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Monjas del siglo XXI: “Nacimos para la mujer”

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Los ochenta años de lucha feminista de las monjas de San José de Teis Alba Villar

Llevan a la mujer tatuada por dentro. Por supuesto, también a todos aquellos que necesitan ayuda. Pero desde que la congregación de las Siervas de San José se fundara, en 1874, ya entendieron que la mujer tenía que ser el centro de sus objetivos dentro de los compromisos que adquirieron al entrar como novicias.

Las hermanas de San José de Teis llevan 80 años de lucha feminista | Su sistema de convivencia es circular: lo deciden todo en asamblea

En aquel entonces la agrupación religiosa desarrollaba un taller exclusivamente para mujeres donde les enseñaban conceptos como “la dignificación del trabajo y su rol en la sociedad” con la finalidad de que aprendiesen a ser autónomas laboralmente. Un ámbito, en el que estaban marginadas. Las seis hermanas que componen en la actualidad la congregación, situada en el barrio vigués de Teis, se distinguen de otros colectivos religiosos homólogos por la apuesta firme y decidida de luchar por y para las mujeres. “Nacimos para ellas”, destacan cuando se les pregunta por el principal compromiso que tiene la comunidad. Y lo demuestran.

La sede central de la Congregación de las Siervas de San José, en Salamanca, emitió un comunicado apoyando la manifestación feminista del pasado 8M para enviar un mensaje claro “de lucha contra la iglesia que aún es machista y patriarcal” y que sus compañeras de Vigo respaldaron, tanto en la huelga como con su asistencia a la marcha morada.

Rosa Alonso, preparando una formación sobre la mujer. Alba Villar

Aunque ostentan la regencia del Colegio San José de la Guía que ven desde sus ventanas, prefieren mantenerse en segundo plano. Sin embargo, tienen clara la visión y la misión que quieren para el centro: “Es un colegio inclusivo, con una dirección laica y valores aconfesionales. Por ejemplo, aquí vienen niños que profesan otras religiones distintas a la católica”, puntualizan.

Asambleas y comunidad

Los azulejos con motivos marinos recorren la planta baja de una casa donde se respira paz, pero, sobre todo, vida. Vida más allá de rezar, más allá de leer la biblia y más allá de hacer pastas. La escalinata de madera maciza revestida por el tiempo no conduce a la parte más escondida de cualquier convento. Todo lo contrario. Entrar en las habitaciones de Isabel, Rosa, Consuelo, Teresa, Esther y Antonia es como hacerlo en cualquier refugio de estudiantes, más ordenado, pero con sus pequeños despachos al lado de la cama. Sus ordenadores y tablets presiden los escritorios insertados en multitud de recuerdos de sus trayectorias pasadas, muchas de ellas en otros países. El sistema de convivencia es comunitario. Pese a que los estatutos eclesiásticos que aún las rigen establecen un orden jerárquico dentro de las congregaciones, la configuración de su realidad es circular. No hay mandos. “Todas hacemos las mismas tareas y nos rotamos. Hoy le tocó hacer la comida a Teresa, otra hace parte de la limpieza, otra se ocupa del jardín y para la siguiente semana cambiamos”, señalan.

Antonia, en plena lectura en la tablet antes de comer. Alba Villar

Las decisiones se toman en comunidad, hacen una especie de “asamblea”, como la que hicieron para que FARO pudiese entrar a su intimidad para hacer este reportaje. Sin duda, la más importante es la que hacen a principio de año, donde dirimen cómo quieren vivir los doce meses restantes, cuál va a ser su nivel de vida –de tendencia austera pero suficiente–, o qué es lo que quieren compartir.

“No entendemos la vida si no es en comunidad y aunque designamos a alguien que nos coordina, no es que mande más que las demás, simplemente, asume unas tareas distintas”

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Cada tres años renuevan esa “coordinación” y lo hacen bajo votación anónima. Isabel Hiebra (76) recuerda el camino hasta llegar a donde se encuentran ahora. El Concilio Vaticano II, en 1959, abrió unas puertas que ellas supieron exprimir. La injerencia de la iglesia todavía era fuerte pero permitió un cambio, una autonomía mayor a las agrupaciones de religiosas para la que había que estar preparadas.

“Todavía había mucha intervención de directores eclesiásticos que eran hombres, por supuesto, pero se consiguió que pudiéramos autogobernarnos. La monja “enclaustrada” empezó a salir y a hacer otras tareas”

Isabel Hiebra - 76

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Los ochenta años de lucha feminista de las monjas de San José de Teis Alba Villar

Salmo en la web

No son ya unas jovencitas, aunque su energía sí lo es. Sus 80 años de media no han sido impedimento para incorporar la tecnología a sus vidas de una forma muy activa. Consuelo Alonso (90), con media vida en Colombia como maestra, se sienta todos los días en su escritorio, situado a los pies de la cama, a repasar lecturas y escuchar las noticias en la radio todas las mañanas “aunque no sean muy buenas”, mientras entra en su portátil o revisa su móvil para programar una videollamada.

“Todavía había mucha injerencia eclesiástica masculina, pero conseguimos autogobernarnos”

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Una historia parecida está detrás de Teresa Rubido, hermana del conocido periodista, Bieito Rubido, que hace tan solo unos meses que regresó del norte del Amazonas, donde permaneció más de 30 años. Aunque es enfermera, y después de una profunda adaptación a otra cultura e idioma, su papel fue polivalente. “Nos llamaron para ayudar a crear un colegio para niñas, que en aquel entonces no se les permitía estudiar. Empezamos con 5 internas, cuando me fui eran 500. Tardaban tres días andando en llegar. Llevé las cuentas y también fui maestra de obras colaborando en la construcción de casas que pusimos en marcha allí”, recalca.

Teresa Rubido, con la comida del día Alba Villar

“A los 18 años, en la ceremonia de profesación, nos vestíamos con traje de novia normal como el de cualquier otra mujer. Después, pasábamos al hábito negro. A los pocos años lo empezamos a subir unos dedos. Hoy en día ya no lo llevamos”, cuentan mientras observan la fotografía de la entrada de la madre fundadora, que de algún modo, les hacía recordar sus inicios en el noviciado. 

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