45 años de la página más negra de la crónica ferroviaria de Vigo

47 años del "trueno" que acabó con 15 vidas en la vía de Rande /
Cuarenta y cinco años cambian caras, ciudades y paisajes, pero no son nada cuando de borrar según qué recuerdos se trata. Hace hoy justo cuatro décadas y media –la tarde del 9 de septiembre de 1976– Antonio Reguera, entonces concejal de Pontevedra, de treinta y muchos, conducía su coche por la carretera que une Vigo y la urbe del Lérez cuando sintió un estruendo a su paso por Rande, a la altura de la antigua azufrera.
Tan “tremendo”, tan brutal, tan terriblemente distinto de cualquier trueno que hubiese escuchado antes fue aquel estallido que Antonio sintió incluso cómo las ruedas de su coche daban un bote sobre el asfalto.
Con los oídos todavía zumbando desvió el vehículo al arcén, apagó el motor y tiró del freno de mano. Solo cuando regresó, horas después, se dio cuenta de que se había dejado la puerta del conductor abierta.
“Me bajé y me asomé para ver qué había pasado”, relata.
Cuarenta y cinco años son muchos años, suficientes para que la vida política de Antonio haya quedado muy atrás, no se siente ya al volante de su coche y haya soplado 83 velas, pero lo que vio aquella tarde de septiembre junto a las vías del tren de Rande, loma abajo, sigue impreso en el fondo de sus córneas, en la exclusiva región de los recuerdos impermeables al paso del tiempo.
“Vi dos trenes. Un vagón había caído y otro estaba inclinado, a punto de despeñarse también”.
El tronar que Antonio escuchó desde la carretera lo había provocado el choque de dos convoyes: una máquina diésel que minutos antes había salido del muelle de mercancías de Guixar rumbo Ourense y un ómnibus 2735, con locomotora, furgón y tres vagones que circulaba con pasajeros entre Santiago y Vigo.
En 1976 no había móviles ni tablets, ni forma alguna de comunicarse en mitad de Rande –recuerda Antonio–, así que lo primero que hizo fue buscar una casa con teléfono. “Le dije a una señora que me dejase usar el suyo y llamé a Pontevedra, al Gobierno Civil. Pedí que enviasen ambulancias y que solicitasen socorro”.
Con la ayuda en camino, tocaba asistir a las víctimas. “Había un vagón tumbado y empezamos a sacar heridos y muertos._En lo único que piensas en momentos así es en atender a los gritos de ‘auxilio, auxilio’. Luego empezó a venir más gente y ambulancias”.
A los primeros fallecidos que Antonio se encontró a su paso se irían sumando otros a lo largo de las horas siguientes –a medida que se desenmarañaba el nudo de hierros– hasta sumar quince. El balance total de heridos, mucho más abultado, pasaría de 30.
Antonio y el resto de vecinos, conductores y trabajadores que la tarde del jueves 9 de septiembre de 1976 se acercaron hasta el amasijo de hierros en el que se habían convertido las dos locomotoras son los primeros testigos del bautizado como “desastre ferroviario de Rande”, uno de los peores siniestro de la historia de Galicia, superado 37 años después por otra desgracia, la del Alvia, que dejó un saldo de 80 muertos y 144 heridos.
Al igual que ocurrió en Angrois en julio de 2013, la causa del siniestro en Rande –o su desencadenante último, al menos– fue un fallo humano. Según detallaría Renfe al día siguiente el guardagujas de la bifurcación Vigo-Guixar no había “efectuado las operaciones necesarias” para restablecer el paso por la línea general Santiago-Vigo. Resultado: poco después de las seis de la tarde el tren de pasajeros 2745 con destino Vigo y la máquina procedente de Guixar colisionaban en el punto kilométrico 161,300.
El impacto fue tan violento que ambas máquinas quedaron incrustadas y el primer vagón del expreso salió catapultado, rompió los cables del tendido eléctrico y se despeñó por un terraplén. Uno de los dos trozos en los que acabó partido se encontró a cerca de 30 metros de las vías. Los dos maquinistas y ayudantes fallecieron en el acto. En total, de los 15 muertos que dejó el siniestro, cinco eran empleados de Renfe; el resto, viajeros del vagón que acabó despedido.
A la violencia del choque le siguió un despliegue de solidaridad del que día después se hacía eco la crónica de FARO. Además de conductores como Antonio, se acercaron a prestar ayuda otros voluntarios anónimos, entre ellos obreros que trabajan en la construcción de una planta frigorífica. Se trasladaron heridos en coche y en ambulancia, se movilizó la Cruz Roja, policía, Guardia Civil y autoridades, el personal ETEA se ofreció en bloque a aportar sangre y la Hermandad de Donantes recibió igualmente la llamada de 300 voluntarios.
Heridos y fallecidos se trasladaron al Xeral, entonces Almirante Vierna, por donde desfilaron padres, madres y hermanos para el duro trago de identificar a sus familiares.
El funeral días después, en San José Obrero, fue multitudinario; y desde el Concello se hizo bandera de la seguridad ferroviaria. “Puede ser un fallo humano; pero en pleno siglo XX no podemos estar al albur de estos fallos”, llegó a clamar el entonces alcalde, García Picher.
Quedaba escrita en Rande una de las páginas más negras y trágicas de la crónica ferroviaria gallega.
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