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Exludópatas: la banca siempre gana

Ricardo Barreira, secretario y monitor de la asociación Agaja, en Navia. Tras él, un salón de juegos y un parque infantil. Marta G. Brea

Ricardo, monitor de Agaja: “Llegué a acostarme con mujeres por un plato caliente y una ducha. La mentalidad de un jugador es morir matando”

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Según su etimología, la ludopatía viene de la palabra latina ludus (juego) y de la griega pathéia (enfermedad, sufrimiento). Este padecimiento se manifiesta a través de una adicción. Por eso no hay un resultado final positivo. Pero la ludopatía es mucho más que eso. Esta, para resultar efectiva, necesita, como si de una película se tratara, de una escenografía (los salones, las máquinas, las mesas, las pantallas, de un director, la banca); de unos actores­ (los cartones, los rascas, las apuestas deportivas, las cartas); de un guion (las reglas de juego); de una promoción ­(los anuncios engañosos con letra pequeña imperceptible, los menús a bajo precio en la puerta que invitan, por poco dinero, a pasar la tarde echando un bingo, los mensajes con regalos monetarios iniciales). Pero ser ludópata es un estado psicológico permanente. Condiciona la vida de quien la atraviesa –y de su familia– de un modo brutal. Levantarse pensando en jugar. Supeditarse a los horarios de más conveniencia para tener más opción de competir. De tener más suerte que el oponente. Que le toque a uno la bendición para que la ruleta se pare cuando uno lo necesita. Pero no hay caso: la banca siempre gana. El autoengaño es uno de los efectos más nocivos de esta dolencia. Dejar toda la suerte en manos del azar.

Todo este recorrido lo ha vivido de cerca Juan Lamas, director técnico de la Asociación Gallega de Jugadores Anónimos (Agaja), situada en Vigo. Lleva años tratando a usuarios que demandan ayuda. Pese a que el confinamiento parecía alertar un aumento de jugadores con claro riesgo de manifestar la enfermedad, esto no fue así. “Hubo un trasvase, el usuario presencial se pasó a las plataformas online porque todo estaba cerrado, pero no notamos un incremento en ese momento”, explica. Sin embargo, esta situación cambió por completo en la desescalada. “El aumento de demandas de ayuda ha sido notable, probablemente la adicción sí se gestó en el confinamiento, pero no es hasta unos meses después cuando se manifiestan los síntomas”.

“El aumento de ludópatas se gestó en el confinamiento”

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El nudo de la película llega en la mitad de la travesía de alguien que lleva jugando un tiempo. Ganar, aunque solo sea una vez. Estar dispuesto a perder siempre con la reminiscencia de aquel día que ganó. Así que, si una vez ocurrió, puede volver a hacerlo otra vez. Y la persecución de esa vez es la que conduce al desastre económico, laboral y, siempre también, al cataclismo personal. Esto es lo que ha ocurrido siempre. Sin embargo, el periodo de incubación o de latencia –como se le denomina clínicamente–, hasta que se manifiesta la enfermedad, es más corto: “Si antes en el juego presencial el tramo de tiempo oscilaba entre los cinco a siete años, ahora, en el juego online es de un año y medio”, certifica el director de Agaja Vigo.

Más jóvenes

Las cifras hablan por sí mismas, trabajan lentas pero seguras. Y los datos en los últimos años son abrumadores y arrojan un claro cambio de tendencia en la edad de los jugadores. En el centro de Agaja en Vigo lo constatan. España tiene la tasa más alta de jóvenes ludópatas de la Unión Europea (entre los 14 y 21 años). Si antes del 2015 el perfil del jugador era un varón de 45 años de media, a partir de esa fecha, hasta el día de hoy, esta ratio ha bajado hasta los 24 años. La descripción sigue respondiendo a un varón, pero universitario o con un primer empleo. Un perfil que está desbancando al ludópata tradicional. Y aunque el juego con transacción económica está prohibido para los menores, el 20% de los jóvenes de 14 a 17 años reconoce practicar alguno. “Cuando vamos a los institutos y hablas con ellos –advierte Lamas–, te lo dicen abiertamente”.

