“Había que venir ya el primer día, y no fallaremos mañana, ni pasado, ni el siguiente; a saber cuándo volverán a cerrar”. Con esta frase verbalizaba un grupo de siete amigos –separados en dos mesas– el sentir de cientos de vigueses que aprovecharon las primeras horas de la desescalada para bajar hasta su bar o restaurante de confianza tras un mes de cierre. Esta euforia, que las cafeterías celebraban y aplaudían a primer hora, se vio algo descontrolada a medida que avanzaba la jornada y el buen tiempo acompañaba. Tanto en interiores como en terrazas, la imagen de quizás excesivo gentío llamó la atención del ámbito sanitario, quien reclamó prudencia y un estricto cumplimiento de la normativa para no tener que volver a imponer medidas de cierre: mascarilla en todo momento excepto el momento de tomar la consumición, distancia social y aforos del 50% en las terrazas y 30% en interiores.
No todo fue negativo. Los jóvenes Kelly y Diego, cautos con la reapertura, daban su visto bueno al cumplimiento de las medidas. “En cuanto llegamos, nos limpiaron las sillas, la mesa, la separaron un poco de las demás... No puedo decir que no nos sintamos seguros”, cuentan.
Deseosos ya de que llegase el día estaban los hosteleros. En restaurantes, muchos ya con el cartel de “reservado” en sus mesas, y en cafeterías, se sucedían los clientes. “Por fin Carmen, qué ganas de ese café”, le decía a la dueña de la cafetería Ecos uno de sus clientes, mientras ella ya se encontraba sirviendo otra mesa. “Llevamos con gente desde que abrimos; tenían ganas de bar, de estar tranquilos tomando un café, de socializar, de todo”, bromea esta hostelera.
Esta felicidad por la tan necesaria reapertura para el sector se mezclaba con las restricciones a las que siguen teniendo que hacer frente. Es el cierre a las 18.00 horas lo que más afecta a su trabajo. “La acogida no ha sido mala, al contrario, y en cuanto entremos en el fin de semana será mejor. Pero el cierre a las 18.00 se nos vuelve muy en contra, más que el 30 o el 50% de mesas, el horario es lo que nos hace daño”, comenta Fran Lamosa, dueño de un bar de Rosalía de Castro. Antonio, encargado de La Centralita también se mostraba contrariado con esta limitación. “Las mañanas solo funcionan el fin de semana, entre las 16.00 y las 18.00 es cuando menos movimiento hay”, explica. Javier Ferreira, de la cafetería Vitruvia iba todavía más allá. “Hoy –por ayer–, el fin de semana y hasta la próxima semana esperamos mucha afluencia, pero no sabemos qué pasará a mediados de marzo, cuando con estas restricciones la gente ya no tenga tanta ansia por venir como ahora”, razonaba.
Sobrecarga policial
Especial trabajo tuvieron también los efectivos de la Policía Local. El cuerpo municipal destinó cuatro de sus nueve patrullas solo para labores de vigilancia y control de normas en locales de la ciudad. Fuentes policiales confirmaron que recibieron durante la tarde más de cuarenta avisos de incumplimientos en cafeterías o establecimientos, siendo imposible dar salida a todos los servicios. “Las demás patrullas, que estaban para el resto de intervenciones tuvieron que colaborar por la saturación de avisos y llamadas que tuvimos”, explicaban estas fuentes. También la Policía Nacional hizo un despliegue muy llamativo en Porta do Sol.
No solo los hosteleros abrían sus puertas. Los cines, como fue el caso de Cine Salesianos, o los gimnasios de la ciudad se engalanaron también para recibir a sus primeros usuarios. “Para mí casi fue más duro el cierre del gimnasio que el de los bares. Compré algunos productos y así, pero no es lo mismo. Hoy hasta vi que me cataba hacer ciertas cosas”, contaba Miríam, a su salida del gimnasio VivaGym. Su compañero Antón Lens también celebraba este regreso como una forma de socialización. “Teníamos ya aquí un grupito, siempre quedábamos un poco antes para vernos”, relataba el joven.