Jorge Drexler actúa esta semana en el Festival TerraCeo de Vigo con casi todas las entrada vendidas. De hecho la organización sumó un segundo día de concierto porque las entradas para el miércoles volaron enseguida. Tras 16 meses fuera de los escenarios debido a la pandemia, Drexler se confiesa “feliz” con esta gira veraniega.

–Había muchas ganas de verlo en Vigo. Dos conciertos seguidos.

–Sí, quiero antes de nada darle las gracias al público y más en estas fechas, después de estar separados de la gente tanto tiempo, las muestras de amor son muy valoradas por uno. Y comprar una entrada en esta época, que sabemos que los conciertos no son iguales que antes, donde todavía estamos reduciendo el miedo a salir y a juntarnos con personas, además de ser un acto de generosidad material, es un acto de valentía.

–Si el tiempo acompaña, el público podrá disfrutar de la música en directo mientras el sol cae en el mar ¿Conoce el lugar? ¿Qué nos tiene preparado para estos conciertos?

–No lo conozco, pero he visto muchas fotos porque ha tocado Marlango, el grupo de mi mujer, y me han encantado. Vamos con el formato completo del trío. Borja Barrueta en batería y percusión. Y en teclados y coros Meritxell Neddermann.La verdad es que me hace mucha ilusión estar tocando con la puesta del sol. Esos conciertos son únicos.

–Aunque no presente nuevo disco como tal, sí que podremos escuchar nuevas canciones en Vigo. Una de ellas es La Guerrilla de la Concordia, un tema casi gospel con un claro contenido reivindicativo frente a la violencia y el odio. ¿Quiénes integran esta guerrilla?

–La organización me impide dar los nombres porque es muy peligroso amar en estos tiempos. Son clandestinos (risas). . La canción está grabada con el coro Gospel Factory de Madrid, donde cada uno los cantantes son solistas. Yo nunca había cantando con una agrupación vocal con esa precisión y con esa comunión espiritual. Y también quería que ese espíritu del góspel apareciera y que la canción fuera brutal. Para mí era el tiempo de volver a la especie gregaria que somos. Todavía no podemos abrazarnos pero si nos vacunamos todos volverán los abrazos.

–Vacunarse, como amar, ¿es cosa de valientes?

–Sí, en el sentido de que por supuesto que hay cosas que todavía no sabemos de la vacuna a largo plazo. Pero sí sabemos que de más de 1.000 millones de personas vacunadas los efectos secundarios a corto plazo son puntuales y justifican con creces las enormes ventajas que tienen las vacunas para evitar la enfermedad grave del virus. No hay otro camino a corto plazo. El otro camino es dejar que tenga una mortalidad como la última pandemia de 1918 y que se cargue al 20% de la población. Pagar ese precio hasta que a los 5 o 6 años alcancemos la inmunidad de rebaño.

–Como médico de formación, ¿qué nos ha enseñado la pandemia?

–Nos ha enseñado a dejar de escuchar a los charlatanes, a que la ciencia tiene un rol central en nuestro modo de vida y debe ser respetada y cuidada. Debe ser tratada con cariño en el momento de pensar un presupuesto o de escuchar a quién tiene que opinar. La gestión política es muy importante pero la información que debe generar conductas políticas debe ser científica y contrastada. Además, yo también aprendí que no escribo las canciones solo y que escribir durante un año sin poder subirte a un escenario o estar en un bar trasnochado tocando la guitarra con amigos, sin eso me cuesta muchísimo más. Yo escribo desde mí, pero también desde el otro. No sabía que era así, pero las canciones que escribí en pandemia muchas de ellas me sonaban incompletas y terminaron de cerrarse cuando terminó la gira.

–¿Eso le pasó con La Guerrilla de Concordia?

– Sí, es un canción que empecé en la era Trump, cuando el mundo se dividía entre la gente que optaba por la concordia y la discordia . El problema es que el mundo sigue dividiéndose entre quienes piensan que el otro también soy yo y que debo actuar en consecuencia y otros que piensan cada uno tiene que cuidar de sí mismo y otro ya que se cuide si puede.

