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De la Fuente, un apellido grabado en el rostro de Vigo

La arquitectura de Vigo sabe de apellidos que se labran un hueco en el oficio. Ocurre con Cominges y con Castro, por ejemplo. Pocos han logrado sin embargo una huella del calibre de De la Fuente. Entre más o menos 1875 y 1959, primero con Jenaro de la Fuente Domínguez y después su hijo, Álvarez, el apellido se estampó en los planos de algunos de los edificios más bellos de Vigo. En 2021 celebran un doble aniversario: 170 años del nacimiento del primero, 130 del segundo.

Su travalengüístico apellido polaco, exótico para los vigueses de comienzos del XX, pronunciado aún con dudas, la barbilla hundida en el pecho y a media voz por muchos de quienes estrenan el XXI, jugó una mala pasada a Michel Pacewicz. En la esquela del 3 de febrero de 1921 en la que se anunciaba su muerte se le presentaba –y por partida doble– con la desmadejada grafía de “Monsieur Pacewiehz”, arquitecto. El tiro gramático fue más preciso un año después, en agosto de 1922, cuando a las funerarias de Vigo les tocó informar del pasamiento de otro pope del urbanismo local: Jenaro de la Fuente Domínguez. Su esquela, la única publicada en el Faro del 22, ocupa todo un faldón, está ribeteada con una gruesa línea negra a modo de crespón, y despliega con una letra apretada, no apta para miopes, su larga lista de méritos: Maestro de Obras facultativo, Caballero de la Real Orden de Carlos III y Medalla de Oro de la Cruz Roja; entre un largo etcétera que, con todo, racanea en el peso que había alcanzado en Vigo.

De la Fuente Domínguez es padre de buena parte de la arquitectura que hoy despierta más admiración en las calles de la ciudad. Y por partida doble, además. En el sentido más carnal y literario de la palabra. Lo es porque de su mesa de trabajo salieron los planos de grandes edificios monumentales, como Casa Bárcena, Hotel Universal o el Bonín. E igualmente lo es porque uno de sus cuatro hijos, al que legó su nombre –Jenaro de la Fuente Álvarez–, le tomó el relevo profesional y trazó obras que no le van a la zaga al padre en resonancia, incluidos La Peineta, Aurora o la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Industrial.

  • Izquierda: J. de la Fuente Domínguez. Derecha: J. de la Fuente Álvarez.

    Una huella atenta a las nuevas corrientes y no libre de polémica

    A lo largo de su carrera ambos Jenaros, padre e hijo, permanecieron atentos y sensibles a las tendencias que soplaban más allá del Atlántico y los Pirineos. Su legado tampoco estuvo exento de polémica. A causa de su título, la elección de De la Fuente Domínguez como arquitecto municipal causó malestar en el gremio local, que llegó a asociarse y trasladar sus reclamaciones incluso al Supremo.

En uno de esos guiños curiosos que deja la historia, 2021 –año del centenario de la muerte de Michel Pacewicz en Vigo– regala otras dos efemérides redondas ligadas a otros tantos arquitectos, los dos Jenaro y los dos de la Fuente. Padre e hijo. En 2021 se celebra el 170º aniversario de Domínguez, quien nació en Valladolid el 19 de septiembre de 1851; y el 21 marca igualmente el 130º de su hijo, Álvarez, con cuna en Vigo.

Además de compartir familia, nombre, primer apellido, oficio y ciudad, ambos “Jenaros” desempeñaron cargos de importancia en el departamento de urbanismo del Ayuntamiento. Con tantos paralelismos es habitual que cuando se cita alguna de sus obras se atribuya sin más a “Jenaro de la Fuente”, sin el segundo apellido; un sello bajo el que el legado de padre e hijo acaba disuelto en un gran patrimonio común.

R. Grobas Bonín (1909): obra de De la Fuente Domínguez. En Arenal.

Incluso el callejero deja un ejemplo. La carretera situada entre Travesía y Ramón Nieto se queda con esa designación nebulosa cuando –según recoge Daniel Antomil en Los nombres de las calles de Vigo– en rigor homenajea desde 1972 y de forma exclusiva al patriarca: De la Fuente Domínguez. Sus historias y obras se conocen bien sin embargo gracias a la labor de autores como José Ramón Iglesias Veiga o Jaime Garrido, quien en uno de sus últimos libros presentaba a Domínguez como “el gran artífice del Ensanche”.

Las raíces de la estirpe se hienden en tierras de Castilla, en Valladolid. Allí nació el 19 de septiembre de 1851 Jenaro de la Fuente Domínguez. El dato lo recoge la hoja de Servicios del Cuerpo de Ingenieros y empleados, pero no está exento de cierto debate. Otras fuentes apuntan algo más al norte, a Palencia.

Biblioteca Juan Compañel (1889): entre Joaquín Yáñez y Fermín Penzol, obra de Domínguez. Archivo FARO

Hacia 1871 el primero de los Jenaro consiguió el título de maestro de obras y años más tarde, en marzo de 1874, ingresó en el Ejército como maestro de tercera clase de obras militares. Su rango, alférez. El destino que le asignaron entonces le encaminó hacia una villa pesquera bañada por las aguas del Atlántico, provista de puerto con vocación internacional, pujante industria conservera y una burguesía tan deseosa de dejar huella en las finanzas como en el callejero de su propia urbe: Vigo.

