Más de 8.500 títulos universitarios, a la espera de sus propietarios

Los archivos de la UVigo custodian diplomas de antigos alumnos que acabaron sus estudios hace más de 20 años

Graduación de estudiantes de Económicas.

Graduación de estudiantes de Económicas. / MARTA G. BREA

Sandra Penelas

Sandra Penelas

Los archivos de la UVigo custodian un total de 8.549 títulos, emitidos desde los años 90 hasta la actualidad, a la espera de que sus propietarios vuelvan al lugar donde se formaron para recogerlos. Los documentos pendientes de entrega suponen el 8,3% de todos los solicitados en la institución desde sus orígenes hasta el curso pasado.

Se trata de personas que, tras finalizar sus estudios y abonar las tasas obligatorias –123,10 euros para los títulos de grado y máster oficiales a día de hoy–, nunca acudieron a buscar sus certificados. La cifra incluye también a los demandantes del suplemento europeo al título (SET).

La expedición de los diplomas por parte del ministerio puede demorarse durante muchos meses.Y después deben ser retirados personalmente por sus titulares en las unidades administrativas de los centros y tras acreditar debidamente su identidad.

En caso de que no puedan acudir personalmente tras recibir el aviso, podrán autorizar a otra persona pero “siempre mediante poder notarial”, tal y como figura en la normativa de la UVigo. Otra posibilidad para quienes residen en una ciudad distinta es la de solicitar, mediante una instancia dirigida al rector, que el título le sea enviado a la delegación o subdelegación del Gobierno, embajada u oficina consular más cercana a su lugar de residencia.

Pero bien sea por olvido, desconocimiento o disuadidos por la impenitente maquinaria burocrática, hay quienes todavía no tienen entre sus manos el título que tantas horas de estudio les costó.

La mayoría de los diplomas almacenados en la UVigo pertenecen a titulados que acabaron sus estudios a lo largo de los últimos diez años, pero también hay documentos de los primeros cursos tras su creación en 1990.

Ciencias Sociales y de la Comunicación e Industriales, los centros que más acumulan

Los centros que almacenan un mayor número son la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de Pontevedra y la Escuela de Ingeniería Industrial en Vigo, con 804 y 796 certificados a la espera de su propietario, respectivamente.

Los archivos de Educación y Trabajo Social, en el campus de Ourense, acumulan 734 títulos; la facultad pontevedresa de Ciencias de la Educación y del Deporte, otros 684; Ciencias Económicas y Empresariales de Vigo suma 617; y Ciencias Jurídicas y del Trabajo, 524.

Por contra, los centros con menos certificados pendientes de entrega son la Escuela de Enfermería de Povisa, con solo 6 acumulados; Ingeniería Forestal de Pontevedra, con 31; y la joven escuela ourensana de Ingeniería Aeronáutica, que estrenó su grado en el curso 2016/17 y a día de hoy tiene 18 diplomas sin entregar.

La Universidad custodia 8.500 títulos a la espera de que sus propietarios los recojan

Iria Riobó / s. penelass. penelas

Nunca me lo han pedido para trabajar, lo solicité por obligación para un trámite en el SEPE. Es un poco arcaico tener que ir a buscarlo a la Universidad. El proceso debería ser telemático

Iria Riobó

— Graduada en Publicidad y Relaciones Públicas

Junto con las dificultades burocráticas y de desplazamiento, el motivo principal para no acudir a buscar el título es que no resulte una exigencia para firmar un contrato laboral. Es el caso de Iria Riobó, residente en Moaña y antigua alumna de la facultad pontevedresa de Ciencias Sociales y de la Comunicación.

“Acabé el grado en Publicidad y Relaciones Públicas en 2013 y no fui a recoger el título hasta unos seis años después por obligación, porque me hacía falta para un trámite en el SEPE. Nunca me lo habían pedido antes para trabajar en empleos relacionados con mi titulación y desde que lo tengo tampoco he vuelto a usarlo”, reconoce.

Iria aboga por una modernización del procedimiento, que sigue siendo idéntico desde hace generaciones. “Yo vivo en Moaña y tuve que desplazarme a Pontevedra, pero hay gente que estudia la carrera aquí y procede de otras partes del país. El título tarda mucho y ya no te pilla en la facultad y como no te hace falta lo vas dejando ir. Debería poder hacerse todo el proceso de forma telemática y que te enviasen el título a tu casa por correo certificado. Es un poco arcaico tener que seguir yendo a la universidad personalmente para recogerlo”, propone.

