaciones particulares alegan que no hubo provocación previa por parte de las víctimas. La defensa rebate que las mujeres iban amenazantes con un sacho y un machete. A la espera de lo que determine el jurado sobre esta cuestión nuclear que marcará el rumbo de la sentencia, en lo que coinciden todas las partes es en que el acusado fue el autor de los disparos. Él mismo lo admitió.
Una de las forenses que compareció explicó que cada una de las víctimas recibió un disparo que tuvo, en ambas, “una trayectoria fatal”. “A una [a Genoveva] le atravesó el corazón y a la otra [a Noelia] le atravesó las arterias pulmonar y aórtica causándole una hemorragia masiva”, describió. ¿El acusado buscaba apuntar a órganos vitales? “Yo no se si sabía a dónde disparaba, pero está claro que no apuntó a las piernas”, reflexionó. La realidad es que los tiros fueron “letales”. Sobre cómo sucedieron los hechos los facultativos del Imelga creen, “pero solo es una hipótesis”, que el hombre disparó primero a su sobrina, ya que el impacto fue frontal, y que después atacó a su hermana. La lesión de ésta era lateral, algo que podría deberse a que intentó huir tras ver a su hermano abrir fuego.
¿Y movió Miguel los cadáveres tras el crimen como sostienen las acusaciones? No está claro. Aunque un policía local describió que los cuerpos parecían “colocados”, los forenses no son tajantes. Genoveva “parece” que cayó en el lugar donde fue hallada boca abajo. Más “dudas” plantea el caso de Noelia, quien, junto al disparo, presentaba tres lesiones en mejilla y zona infraclavicular compatibles con quemaduras del cañón de la pistola. También les “llamó la atención” que tenía un machete entre sus brazos, “algo ilógico”. Ese apero, sostienen, “sí pudo ser colocado”. Bajo la cabeza de la otra víctima había una azada.
Los dos vecinos a los que confesó lo asesinatos: “Nos sorprendió que tuviese un arma, no era violento”
Aquel día de agosto, antes de que llegasen policías locales, guardias civiles, sanitarios y comisión judicial, Miguel Gil confesó lo ocurrido a dos vecinos con los que tenía muy buena relación y que le ayudaban dándole ropa o comida. Uno de ellos se presentó casualmente esa tarde en su casa para darle un teléfono móvil. Justo al llegar escuchó “tres golpes secos” y, según declaró en el juicio, ya vio salir al acusado con la pistola “en alto”. “Las maté, a tomar por culo”, le espetó. “¿Pero Miguel, qué acabas de hacer?”, contó este hombre que le preguntó. “Me querían matar”, se justificó el procesado. “¿Llamamos a una ambulancia?”, le insistió el testigo. “No, están muertas, no hay nada que hacer. Llama a la Guardia Civil”, le pidió el presunto asesino.
El testigo relató que Miguel era “como un hijo pequeño” para él y expresó su sorpresa por el hecho de que tuviese un arma: “No lo sabía, no tenía ni para comer, cuanto más para comprar una pistola”. También declaró otra vecina que se llevaba bien con el presunto asesino y a la que él asimismo confesó los crímenes aquella tarde. “Se presentó en mi casa y me dijo que acababa de matar a su hermana y a su sobrina, que se había defendido”, rememoró.
Esta mujer contó que el acusado tenía mala relación con las víctimas, que querían, dijo, “echarlo” de la chabola, sobre la que pesaba una orden de derribo. “Ellas me decían que no me fiara de él”, refirió. Pero la testigo dijo que le tenía “afecto” al acusado. Lo ayudaba y, describió, no era “violento”. “Él a veces jugaba con mis niños, si sospechase que fuese violento no lo dejaría con ellos”, afirmó afectada. El acusado lloró en el juicio durante este testimonio.
No hay trastorno mental
Junto a las autopsias, los forenses se entrevistaron con el acusado. Y aunque presenta rasgos de personalidad paranoides o antisociales, “no llegan a constituir enfermedad mental”. Sabía lo que hacía cuando disparó y las consecuencias. El testimonio de los forenses echó por tierra algunas de las principales estrategias de la defensa. La abogada alegó que Miguel disparó movido por un “miedo insuperable”. Pero los facultativos lo descartan: “No refirió miedo ni expresó arrepentimiento”. Al contrario, mostró “frialdad” e hizo un relato “detallado”, justificando “su acción”.
La defensa también habla de legítima defensa, pero estos expertos dicen que, según lo que Miguel les contó, cogió la pistola cuando las víctimas ya se estaban marchando –después, según el acusado, habrían vuelto–. “Tuvo un momento de reflexión en el que decidió coger el arma; en ese momento no estaba siendo atacado ni corría peligro su vida”. El procesado se escudó en que las mujeres fueron a por él con el machete y el sacho, pero otro forense dijo que las erosiones que tenía el acusado en una mano y en un pie eran superficiales, rasguños que no son compatibles con esos instrumentos cortantes.
La “frialdad” de la que hablaron los forenses también fue descrita por agentes que fueron a la chabola el día del doble crimen. Un guardia civil se confesó impactado: “No me pareció normal, estaba como quien mata a una mosca”.
La pistola fue hallada en un depósito en el monte
Si el lunes pudieron ver el sacho y el machete que, según la versión del acusado, llevaban las víctimas cuando llegaron a su casa, este martes los jurados tuvieron ante sí otra importante pieza de convicción: la pistola semiautomática de marca Browning que Miguel Gil tenía en su casa y que utilizó en el doble crimen. Tras matar a su hermana y a su sobrina la escondió en un depósito de cemento ubicado a casi 40 metros de su vivienda, en un lugar con mucha vegetación.
Al principio no quiso decir dónde estaba. “El arma se la han llevado”, le contestó a un policía local. Pero después, cuando una cuadrilla municipal se disponía a desbrozar toda esa zona, habría confesado su paradero. Cuando levantaron la tapa del depósito, contó un guardia civil, encontraron un bolso negro con la pistola. Había también un cargador vacío, otro con cuatro cartuchos y 22 más “sueltos”.