Herminda Pereira, de 88 años, fue una de los casi 90 residentes de DomusVi Barreiro que se contagiaron con el Covid-19. "Cogí el virus, lo maté y me salieron anticuerpos", cuenta desde su habitación, de la que ahora puede salir al pasillo a caminar. Relata que lo pasó "disgustadilla", pero que reaccionó enseguida porque "a la vida hay que echarle valor". Repite incansable que se puso bien gracias a los trabajadores del centro, "que son maravillosos, de primera categoría". La residencia parece próxima a estar libre de virus: quedan 2 positivos entre los 107 usuarios y 3 entre el centenar de empleados. Mientras, no puede aceptar visitas. Herminda tampoco quiere recibirlas: "Prefiero que no vengan, para que no se contagien". Tienen un sistema para verse en persona: su "encantador" hijo, su nuera y su nieto acuden bajo su ventana.

La pintura ha ayudado a Herminda a sobrellevar el confinamiento, pero hay algo que sí echa de menos: estar al aire libre. En algunos "casos puntuales", hay residentes que han podido salir al jardín, cuenta la coordinadora, Noelia Lorenzo. La recuperación de actividades se va colando en el día a día en el que llegó a ser el mayor foco de coronavirus de Galicia.

El centro sigue compartimentado. El director nombrado por la Xunta con la intervención de la residencia, Constantino Piñeiro, cuenta que la gestión ordinaria se divide en tantos sectores como perfiles diferenciados de usuarios tienen: los 2 positivos, por un lado; 31 que siempre han sido negativos, por otro; y los negativizados agrupados también según la fecha en la que recibieron el negativo. En sus instalaciones están, además, 12 negativos procedentes de Crecente -con condiciones de dependencia que impidieron su traslado a la residencia de Nigrán- y esperan que, cuando ya no quede ningún infectado y se superen las cuarentenas, vuelvan los 9 desplazados a Patos. Será entonces también cuando las autoridades sanitarias deberán valorar el fin de la intervención.

Mientras, la desescalada se va abriendo paso tímidamente en su interior. Tras las duchas de primera hora, los desayunos se siguen sirviendo en las habitaciones, aunque ya se trabaja en la planificación del uso del comedor con un sistema de turnos, más distancia y garantizando la limpieza. De 11 a 13.30 toca estimulación. Antes hacían estas actividades de animación y fisioterapia en grupos de 15. Ahora, han empezado a recuperar algunas repartidos por los muchos salones del centro, con no más de 5 usuarios. Tras la comida, el aseo y la siesta, vuelven estas sesiones, la cena y, a las 10 de la noche, todos a la cama. Las videollamadas se suceden a lo largo de todo el día. No todos entienden la reclusión. Les costó a los usuarios con deterioro cognitivo. "Es muy doloroso para ellos que sus familiares no vengan a verlos", destaca Noelia.

Los trabajadores esbozan ya alguna sonrisa. "Empezamos a respirar, el susto fue inmenso. El esfuerzo, también. Y nos sentimos acosados, como si se nos culpabilizara de la situación cuando estábamos centrados en salvaguardarlos", subraya. A esto se suma el miedo a contagiar a sus familiares, por lo que algunos optaron por separarse de ellos. Lo más difícil fueron los fallecidos, más de 20. "Sabes que la muerte forma parte de este trabajo, pero no estas preparada para esta magnitud y en estas circunstancias. Es muy duro, teníamos vínculos afectivos de años, muy personales."