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Surfear a ciegas escuchando el mar

Pablo Cabezas y Santi de Lima son dos jóvenes vigueses con escasa visión que todos los fines de semana acuden al Quenlla Surf Club para entrenar con Luis Pena, sus ojos en el agua

Pablo Cabezas y Santi de Lima, surfistas con visibilidad reducida, en la playa de Patos.

Pablo Cabezas y Santi de Lima, surfistas con visibilidad reducida, en la playa de Patos. José Lores

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Pablo Cabezas y Santi de Lima, surfistas con visibilidad reducida, en la playa de Patos. Carolina Sertal

Ya en el colegio y en el instituto tenía dificultades para ver el encerado, pero dice que siempre logró adaptarse y que se acostumbró a tener que enfrentarse a determinadas barreras. Para él, el golpe psicológico más duro llegó a los 18 años, cuando quiso sacar el carné de conducir y se topó con que solo con un 20% de visión no era posible. Hoy, lo recuerda entre risas, pero confiesa que ahí entendió que no iba a poder hacer el resto de su vida tal y como la había proyectado en su mente, que le costó un poco asimilarlo, pero que al final comprendió que su vida sí podía ser “normal, con matices, claro”. Y pasó página.

Es en medio del mar donde Santi de Lima consigue estar a su “rollo”, donde no existen los problemas y logra olvidarse de la tierra, hasta que escucha la voz de Luis, sus ojos en el agua, gritando que tiene la ola a escasos metros. Entonces, es momento de remar con fuerza, subirse a la tabla para remontar la ola y, ahora sí, dejarse llevar y disfrutar.

Pablo y Santi, a punto de surfear JOSE LORES

Para mí son dos horas en las que vivo sin discapacidad; disfruto y nada más

Santi de Lima - Vigués con un 20% de visión

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Este joven vigués de 33 años lleva casi un año acudiendo todos los fines de semana a la playa de Patos, en Nigrán, a practicar surf, y es que tal y como comenta, “para mí son dos horas en las que vivo sin discapacidad; disfruto y nada más, superándome a mí mismo”. Fue su amigo y compañero de trabajo Pablo Cabezas quien lo animó a probar la sensación de estar en un medio tan cambiante como el mar, en el que un día las olas son perfectas y al siguiente hostiles.

Pablo tiene 28 años y una enfermedad congénita que provoca que a medida que pasan los años pierda visión. Es una patología hereditaria, porque su madre es ciega, y cuenta que ya vio mejor de lo que ve ahora y que hoy ve mejor de lo que verá mañana. Este joven vigués explica que “siempre me ha gustado el deporte, cuando veía mejor, de pequeño, jugaba al fútbol, montaba en bici e incluso patinaba en skate”. 

Es por esto que cuando visitó por primera vez la escuela de surf que dirige Luis Pena y este le contó que daban clases a algunos chicos con discapacidad, que estaba interesados también en empezar a entrenar a personas con baja visión, que por qué no se animaba, no se lo pensó demasiado: “Siempre me ha gustado mucho el agua, nadé mucho de pequeño, además, el mar me encanta y en alguna ocasión me había planteado practicar algún deporte de agua, así que le dije que sí y no me arrepiento, es una maravilla”, asegura el joven vigués.

Pablo 'volando' ya las olas JOSE LORES

El primer día no cogí ninguna ola, pero logré ponerme de pie con rapidez sobre la tabla

Pablo Cabezas - Vigués con muy baja visión

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El primer día, lo esperaban Luis Pena y Román, de la Federación Gallega de Surf, en la playa. Luis se metió con él en el agua, mientras que Román se encargaba de recepcionarlo a su llegada a la orilla. Pablo tiene un bonito recuerdo de aquel día y señala que “no cogí ninguna ola, pero logré ponerme con rapidez sobre la tabla. Luis es la persona que nos va indicando cuándo vienen las olas, porque yo no las veo venir, y él es quien nos dice cuándo tenemos que empezar a remar, la distancia a las que están las olas o cuantas vienen. Una vez que nos subimos a la tabla, estamos solos. Poco a poco, vamos intuyendo el medio y también controlando el instinto de cuándo subirte a la tabla o hacia que lado desplazarnos, es algo que se va adquiriendo con la práctica”.

