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La reclusión pasa factura a los dientes por mala alimentación y tensión

Los odontólogos detectan deterioros por cierto grado de dejadez en la limpieza y cambios en los hábitos alimentarios, así como desgaste por tensión

La odontóloga Abellás actuando en la boca de un paciente, con todas las medidas de protección. // Alba Villar

Las clínicas dentales ya eran unos espacios con muchas medidas de seguridad frente al contagio. "La boca es la cavidad corporal más contaminada. Estamos acostumbrados a lidiar con infecciones como hepatitis o el sida", explica el odontólogo Pedro Guitián. "Nos forman para tratar a todo el mundo como si fuera un posible transmisor de una enfermedad", coincide su colega Xiana Pousa y explica que ahora se han tenido que adaptar a las características especiales del Covid-19 y "reforzar las barreras". Hace un mes que han recuperado la actividad y, tras ver a los primeros pacientes, tienen la sensación de que las dentaduras también han padecido con este confinamiento.

Pousa no ha percibido que el miedo al contagio esté suponiendo "una barrera grande" a la hora de acudir a la clínica, aunque en los primeros días, los nuevos pacientes eran gente preocupada por problemas dentales y no por tratamientos cosméticos. Observando las bocas, ha notado que "por el estrés de la incertidumbre, la gente ha apretado mucho los dientes" y los ha desgastado o, incluso, ha roto pedacitos. También cree que, en el confinamiento, "a pesar de tener más tiempo, se le ha dedicado menos a la boca". Sospecha que los cambios en las rutinas han llevado a no cumplir con todos los cepillados, a lo que se suman peores hábitos alimenticios, con la ingesta de más dulces o bebidas con PH ácido.

Aunque advierte de que "todavía no se puede afirmar con rotundidad", Guitián también presume "cierto grado de dejadez" en la higiene bucal, agravada con "más viajes a la nevera" por su cercanía. El resultado son más caries y periodontales. Su clínica fue una de las siete viguesas que se mantuvo siempre abierta. Vieron menos urgencias de lo habitual y las que casi desaparecieron fueron los traumatismos infantiles.

Los niños son los últimos que han regresado al dentista. "Los papás están siendo muy precavidos", destacan en la clínica Dr. Ronald. Sonia Bastos cuenta que a los pacientes se les pide que acudan solos y que sean muy puntuales, para que no haya gente en la sala de espera. No deben llevar bisutería y el pelo tiene que ir recogido. Ellos les pondrán un gorro y una bata, así como calzas en los pies, tras desinfectar los zapatos.

Además de estas medidas, la odontóloga Beatriz Abellás, cuenta que se realiza a los pacientes un cuestionario y se les toma la temperatura. Con un colutorio específico que reduce la carga vírica en la boca en caso de que exista. Necesitan más tiempo entre caso y caso para desinfectar y ventilar. Describe que las protecciones que usan son "casi como de UCI". "Hay que tener claras las normas para que no haya riesgos", sostiene y relata que pasan calor, pero no miedo: "No lo tenemos porque nos esmeramos en hacerlo bien". Ha notado que, aunque la gente tiene "confianza", "los mayores prefieren aplazar las revisiones".

"La clínica se ha convertido en un quirófano", señala Guitián. "Para estar lo más seguros posibles", realizan a su personal cada semana un test para detectar SARS-CoV-2. Hacen desinfecciones y tienen sistemas de renovación de aire con filtros de partículas 10 veces más pequeños que el virus.

Pousa resalta que están haciendo un "esfuerzo por cambiar el modo de trabajo" dirigiéndose a la "odontología slow" con citas más largas para concentrar los procesos y reducir el número de visitas. Ya antes del Covid-19, ofrecían sedación intravenosa con la presencia de un anestesista para poder intervenir hasta 4 horas sin que el paciente se canse. Ahora lo aceptan más personas. También se apoyan en la tecnología digital para analizar la boca sin que tenga que estar abierta. "Si antes ya era algo útil, ahora más".

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