“El 20% de los jóvenes de entre 14 y 17 años practican algún tipo de juego online”

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En la actualidad, la preocupación está concentrada en los menores de edad. No solo porque cada vez juegan más y se introducen antes en las prácticas online, sino porque no existe ningún registro oficial que los cuantifique, ya que en España no es legal el juego hasta los 18 años. Lo salones de juego, no en vano, han cambiado su estrategia de localización geográfica, situándose en los últimos años muy próximos a los centros educativos. En Vigo, solo hace falta pasarse por las inmediaciones de colegios, institutos o parques infantiles de Navia, Pizarro o Coia para constatarlo. Se establecen en zonas de población con rentas medias o medias-bajas, proyectando el mismo mensaje catalizador. “La vida es muy dura, lo estás pasando mal, aquí puedes dar un pelotazo que te solucione la vida o te amortigüe las carencias que estás teniendo”. Desde Agaja Vigo conocen bien el modus operandi que siguen los menores en los centros educativos. Es habitual que los visiten para estudiar la situación. “Apuestan en grupo, eligen al que parezca más mayor o incluso alguno que tenga más de 18 años, apuestan cada uno un euro, y juegan conjuntamente”, abunda su director. Lejos de lo que pueda parecer, la mayoría de los menores no apuestan online, lo hacen presencialmente, por la imposibilidad –aunque pueden usurpar la identidad de otro– que tienen de acceder a una tarjeta de crédito o, en caso de usarla, justificar su gasto. Así, en los alrededores de los centros educativos donde existe un salón de juego, también hay un vendedor de la ONCE cerca, y es más que habitual ver a los menores o a sus amigos mayores comprando los famosos Rasca: “Tiene el mismo caudal adictivo que las tragaperras”, alerta Lamas.

Morir matando

Ricardo Barreira es uno de los monitores con los que cuenta Agaja Vigo para ayudar en la rehabilitación de los demandantes de ayuda que llegan a la asociación. Pero como casi todos los que pisan el centro, tiene su propia historia. La empatía es una de las cualidades necesarias para enfrentarse a los enfermos por el juego. Saber por lo que están pasando es crucial para contribuir a su recuperación. Entró a rehabilitarse en el año 2000, con 28 años.

Lo de Ricardo fue el tute presencial y el póker clandestino. Acumuló deudas y su familia le ayudó. Como experto, apunta cuál es el mayor de los errores. “Tuve la mala suerte de que mis padres me pagaron todas las deudas que tenía. Fui a Agaja por cumplir, porque era la condición para que me pagaran las deudas. Yo no creía que tenía una adicción sino, simplemente, mala suerte”.

Pero la vida le tenía preparada una segunda oportunidad que, de nuevo, el juego iba a truncar: un trabajo en el País Vasco como escolta, con un buen sueldo. Nómina que se fundiría mes a mes. Uno que le decía que mañana había una partida de estrangis en el sótano de cualquier bar, otro que si el casino... De su breve paso por Asaja Vigo se acuerda de que llegó a la conclusión de que no arrastraría con él a su familia y estuvo sin hablar con ella tres años. Un largo tiempo en el que lo perdió todo.

“Me desperté, miré al retrovisor y me volví a Vigo. Una amiga me ayudó”

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La pérdida de trabajo lo acentuó todo, aunque no se fue con las manos vacías. Una cuantiosa indemnización que posteriormente se jugaría en un abrir y cerrar de ojos, respondiendo al patrón de ludópata tradicional. “Si tengo mucho, me lo juego y puedo llegar a tener el doble”. Cuando Ricardo toca fondo está en su coche. No era un día distinto al anterior. Se acaba de despertar y mira por el retrovisor y decide que va a volver a su Vigo natal. Atrás quedarían los intentos por sobrevivir estafando, robando pidiendo o prostituyéndose: “Llegué a acostarme con mujeres por un plato caliente y una ducha”.

