Has querido marcharte sin despedirte y yo, como no podía ser de otra manera, me niego a hacerlo. No quiero despedirte porque no te irás nunca. Lo fácil sería hablar aquí de todo lo que nos dejas, de tu legado. Desde la pequeña clínica que heredaste de tu padre y no desde un gran y pomposo hospital universitario, te convertiste en pionero en la cirugía laparoscópica, algo que ahora parece hasta fácil, gracias a visionarios como tú.

Contigo se han formado decenas de cirujanos que luego han formado a otros. Así, hay por el mundo miles de personas que se llevan cada día un pedacito del doctor Toscano. No es necesario extenderse en esto. Prefiero hablar de mi amigo, del hombre de talento extremo, paciencia inagotable y bondad infinita. Hace no muchas semanas compartiste con nosotros una hermosa carta que dedicabas a "tus metástasis", a las que creías empezar a querer. Pues yo no, yo las odio profundamente. Las odio porque no me han concedido más tiempo para descifrar el enigma. Quizás por mi torpeza, en tres años y medio, no he logrado averiguar si eres un cirujano con alma de internista o un internista con manos de cirujano.

En el fondo da igual, pero ya sabes que siempre me ha gustado mucho retorcer las cosas. Lo que sí he podido ver es a un gran médico, un gran líder, un gran maestro, un gran orador y un talentoso dibujante, pero sobre todo un hombre extraordinario. En los últimos meses nos has dado una lección de vida, demostrando a las metástasis que podían quitarte la vida, pero no impedirte vivirla hasta el último momento, regalando tus últimos consejos y enseñanzas. Esta ha sido tu última gran lección. Descansa en paz, amigo; podrás hacerlo porque sabes que dejas un legado que te hará eterno.

*Cirujano digestivo, colega y amigo