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Los trastornos alimenticios, desbocados tras la pandemia

La nutricionista Amil López Viéitez, en su consulta de la calle Caracas. Ricardo Grobas

La llegada del COVID-19 y la obligación de no salir de casa durante meses ha cambiado la forma de vivir y, por consiguiente, de alimentarse, de niños y adolescentes. El uso excesivo de las redes sociales y el éxito de corrientes como el ayuno intermitente o el real fooding (‘comida real’ en castellano), ha supuesto un detonante para que el culto al cuerpo alcanzase niveles extremos. Así, las clínicas nutricionales de Vigo están recibiendo, más de un año después, un aluvión de casos de personas que han sobrepasado el límite de la vida “saludable”.

El bum por la comida sana y el deporte duplica los casos: “Incluso el perfil está cambiando, porque de cada diez casos, tres son chicos”

“Estamos ante un aumento importante en los adolescentes, pero también en el rango de edad de los 50 años”, explica Ana María Rodríguez, directora de la Asociación de Bulimia y Anorexia de Pontevedra (ABAP). “Se vieron encerrados en casa, sin actividad física y con un bombardeo constante de: hay que cuidar la alimentación y hay que hacer deporte, y a muchos se les fue de las manos.” Teniendo en cuenta las palabras de Rodríguez, no existe un problema ante la intención de cuidar la salud y querer comer de manera más natural. Sino que, el querer cumplir con esas directrices sin “fallar” un día, puede derivar en un trastorno de la conducta alimentaria (TCA). Por ejemplo, se ha extendido la práctica del ayuno intermitente, hábito peligroso si se hace sin las pautas de un profesional.

“Habitualmente, empiezan quitándose los hidratos, luego compran todo light, dejan de consumir carne o empiezan a decir que quieren ser vegetarianos”, confirma Maika López, directora del centro NutriSalud. “Lo que hay que tener en cuenta es que un TCA es una patología psiquiátrica y psicológica, por lo que no está en manos de los pacientes comer, no pueden”. Así, el tratamiento de este tipo de enfermedades se basa en una actuación multidisciplinar: se aborda desde un punto psicológico, psiquiátrico y nutricional.

Convivir con el trastorno

Una de las personas que está pasando por este proceso es Claudia (nombre ficticio), que sufre anorexia desde hace más de dos años. “Mi cuerpo estaba desarrollándose, y empecé a sentir que no era válido que hubiese cogido unos kilos”, cuenta. “El confinamiento me dio un descanso, pero a la vez me dio ansiedad porque, al no salir de casa, caminar ni hacer ejercicio iba a coger más peso aún”. Uno de los motivos principales por los que el encierro afectó tanto fue el aburrimiento, la imposibilidad de despejar la mente y centrarse en otras cosas. “Durante el curso pienso en mis exámenes, porque de lo que se trata es de que la comida solo sea una mínima parte de tu vida”, aclara Claudia.

“Tardé en reconocer qué me estaba pasando, pero mi madre se dio cuenta y, aunque estuve a punto de caer del todo, me fue sacando adelante poco a poco”. El papel de la familia en la cura de estos trastornos es clave, dado que supone el apoyo principal del enfermo. “Aunque parezca algo muy frívolo que se arregla con comer algo, realmente anula a las personas y las lleva a un precipicio. No ves nada más que negatividad e irracionalidad.”

Con todo, la variedad de trastornos de la conducta alimentaria no deja de crecer, desde los más conocidos como anorexia o bulimia, hasta los más padecidos hoy en día, que son la vigorexia y la ortorexia. El primero, consiste en buscar la definición de los músculos hasta el límite y basar la dieta en proteína, hasta el punto de obsesionarse. Por su parte, la ortorexia se define por el control de las etiquetas alimentarias: cuántas calorías tiene un alimento, los aditivos, las grasas, etc. De hecho, algo que propicia esta enfermedad son las aplicaciones que leen los códigos de barras de la comida para clasificarla como apta o no apta, como la famosa Yuka.

Cambio en los perfiles

Generalmente, cuando se piensa en una afección que incide en la idea del propio cuerpo, se tiende a imaginar que quienes la sufren son mujeres. Sin embargo, esta tendencia está cambiando, y ya existe un 3% de hombres. “Ha aumentado muchísimo el número de chicos con TCA en los últimos años”, revela Amil López Viéitez, nutricionista del centro Dieta Coherente. “Ellos también se sienten presionados por el canon de belleza, de hecho, la vigorexia está mucho más arraigada en los hombres”. En la misma línea, López afirma que, si bien históricamente la anorexia afectaba más a las chicas, “cada vez la sufren más ellos”.

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