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SOS de los discapacitados visuales

Las restricciones de la 'nueva normalidad' dejan en fuera de juego a las personas con discapacidad visual

Lorena Fernández, en una farmacia de Portanet // J. Lores

Hemos tenido que aprender a transmitir sensaciones con los ojos -las mascarillas han escondido las sonrisas-, acostumbrarnos a mantener una distancia interpersonal de unos dos metros con desconocidos para evitar contagios, desesperarnos en las colas de los supermercados o desinfectarnos las manos antes de entrar en un restaurante. El fin de la desescalada nos ha impregnado en la memoria una paleta de situaciones que jamás nos habríamos imaginado y que nos acompañarán durante un tiempo todavía indefinido. Es la carta de presentación de la nueva normalidad, firmada por el famoso Covid.

Para las personas con discapacidad visual, este término es una suerte de eufemismo: no ilustra su día a día. En absoluto. Y es que la realidad que ha dibujado el coronavirus es "muy diferente" a la anterior. Así lo asegura Lorena Fernández Franco, subdirectora de la ONCE en Vigo, que comprueba en primera persona cómo el legado de esta pandemia global ha modificado sus rutinas y su forma de interactuar con el entorno. La cartelería, las marcas en el suelo para asegurar las distancias de seguridad o la posición de los geles hidroalcohólicos en los establecimientos dejan en fuera de juego a estos ciudadanos.

"No puede llamarse normalidad cuando hay que ir con mascarilla a todos los lados. Para nosotros, el término tiene menos sentido todavía. No sé a quién se la ha ocurrido. Nuestra independencia está mermada, somos menos independientes que antes. En condiciones habituales, podíamos desplazarnos sin problemas, aunque necesitásemos la ayuda puntual de la gente para algunas tareas en las que tuviésemos dificultades. Pero ahora, es más complicado", lamenta Fernández antes de destacar que pasó el estado de alarma en la ciudad olívica prácticamente sin salir de su casa.

Las restricciones impuestas durante la desescalada y que continúan vigentes para poner palos a las ruedas del coronavirus también hacen la zancadilla a las personas con discapacidad visual. ¿Cómo saben si hay cola en un local y cuál es su aforo, cómo de cerca pasa un viandante -o si lleva mascarilla-, dónde están situadas las marcas del suelo que indican el espacio dedicado a los clientes o en qué posición encontrar el gel hidroalcohólico para desinfectarse las manos? Estas novedades obstaculizan diariamente su realidad, a la que, en un nuevo ejemplo de superación, se están intentando acostumbrar.

"La solución, por ahora, es preguntar a los dependientes. Yo no puedo comprobar si hay alguien esperando a entrar a una farmacia, gente comprando dentro o cuántos podemos estar a la vez en el interior. Tampoco localizo el gel hidroalcohólico y no debo ir tocando todo hasta llegar al dispensador, sería incluso peor. Lo que debemos hacer es hablar con quien atiende en los establecimientos para que ellos nos indiquen dónde se sitúa cada elemento y hasta dónde acercarnos", explica Lorena Fernández.

Para superar los baches que ha escarbado el coronavirus, destaca que es imprescindible la colaboración de la gente, que "sí está sensibilizada". "Ya no salgo sola a menos que lo vea necesario o nadie pueda facilitarme lo que preciso. Lo evito. Pero si no queda más remedio, salgo y pregunto. Esperaba que la gente tuviera más miedo a la hora de ayudarnos, pero, en ese sentido, muy bien: de camino a la oficina, los viandantes están pendientes de echarme una mano. Los obreros que montan las rampas mecánicas de la Gran Vía -donde se emplaza la sede de la ONCE en Vigo- hasta me agarran si es necesario", anota.

En la nueva normalidad, Lorena Fernández ya no se desplaza en transporte urbano. Hace justo una semana, abandonó el teletrabajo para incorporarse de nuevo a su puesto en el edificio de la ONCE. Dejó de coger el Vitrasa para evitar posibles aglomeraciones. Su pareja la acerca en vehículo particular hasta las proximidades de la Gran Vía. "Mientras pueda, evitaré ir a las tiendas de ropa, a las que antes iba sola, a no ser que precise algo con urgencia, y los espacios con muchas personas, como son los autobuses", apunta.

"El aforo está al 100% y, aunque vayas con la mascarilla, es un medio en el que va mucha gente y nosotros tenemos una dificultad añadida: tocamos más las cosas que la gente sin discapacidad visual, queriendo o sin querer, ya que no vemos lo que nos rodea. Puede coincidir que toque la mano de alguien al agarrar la barra. Me pasa algo similar con el tema de ir de compras: sé que se toman las medidas oportunas en las tiendas, pero se me haría raro por todas las restricciones. Y con el supermercado: suelo hacer pedidos por Internet", comenta.

En las cafeterías, se abre otro frente para las personas con discapacidad visual. "Antes, cuando iba sola, como ocurría algunas veces al hacer la pausa en el trabajo, entraba al local y, si veía que la mesa estaba vacía, me sentaba. Ahora, tengo que esperar a que me atiendan fuera y no sé si están limpiando alguna mesa para que me siente. Aún no he ido a ninguna sin compañía, pero me quedaría fuera esperando a que alguien me dijese algo", cita.

La nueva normalidad ha amistado a Lorena Fernández con el gel hidroalcohólico, que siempre lleva en el bolso, pero no con los guantes: "Nunca me he planteado utilizarlos. Perdería sensibilidad y, para nosotros, el tacto es fundamental".

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