Ganar la siguiente mano

La suerte no es un factor aliado en el juego aunque su fama venga precedida del azar. Del “a uno le tiene que tocar.” Eso es lo que creía Ricardo: “Yo siempre pensaba que iba a ganar la siguiente mano. Cuando me quedaba sin dinero pensaba que lo iba a recuperar al día siguiente. Igual que cuando ganabas un poco de dinero, pagabas las deudas y lo que te quedaba lo volvías a jugar. Así es la mentalidad del jugador: morir matando”.

Su llegada a Vigo le enfrentó con lo que más temía: su familia. Y la asociación empezó a ser su segunda casa. Pasó por todas terapias necesarias, y tanto se implicó que acabó finalizando los cursos de monitor y hoy, ayuda a otros que como él, cayeron.

Ruleta en Salón de Juegos.

Legislación “insuficiente”

El pasado noviembre fue aprobado el Real Decreto de comunicaciones comerciales de las actividades del juego que prohíbe la publicidad audiovisual fuera del horario de 1.00 h. a 5.00 h y ajusta el contenido de los mensajes publicitarios para proteger a los sectores más vulnerables e impide a los operadores del mercado del juego la emisión de bonos de captación de jugadores, entre otras medidas.

Agaja valora las nuevas medidas pero las considera “insuficientes porque no recoge toda la parte de prevención y reparación de daños”, matiza Juan Lamas, director de la asociación. “No se trata de demonizar al sector del juego, sino de que la administración debe involucrase”. Lamas insiste que la sexta ola será la de la Salud Mental, y por lo tanto es necesario un plan de protección para los enfermos del juego.

Las normas

Las terapias son estrictas. Los demandantes de ayuda tienen que firmar una serie de consentimientos y aceptar la inscripción en el registro de autoprotección para prohibir su acceso al juego, tanto en salas, como casinos o en el entorno virtual. Se corta el grifo de las cuentas –que pasan a ser mancomunadas por la familia– y solo tienen el dinero en efectivo para pasar el día. Nada más. El resto es terapia en grupo donde se topan con otros compañeros que están pasando por lo mismo. Unos se reconocen en los otros, aunque no lo verbalicen. “Empiezan a darse cuenta que tienen un problema cuando llegan a terapia y escuchan a los demás. El dinero que se les da tienen que justificarlo”, explica el monitor.

Ricardo, hoy, se siente satisfecho del trabajo que hace de forma altruista, porque él necesitó alguien como él en su camino para salir del círculo vicioso.

Y es que todo tiene que ver con la capacidad de control que tenga cada persona que juega a algo. Lamas denuncia que los jóvenes se inician antes por los estímulos que reciben constantemente de ídolos venerados por todos. “No puede ser que Nadal, Messi, o Cristiano Ronaldo te estén diciendo que juegues, que es genial”. Los medios publicitarios, por su parte, han sido clave en la proliferación del juego online. “Un bombardeo constante. El uso de los famosos, la política de bonos, promociones del juego de azar incide particularmente en los más jóvenes –remata–, que pueden tener una predisposición por la casuística de la adolescencia a un comportamiento disruptivo o patológico”.

Los jóvenes prefieren quedarse en casa a jugar que salir de casa a pasar un rato de ocio. Una tendencia que va en aumento. La adicción por el juego, por la pantalla, por el rasca o por un slot está desbancado a la discoteca o quedar con los amigos para hacer un plan.

Si creen que pueden tener algún tipo de problema con el juego y necesitan asesoramiento gratuito sin compromiso, pónganse en contacto con Agaja Vigo en el 886 11 95 86 o diríjanse presencialmente a Travesía de Vigo, 72.