Desde que volvió a su facultad para recuperarlo, el diploma permanece “en un cajón” de su casa en Moaña. “Lo recogí y lo guardé. Sin más. La que sí está expuesto en el salón es la orla” , reconoce entre risas.

Títulos anteriores a la creación de la UVigo

La centenaria escuela de Comercio, que en breve se reconvertirá en facultad, constituye, junto a la antigua sede de Peritos en Torrecedeira, un caso especial e independiente de esta estadística, ya que su existencia es muy anterior a la de la propia UVigo y todavía hoy siguen acudiendo algunos de los alumnos que pasaron por sus aulas hace más de 50 años en busca de sus títulos.

“No es diario, pero de vez en cuando recibimos a alguno de los estudiantes que se formaron como perito o profesor comercial. Gracias a la labor de la archivera de la UVigo y de los profesionales de la Secretaría de la escuela tenemos todo muy bien archivado y al día”, aplaude su directora, Consuelo Currás.

Joaquina Mur, con su título de perito mercantil y un cuadro de la Papelería Comercial pintado por su hija Gloria.

Joaquina Mur, con su título de perito mercantil y un cuadro de la Papelería Comercial pintado por su hija Gloria. / MARTA G. BREA

"No lo voy a enmarcar, no quiero ser presumida"

Joaquina Mur Salvador entró en la Escuela de Comercio siendo apenas una adolescente. Allí conoció al que acabaría por convertirse en su marido, Luis Lorenzo, y con el que regentó durante muchos años la histórica Papelería Comercial en la calle Príncipe. Atesora muy buenos recuerdos de su época estudiantil, pero esperó más de 60 años para recoger un título de perito mercantil del que se siente “muy orgullosa”.

“No sé lo que pasó, fue pasando el tiempo y no lo tenía. Mi hija Gloria acabó Bellas Artes y, como a ella le dieron su título, pues fuimos a buscar el mío a la Escuela de Comercio. Me lo dieron en diciembre y me hace mucha ilusión porque allí conocí a mi marido y es una historia muy bonita”, celebra Joaquina, que en junio cumplirá 86 años.

A pesar de ello, se niega a colgar el diploma en alguna de las paredes del hogar familiar. “Enmarqué el de mi hija, que quedó precioso, pero el mío no. Lo tengo en una carpeta guardado para mí. No quiero ser una presumida. Eso es cosita mía. No soy de esa manera, prefiero ensalzar a los demás”, sostiene convencida.

Joaquina recuerda el nombre de sus profesores –”Me acuerdo de Morás y de Sánchez, que daba Química y Física”– y asegura que la clases eran “duras”. “Para mí la asignatura más difícil era Contabilidad, era la que más que costaba. El resto, Inglés, Francés, Geografía y Derecho, se me daban bien”, relata.

“Fueron unos años preciosos. Empecé muy joven, con 13 años creo, y me acuerdo del día en que estaba hablando con una amiga y en aquel momento mi marido bajaba por la cuesta de la escuela. Iba con su cartera de piel y era muy campechano. Y yo me reí de él. Pero al pasar a mi lado me guiñó un ojo. Me lo dijo mi amiga porque yo no lo vi”, cuenta entre risas.

Se hicieron novios y se casaron poco después, en el 59. Tras fallecer el padre de su marido, que tenia 15 años cuando comenzó a trabajar en la papelería en 1917, Joaquina se incorporó al negocio familiar. “Como me quería mucho mucho, me quería ver allí. Primero estuve acompañándolo y después de fallecer él seguí yo unos años. Era una persona íntegra, buenísima y estábamos muy enamorados. Y tuvimos cuatro hijos maravillosos”, subraya.

Tras un siglo en el número 24 de Príncipe, el negocio familiar tuvo que cerrar sus puertas obligado por el estado ruinoso del edifico y el fin de los arrendamientos antiguos. “Lloré mucho porque aquello era parte de mi vida”, reconoce Joaquina.

Otro de sus capítulos, pero de los más felices, es el que transcurrió en la Escuela de Comercio de Torrecedeira y que siempre atestiguará, aunque sea dentro de un cajón, su flamante diploma.

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