–La concordia y la empatía no son prioridades en la sociedad actual

– No, pero también hay que tener ser conscientes de que el círculo de la empatía de la humanidad va creciendo y eso hay que celebrarlo también porque es esperanzador. Basta ver lo que ha pasado con el rol de la mujer en los últimos años. Cuando mi madre estudió medicina las mujeres eran minoría en la facultad de Uruguay, pero yo sé que si mi hija quiere estudiar medicina, va a entrar en un facultad donde más del 50% son mujeres. En los años 60 una mujer para conducir necesitaba una autorización de su marido… el mundo va mejorando. Y al mismo tiempo esa mejorar en los derechos y las libertades produce miedo en un sector de la sociedad. Yo creo que ese miedo hay que escucharlo. No hay que dejar que sea utilizado solo por los sectores más radicales de la sociedad. Hay que escucharlo y respetarlo. Hay que saber que el cambio asusta y hay que conciliar hasta en ese punto. Hay que hablar siempre con el piensa diferente.

–¿La música puede ayudar a cambiar una sociedad?

–La música es como las vitaminas, sirve a largo plazo. Cuando tienes una infección, tomar vitaminas igual te ayuda en cuatro semanas. Pero ese día tienes que tomar antibióticos. Ese es un trabajo de la política. Pero a largo plazo, las canciones, la poesía, las películas o los pasos de baile van cambiando la percepción que tiene la sociedad de sí misma y la que tenemos de nosotros mismos y de los demás. Muchas de las cosas que hoy damos por sabidas, como la libertad sexual, fueron anunciadas en una época en los 60, donde eran visionarios que veían que se iba hacia allí. Pero de esa libertad participaba un porcentaje bajísimo de la sociedad. Y hoy en día eso se ha ampliado. La música empezó a gestar ese cambio en la conciencia muy lentamente en esa época y se fue filtrando y filtrando generación a generación hasta hoy. Pero en el medio tuvo que haber cambios en la política. Por ejemplo yo cuando entré en la facultad de medicina en el 83 había un cartel que decía “los estudiantes tienen que acudir con ropa adecuada a su sexo”. Estábamos en dictadura. Y las mujeres no podían ir de pantalones en el año 83. Imagínate como cambió el mundo delante de mis ojos. Desde los 60 ya era temática de las canciones pero en los 80 en Uruguay todavía no había llegado a la esfera política. Hoy en día a nadie se le ocurre, por suerte, decir que las mujeres no pueden ir de pantalones, excepto en países con fundamentalismo religioso. La batalla no ha acabado pero hay que celebrar los avances para honrar la memoria de las mujeres que han colaborado para abrir ese camino.

–29 años después de su primer disco, ¿se ha arrepentido alguna vez de dejar la medicina para dedicarse a la música?

– Siempre había estado convencido que desde el punto de vista vocacional mi decisión era la correcta porque realmente soy más feliz en la música de lo que lo era en la medicina y eso que me gustaba mucho. Amo esa disciplina, la quiero y la respeto. Pero en la pandemia sentí que si hubiera convalidado mi título aquí en España, y tuviera la potestad de ejercer, habría sido más útil que cantando. Fue la primera vez que me pasó. Pero ahora que estoy de gira me he dado cuenta que esta es mi vida, es lo que sé hacer y es mi mundo. Y estoy muy feliz de volver a los escenarios.

–Se considera cantautor o no le gustan esas etiquetas?

–No me gustan las etiquetas en general. La etiqueta es una simplificación, como el ideal. Yo tampoco soy una persona muy utópica, me gusta más la realidad. Y la realidad es más compleja que el ideal. Decirle a una persona cantautor implica llenarlo de una serie de preconceptos muy grandes. ¿Para qué rotular a una persona? Además, la palabra cantautor es fea. El verbo y el sustantivo suena como a tragaperras, cantamañanas. No conozco ningún músico interesante que esté interesado en ponerse un rótulo. A nadie le gusta que lo resuman.