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"Sabemos que el Sergas está esperando por nosotras"

Desde la izq., Gemma Martínez, Emma Rodríguez, Roberto Martínez, Carmen Muíños, Paula Carballo, María González, Aroa Campelos, Saínza Da Vila (agachada) y Alejandra Díaz, en una de las aulas de la Escuela de Enfermería del Meixoeiro. | // ALBA VILLAR

La última promoción de la Escuela de Enfermería del Meixoeiro acabó el martes las prácticas; la próxima semana, presenta sus trabajos fin de grado; y, antes de julio, podría estar trabajando. Las ofertas les sobran. “Sabemos que el Sergas está esperando por nosotras”, explican una representación de nueve alumnas de las más de cincuenta de cuarto curso. No era lo normal. Hace solo 6 años no había trabajo para ninguna y se veían obligadas a emigrar. Por el medio han pasado muchas jubilaciones y una pandemia. Ahora, las nuevas enfermeras sienten la “presión” para que se incorporen cuanto antes y alertan: “Psicológicamente, bien no estamos”.

Cuando iniciaron sus estudios, en 2017, “empezaban a despegar” de nuevo las ofertas laborales para el colectivo. Aunque no era algo que ellas tuvieran en cuenta en aquel momento. “Nos metimos por vocación y menos mal porque si no, no lo aguantas”, señalan y lo explican: “ En las prácticas en el hospital, con 20 años, ya vives cosas muy duras”.

Aprendieron pronto que “Enfermería no es una profesión, sino un estilo de vida”. La describen como una “carrera muy exigente” a la que le dedican casi todas las horas de su día entre clases, tiempo de estudio y prácticas. “Apenas hemos tenido vida universitaria”, lamentan . “Cuando mis amigos de otras carreras estaban volviendo de fiesta yo ya iba en el autobús a las prácticas”, recuerda una.

También con el inicio de las prácticas descubrieron los inconvenientes de la política de contratación del Sergas: “vivir a turnos” y, mientras no tengan plaza en propiedad, pendientes de un teléfono, entre otras cuestiones. “Todos te dicen ‘Métete en magisterio, que aún estás a tiempo’”, cuentan. A pesar de ello y de que tienen ofertas de centros sanitarios y residencias privadas –algunas incluso las contrataban durante el grado–, “de primeras”, todas quieren trabajar en el sistema público. “Te da una estabilidad si consigues plaza”, destacan.

En prácticas, han pasado de “estorbar” en segundo curso a, en algunos servicios durante el último, sacar trabajo y plantearse: “¿Aquí, cuando no haya alumnas, qué van a hacer?” Saben que las están esperando con ansia. Lo ven: “Hay gente doblando turnos, están negando días libres...” Y se lo dicen: “Ahora a trabajar, que hacéis falta”. Eso les añade presión al inicio de una profesión en la que saben que un error puede conllevar un problema para el paciente. Y porque no a todas les apetece trabajar “inmediatamente”. A todas les gustaría disfrutar de algo más de 15 días de vacaciones y otras, además, quieren dedicarse en exclusiva a preparar el EIR para entrar en una especialidad. Pero sienten “una presión encima que no es normal”.

Lanzan un mensaje a la Administración que las está demandando: “Que cuide a quien cuida”. No quieren vivir para trabajar ni hacerlo pendientes del teléfono porque si no lo cogen las penalizan. “Quiero dormir tranquila sin miedo a no escucharlo”. Quieren que si se especializan se valore y no acaben desaprovechándola en otros servicios. No quieren rotar cada día por uno diferente, molestando a los que les tienen que enseñar y perjudicando al paciente.

La Escuela de Enfermería del Meixoeiro navega entre dos aguas: depende del Sergas y está adscrita a la Universidad de Vigo.

“Si tanto se nos necesita, no se nos valora”

En las últimas elecciones a rector no permitieron vota a sus estudiantes, pero sí las consideraron alumnas cuando les pidieron que hicieran test serológicos al alumnado. En cambio, para ellas no hubo. Reprochan el trato que reciben de esta institución y agradecen el de sus profesores: “Dan todo y más”.

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