En las Rías Baixas echó Jenaro raíces. Profesionales y personales. Al cabo de tres años, en 1877, trazaba ya proyectos residenciales y asumía la enseñanza de dibujo lineal en el Liceo. Inquieto, trabajador incombustible, no quiso bajar el ritmo: asistía a la Comandancia de Ingenieros, impartía clases en la Escuela de Artes y Oficios, ascendió en el 81 a la categoría de maestro de segunda...Y, sobre todo, elaboraba planos. En 1878 para un edificio en Príncipe con Velázquez Moreno, en el 79 firmaba un caserón en Policarpo Sanz, en el 80 un par de casas para la viuda de Rodríguez Laforet y otras entre Príncipe y Colón en el 83. La lista sigue y sigue. En el 1886, con 34 años, se casó con Isolina Álvarez, a la que doblaba la edad y con la que tuvo cuatro hijos: Jenaro, Isolina, Vicente y José.

Hotel Universal (1888): en la actualidad el AC, obra de Domínguez. R.G.

Uno de sus saltos mayores, sin embargo –al menos en el terreno profesional– lo dio en 1889 al convertirse en director facultativo de las obras municipales del Concello. Su paso por el cargo –intermitente: renunciaría en 1890 para retomarlo pasados cuatro años– fue tan prolífico como polémico. Como recuerda Iglesias Veiga en su artículo biográfico para la Real Academia de la Historia, el nombramiento “encubría” en realidad el de arquitecto municipal, puesto para el que De la Fuente Domínguez carecía de título oficial. La designación no sentó nada bien en el gremio local, que batalló en los despachos y juzgados y elevó el pleito incluso al Tribunal Supremo.

Aquel conflicto dio alas, por ejemplo, a la Asociación de Arquitectos de Galicia, pero a efectos estrictamente prácticos sirvió de poco. De la Fuente Domínguez se mantuvo en su despacho del Concello hasta su muerte, en 1922. Desde allí ejerció como director de orquesta en una época en la que la arquitectura podía resonar con sus notas más coloridas. Vigo crecía, el Ensanche se expandía y la burguesía –la misma que a finales del XIX había fichado a Michel Pacewicz en Francia– quería que su buen gusto y poderío rezumase de las fachadas tras las que habitaba igual que brillaban sus libros de cuentas. Gracias a su cargo oficial, Domínguez participó además en las obras del cementerio de Pereiró.

Aurora (1959) diseñado por De la Fuente Álvarez, se sitúa entre Urzáiz y República Argentina. R. Grobas

Empapado del eclecticismo que consultaba en los libros y revistas de su nutrida biblioteca, Domínguez proyectó casa Bárcena (sede de Afundación), el antiguo Hotel Universal (AC), el Bonín (Arenal 40-42) o la actual Biblioteca central del Casco Vello. La lista se completa con obras fuera de Vigo, como el Gran Hotel del Balneario de Mondariz, la reforma del pazo de Lourizán, o el Rubira, que no sobrevivió a la piqueta que a lo largo del siglo XX privó a Vigo de alguna de sus mejores joyas.

Con una huella cincelada en granito, Domínguez murió en Vigo el mediodía del 21 de agosto de 1922. Sus restos descansan en un panteón de estilo modernista de Pereiró que él mismo se había encargado de diseñar sin escatimar en la elegancia que, durante años había, desplegado bajo demanda por el Ensanche.

Su fallecimiento obligó al relevo en las oficinas del Concello. La responsabilidad pasó a asumirla otro Jenaro, otro De la Fuente: Jenaro de la Fuente Álvarez, de 31 años y recién titulado en la Escuela de Arquitectura de Madrid. De su padre heredó otras dos facultades: capacidad de trabajo y sensibilidad ecléctica.

La Peineta (1962): obra de Álvarez. Entre Lepanto y Urzáiz. M.G. Brea

De 1925 data el edificio de Eligio Prieto (Príncipe, nº12) o el situado en el número 11 de la calle Uruguay –frente a la Plaza de Portugal, en cuyo diseño, por cierto, también se implicó como técnico municipal– y del 1926 el conocido como “La Peineta”, levantado en la confluencia de Urzáiz y Lepanto y que toma su apodo del remate superior de su fachada con forma de columnata. Su herencia se enriquece con la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Industrial, el bloque de Príncipe nº 5, planos de chalés, la fábrica de conservas Albo o Casa del Pescador.

A mediados de los años 20 el más joven de los Jenaro sacó la escuadra y el cartabón para trazar los planos de un monumental estadio de Balaídos, coliseo a la altura de un Celta nacido solo tres años antes de la fusión del Vigo Sporting y el Real Fortuna. Su propuesta –con un cierre escultórico– debió replantearse sin embargo por la escasez de fondos.

Casa Bárcena (1879). Legado de Domíguez, en Policarpo Sanz. // R. Grobas

La rica evolución de su estilo puede trazarse siguiendo sus obras desde los 20 –en el 28 está fechada la pérgola de Bouzas– hasta finales de los 50, de cuando datan el edificio Aurora, en la esquina de Urzáiz con República Argentina; o el antiguo Instituto Femenino de Gran Vía. Con esa soberana estela arquitectónica a sus espaldas, Jenaro falleció en 1963.

En plena doble efeméride de sus nacimientos, el de padre e hijo, buena parte de la obra de los “Jenaros” disfruta de una “segunda juventud”. En García Olloqui rebrota un viejo caserón derruido, en Vázquez Varela, Uruguay y Lepanto se han rehabilitado edificios, en Rosalía de Castro y Colón está a punto de ocurrir lo mismo con ambiciosas reformas residenciales... El mejor reconocimiento para una de las estirpes que más ayudaron a moldear el Vigo que bullió entre el XIX y mediados del XX.

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Los arquitectos que cambiaron Vigo: Manuel Gómez Román, Jenaro de la Fuente y Antonio Palacios Hilda Gómez | Alba Chao

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