Pablo define el surf como un deporte muy completo, “es salud”, pero anímicamente también supone para él superarse a sí mismo. En este sentido, Cabezas apunta que “al principio, por mucho que me gustara el agua, no sabía si iba a ser capaz de surfear sin ver. Es un deporte difícil ya de por sí, cuanto más sin tener visión, pero ahora para mí es muy gratificante comprobar que con la ayuda adecuada sí es posible y es algo ilusionante, porque incluso llegamos a competir”.

Al igual que su compañero de trabajo, Santi de Lima intenta tener el deporte presente en su vida y la primera vez que pudo competir surfeando fue para él algo “motivador e inspirador”, porque según explica, “pudimos poner en práctica todo aquello para lo que habíamos entrenado, teníamos un objetivo y fue toda una experiencia”.

Con apoyo, pero autónomos

En el agua, Luis Pena, no solo es el entrenador de Pablo y Santi. Se convierte en sus ojos y actúa como pilar de apoyo para que sepan cómo se está comportando el mar. A la hora de responder a la pregunta de cómo entrena con ellos, Pena dice que “lo hacemos como si estuvieran en una competición, en donde no podemos ayudarlos físicamente, solo dando indicaciones. Soy su guía en el agua, pero sobre la tabla tienen que ser 100% autónomos. Ellos sienten cómo la ola se pone vertical y cómo la pared los inclina, pero yo soy el que ve cómo se va formando”. 

Luis Pena lleva 30 años surfeando a nivel particular y reconoce el mérito que tienen estos dos vigueses, ya que afirma que “tengo intentado ponerme en su piel, surfear sin ver, pero siempre acabo haciendo trampas. Es increíble cómo se deslizan sobre las olas sin visión, para mí es muy gratificante ver cómo disfrutan gracias a mi apoyo”.

Soy su guía en el agua, pero sobre la tabla tienen que ser autónomos

Luis Pena - Entrenador del Quenlla Surf Club

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A nivel social, estos dos jóvenes cuentan con otros pilares. Durante seis años, Santi trabajó en la calle de Príncipe vendiendo cupones de la Once y hoy lo hace en el quiosco que está situado en Praza América. Se siente afortunado porque tiene trabajo y hace referencia a que la entidad es fundamental: “Yo soy consciente de que hay mucha gente sin discapacidad que no encuentra trabajo, pero nosotros tenemos este apoyo y sin él no sé dónde estaríamos, la verdad”.

Pablo Cabezas señala que no encuentra grandes barreras en su día a día, tal y como afirma, “yo no pienso constantemente en que no veo, solo hasta que se suceden pequeñas circunstancias que requieren un sobreesfuerzo o ayuda externa y entonces sí, pero es una realidad que se me llega a olvidar. Con baja visión podemos tener alguna dificultad en el transporte público o al cruzar un paso de peatones que no tiene la adaptación sonora, pero ya está”.

En este sentido, Pablo indica que la sociedad sí ha evolucionado, pero también deja muy claro lo que tiene que cambiar y es la conducta paternalista y compasiva hacia personas como él o su compañero Santi. Así, este joven vigués asegura que “yo no llevo nada bien que me traten de pobriño. Cuando lo hacen, con educación, siempre respondo que no tienen que sentir pena por mí porque llevo una vida magnífica y hago de todo, no solo voy de casa al quiosco y del quiosco a casa. Esto es algo que tiene que cambiar, la sociedad tiene que entender que la gente con discapacidad podemos ser y somos independientes”.

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