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El siglo en el que Vigo situó sus escenarios en el mapa

El siglo en el que Vigo situó sus escenarios en el mapa Archivo Pacheco

La pujanza del puerto y la industria de la salazón impulsaron, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, un explosivo crecimiento demográfico que convirtió la villa marinera que era Vigo en la ciudad más pujante de Galicia. Y, en paralelo, se expandía también su vida social y cultural. Dentro de esta última, poco se sabía de la actividad lírica y escénica. Hasta ahora. El catedrático de repertorio vocal del Conservatorio Superior de Música (CSM) de Vigo, Carlos Enrique Pérez Gómez, ha dedicado la última década a rescatar de los archivos más de 5.000 referencias de actuaciones desde la apertura del primer recinto público de cierta entidad, la Casa-Teatro (1832), hasta la primera andadura del Teatro García Barbón. Un siglo en el que la urbe “pasa de la nada a convertirse en ciudad referencial en Galicia” en los circuitos nacionales e internacionales de las grandes compañías.

La tesis de Carlos, “Un siglo de teatro lírico en Vigo: escenarios, intérpretes, repertorios y prácticas de consumo (1832-1931), dirigida por la musicóloga Inmaculada Matía Polo, es el primer trabajo académico de envergadura que reconstruye la realidad de la escena musical viguesa. Este pianista especializado en acompañamiento vocal, que acude a la ópera desde los 6 años, explica que, al inicio del siglo XIX “la ciudad prácticamente no aparece en el mapa de los circuitos líricos, mientras que en A Coruña ya está asentada”.

Este melómano vigués cuenta que “se habla de una primigenia casa de comedias situada en el entorno de la calle Oliva, de la que casi no hay datos”. En 1832, el acaudalado empresario Norberto Velázquez Moreno abre el primer espacio de ocio: la Casa-Teatro con entrada por la plaza de la Alhóndiga –actual Praza da Princesa–. El autor señala que, si bien fue importante para este Vigo “en construcción”, tuvo dificultades para contratar compañías en gira ante la falta de conexiones ferroviarias con Castilla y Portugal.

Salvo alguna excepción, hubo que esperar hasta finales de los setenta para disfrutar de agrupaciones y solistas de relieve. A partir de entonces, fue “un fenómeno exponencial”. “La inauguración del Teatro-Circo Tamberlick lanza definitivamente la ciudad”, resalta Pérez Gómez y añade que sus temporadas supusieron “un antes y un después en la oferta de espectáculos líricos”. Colocó la oferta lírica viguesa a la altura de la coruñesa y “superando a otras hasta entonces muy activas como Santiago Pontevedra.

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El siglo en el que Vigo situó sus escenarios en el mapa

Una de las peculiaridades de Vigo es su conexión con los escenarios portugueses. Era tanto una etapa intermedia para agrupaciones lusas que se dirigían al norte peninsular, como la vía marítima o ferroviaria de compañía españolas que se dirigen al país vecino y, de paso, se subían a las tablas de la urbe olívica. En cambio, “se ha demostrado más puntual que ordinaria” la organización de representaciones con artistas que llegaban o embarcaban hacia América.

El Tamberlick, en la calle Eduardo Iglesias, nació a la par de otro proyecto de un auditorio que iba a ser público. Cuando Velázquez Moreno reconvierte la Casa-Teatro en un edificio de viviendas, un movimiento social propugna una alternativa. El proyecto nació en 1881 como Teatro Romea; se reformuló como Cervantes; y abrió sus puertas como Rosalía de Castro, en 1900, en el espacio del actual Afundación. “Al principio, tiene una actividad tremenda. En 1900, presenta una temporada de ópera magnífica, en la que canta nada menos que Matilde de Lerma y un tenor gallego de Malpica, Ignacio Varela, que llegó a cantar en La Scala de Milán. Pero luego la gestión se hace muy difícil. Llega un momento [1904] que deciden vendérselo a la familia Simeón, de los almacenes textiles. Provocó un revuelo tremendo y las gestiones de García Barbón y del propio Ayuntamiento logran mantener el teatro”, cuenta Pérez Gómez y agrega: “Empezó con mala estrella y en 1910 arde”.

A Carlos le sorprendió descubrir, que, sin embargo, el Tamberlick “sobrevive a todos los avatares” y a los años más difíciles de la dictadura de Primo de Rivera y “es el que se consolida”. “Es un espacio que congrega los elementos líricos más importantes e, incluso, los cinematográficos, porque el cine en Vigo nace en el Tamberlick y el sonoro también se presenta allí”, destaca.

Entre los otros escenarios que hubo en la ciudad, al músico vigués también le llamó la atención el papel que desempeñó el Odeón. “Siempre se ha referenciado como un espacio relevante del séptimo arte, pero durante un lustro tuvo una importancia tremenda a nivel lírico. Trajo grandes figuras. Sobre todo, la soprano Mercedes Capsir, toda una estrella internacional, que se presenta en el primer año de vida del teatro”, revela.

A este impulso de la actividad lírica contribuyó el florecimiento asociaciones y de los cafés nacidos en la Belle Époque.. Estos últimos contribuyeron a la proliferación de las obras entre las clases modestas. “Eran como anexos a la sala teatral. En ellos se repetía muchas veces el repertorio con pequeñas representaciones semiescenificadas. Ni el salario medio del trabajador de la industria pesquera ni los horarios le permitían ir al teatro. Era más fácil pagarse un café en el Colón o en la Cervecería Montañesa y escuchar extractos de la ópera que se estaba representando en esos momentos o, ya en los años 20, escuchar a una cupletista y pasar un rato agradable disfrutando de las letras picantes mientras, además, interactuaban un poco con el público”. Cuenta que tuvieron “muy buena aceptación” en la ciudad los géneros sicalípticos o pícaros, con tintes eróticos, como la revista. La zarzuela y la opereta fueron los géneros vehiculares.

La tesis también trata de profundizar en las composiciones escénicas de autores gallegos representadas en Vigo, pero su presencia fue mínima. La más destacada fue la de “O Mariscal”, la primera ópera gallega, que se estrenó en el Tamberlick y no se volvió a poner en escena. Basada en el texto de Ramón Cabanillas y Antón Villar Ponte es “la culminación del anhelo de afirmación cultural firmemente postulado por el activo grupo de intelectuales galleguistas de las “Irmandades da Fala”.

El que también fue director en el conservatorio de Pontevedra, espera que esta tesis que aprobó con “cum laude”, pueda ver también la luz como una publicación de carácter más divulgativo. Y no descarta una segunda parte, con la época dorada de Amigos de la Ópera.

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