“Es la nueva droga electrónica”

Raúl, de solo 25 años, sabe lo que es tocar fondo con el juego online

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Llamémosle Raúl. Tiene 25 años, pero hace casi tres que se dio cuenta que era un ludópata. Hace dos que está rehabilitado con la ayuda inestimable de su familia y su pareja, que le acompañó en todo el tratamiento a las puertas de ser madre. Todo empezó en casa de un compañero de trabajo que veía un partido de fútbol online en la web de una casa de apuestas. “Él apostaba un euro o 2 y se me quedó grabada la página”, comenta. Ahí empezó todo. Primero cinco y a la semana ya eran 100 o 200 euros. Y se convirtió en un círculo vivioso de mentiras. El sueldo no le llegaba. Cada día necesitaba conectarse más y más tiempo, al móvil, al ordenador. “Lo mío eran las apuestas deportivas, y después ya apostaba a deportes que ni siquiera me gustaban”, recuerda Raúl, intentando hacer memoria y localizar justo el momento en el que perdió el control. “Al día podía gastarme 500 euros, llegué a pedir un préstamo para pagar las deudas y que mi familia no se enterase”. Pero la situación empezó a ponerse fea. El juego compulsivo entró en su vida como un ciclón –como en la de todos los ludópatas– y, aunque no pensaba que tenía un problema, los síntomas eran más que evidentes. “Tenía un trabajo indefinido y estudiaba un ciclo de FP. Dejé de ir a clases, y podía pasar tranquilamente sin comer por estar conectado apostando. Necesitar seguir jugando, es la nueva droga electrónica”, señala. Lo peor es cuando se llega a un nivel de apuesta fuerte que lleva al ludópata incluso a acumular grandes cantidades de dinero en sus cuentas virtuales. En eses casos, las casas de apuestas actúan. “Un gestor te llama y te ofrece asesoramiento personalizado 24 horas al día junto con dos entradas para el Bernabeu o bonos gratis para jugar. Claro, sientes que estás en otro nivel, que eres importante”.

Registro autoprotección, clave

Y es así como sucede. Los futuros ludópatas entran y las casas de apuestas, dice, los enganchan, como sea.

El sueldo se iba, y esconder las falacias era cada vez más difícil. Las deudas se acumulaban pero las ganas de jugar aumentaban. El desgaste era evidente. Había que ponerle remedio. Su relación de pareja se tambaleaba y llegó el momento en el que llegó a Agaja. “Fui con mi padre, pero no quería que mi novia lo supiese por miedo a que me dejara. La inscripción el registro de autoprotección es obligatoria cuando entras, pero salí sin un compromiso de permanencia”, recuerda Raúl, que sabía perfectamente que el compromiso no era completo. Al día siguiente volvió a jugar.

“La ludopatía va asociada a la mentira, mientes a todo el mundo para seguir jugando”

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El registro voluntario que restringe el acceso al juego no se hace efectivo hasta las tres semanas desde la inscripción. Fue ahí donde se acabó todo. “Me bloquearon todas las cuentas virtuales, y aunque para todo hay trampa, ya es mucho más difícil porque hay que implicar a terceros”. Además, finalmente su pareja se volvió a percatar de la nueva recaída. “Fue la gota que colmó el vaso y a partir de ahí comencé el tratamiento”.

Raúl no sabía hace 15 años que habría un tramo de su vida que giraría entorno al juego. Que el fútbol que veía por la tele acabaría siendo el centro de transacciones económicas que lo conducirían la deriva si no tuviese en el cogote los ojos de sus padres o la angustia a deshora de su ahora esposa. La familia, lo significa todo para los futuros, los actuales y los exludópatas. La mano que acompaña al ludópata a atravesar la puerta de la terapia es clave para su éxito. Raúl siempre será adicto al juego, aunque no juegue ni a las chapas. Y su mujer siempre mirará de reojo el teléfono de su marido. Pero aquí solo hay una verdad: ella no fue y él ya está fuera del círculo vicioso.

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