Se instauró hace menos de un año y, al principio, a mucha gente le costó. “Es que no soy capaz de respirar”, “me pica la piel”, “se me empañan las gafas”... Y ahora que, desde el sábado, no es obligatorio el uso de la mascarilla en exteriores si se puede mantener la distancia de seguridad de metro y medio, la población de la ciudad, mayoritariamente, ha optado por mantenerla. ¿Por qué? Sociólogos apuntan a una “concienciación social profunda” sobre los beneficios de su uso y subrayan que desactivarla no es tan rápido. Psicólogos coinciden en que llevará algún tiempo que algunos sectores se deshabitúen. Principalmente, hasta que se esfume el miedo y haya más vacunados, apostilla un preventivista.
José Durán, sociólogo de la Universidad de Vigo, considera que se usaba mal la expresión “distancia social” cuando empezó la pandemia. “Se trataba de una distancia física, personal, pero no social porque la gente no lo hacía de forma natural”, señala y sostiene que, “al cabo de un año, la gente ya tiene una conciencia social profunda”. “Ha sido interiorizado de tal modo que sigue manteniendo esa costumbre porque si la abandonase se sentiría desprotegido”, detalla.
“Va más allá del miedo, es una conciencia social que, igual que se ha adquirido, se perderá cuando el peligro vaya diluyéndose, el Gobierno exija menos medidas...”
Benxamín Porto, también profesor de Sociología en la Universidad de Vigo, considera que fue “un proceso institucional de socialización intensa acompañado de un riesgo para la vida”, por lo que “una vez instaurado no hay manera de desactivarlo”.
Señala que se percibe sobre todo en la gente mayor: “Se ven en la diana, por eso van a ser los grandes cumplidores y no van a bajar la guardia tan fácilmente”. Explica que, aunque estén vacunados, “son conductas racionales”, no solo porque sigue siendo posible contagiarse, sino porque “muchas informaciones fueron sesgadas o cambiantes y la gente está confusa”. Calcula que esta actitud se mantendrá hasta que “desaparezca la mortalidad y se convierta en una enfermedad más”.
La psicóloga Ana Sieiro, del gabinete Achega, cree que habrá más gente que se quite la mascarilla “en unas semanas, con el calor”, pero entiende que “todavía es muy pronto”. “Acaba de salir la norma y uno también está a la espera de ver qué hacen los demás”, opina y considera que en las calles de la ciudad, donde casi siempre te vas a cruzar con alguien, “piensas si al otro le va a molestar que vayas sin ella”. “La gente está concienciada de que hay que ir despacio”, destaca y coincide en que “la gente mayor y la enferma tiene más miedo”.