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Cincuenta años sin perder el ritmo

La Unión Musical de Valladares homenajea a tres miembros de la banda que empezaron siendo niños y siguen fieles a sus ensayos y actuaciones

Maximino Iglesias, José Costas y Juan Luis Costas, en el local de ensayos. Alba Villar

Traslados de ciudad, horarios de trabajo, responsabilidades familiares... Nada ha podido frenar durante medio siglo ni su afición por la música ni la fidelidad a la banda en la que entraron siendo unos críos, con apenas 12 años, para actuar en las fiestas y romerías. José Costas, (saxo tenor), Maximino Iglesias (flauta) y Juan Luis Costas (fliscorno y trompeta) serán homenajeados el día 21 por la Unión Musical de Valladares en reconocimiento a su perseverancia, esfuerzo y compañerismo.

Son “vecinos de toda la vida”, dieron sus primeros acordes en la escuela de la parroquia y los tres pasaron por bandas del Ejército mientras hacían la mili. Maximino y Juan Luis, actualmente en la reserva, hicieron carrera militar como músicos y José es autónomo y se dedica a las reformas. “Se te mete tanto en la médula que sabes que a tal hora es el ensayo y ya estás nervioso porque no puedes faltar. Es algo que engancha”, reconoce este último.

Los tres músicos, de niños, con la banda.

Los tres comparten pasión por la música y coinciden en utilizar la expresión “buen rollo” para definir el ambiente intergeneracional que se respira en la banda. “Los mayores le damos estabilidad y continuidad, hacemos de sostén. Y los niños socializan, asumen responsabilidades y obtienen buenos valores y un buen aprendizaje. Hay chavales con condiciones muy buenas que siguen estudiando en los conservatorios y tocar con la banda de tu pueblo es una suerte porque te permite practicar”, subraya Maximino.

Él y Juan Luis proceden de familias de músicos muy vinculadas a la banda de Valladares. Trabajaban desde los 14 años como calefactor y mecánico, respectivamente, cuando empezaron juntos la mili. Y allí coincidieron con un suboficial que era vecino de la parroquia y miembro de la mítica Orquesta Sintonía que les animó a cumplir el servicio como cabo de flauta y cabo trompista. Y así iniciaban su carrera como músicos militares. Aprobaron las oposiciones para seguir en el Ejército de tierra, en el caso de Maximino, y en la Marina, en el de su compañero. Y pasaron por distintos destinos a lo largo de los años hasta que en el año 93 volvieron a coincidir en la Escuela Naval Militar de Marín.

Los músicos homenajeados con Antonio Costas y Enrique Comesaña, presidente y vicepresidente de la Unión Musical de Valladares. Alba Villar

“Cuando nosotros empezamos, en los conservatorios se enseñaban muy pocos instrumentos, pero en las bandas militares se estudiaba mucho y el nivel era muy bueno”, recuerda Juan Luis, que otorga “más mérito” a los compañeros que han ido compatibilizado la música con trabajos sin ninguna relación.

Él es un reconocido instrumentista y, a lo largo de su carrera, ha tocado con Los Tamara y Pucho Boedo o Los chicos del jazz, además de ejercer como director durante más de una década de la Agrupación Musical de Vincios y más recientemente de la Unión Musical do Miñor. “Ahora se trata de pasarlo bien y, mientras se pueda, voy a aprovechar el tirón”, comenta entre risas.

Maximino también formó parte de la Orquesta Sinfónica de Pamplona y de un quinteto de cuerda en A Coruña mientras estaba destinado en ambas ciudades. Y guarda muy bien recuerdo de los conciertos promovidos por la Xunta con distintas bandas de Galicia: “Los ensayos eran en Lalín, pero apetecía. Y grabamos varios discos”.

Maximino, José y Juan Luis. Alba Villar

Sus hijos y los de Juan Luis han unido su amor por la música con la profesión de militar. El de Maximino tiene destino en Madrid y uno de los de Juan Luis dirige la banda de la Escuela de Marín.

Y no son los únicos ejemplos de que la música en Valladares se transmite de generación en generación. Una de las hijas de José es violonchelo en la banda. “Tiene buen sentimiento sobre la música”, destaca su progenitor.

“Mi trabajo es el martillón y romper paredes, pero cuando cambias la funda y llegas al ensayo te relajas. Es una forma de oxigenarte. Y ahí hay que ser exigentes y mantener la precisión. Cada nota tiene que ser en su punto, no te puedes despistar. Aunque el público sea sordo, tienes que hacerlo exacto, por satisfacción propia. Y esto es lo que te mantiene activo de cabeza”, asegura José, que entró en la escuela de Valladares siendo un chaval animado por su padrino, que tocaba el saxo.

Y lleva a gala el haber mantenido su vinculación durante 50 años. “He convivido con seis mujeres y varias me dijeron que eligiese entre la banda o ellas. Mi respuesta siempre fue la banda”, bromea.

Lo cierto es que el relevo en una de las parroquias con más talento musical por metro cuadrado está garantizado. “Es un entretenimiento muy saludable para los jóvenes. Cada persona tiene que buscar cosas propias, alimentar su interior, no lo de fuera”, recomienda José.

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