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Una obra y 20 turnos para comer

Los cien trabajadores de San José que construyen la Ciudad de la Justicia toman el almuerzo en tandas para preservar su seguridad

Trabajadores de la constructora San José, ayer, en uno de los comedores habilitados en casetas. // A. Villar

En mesas espaciadas, separados más de un metro unos de otros y con platos calientes recién llegados del restaurante o sacados del microondas. Así comen cada día los obreros de la futura Ciudad de la Justicia de Vigo, uno de los proyectos más ambiciosos de la urbe olívica. Es la nueva rutina impuesta por el coronavirus en el sector de la construcción, que se vio obligado a cesar su actividad durante dos semanas para regresar una vez pasada la Semana Santa con las medidas de distanciamiento social e higiene pregonadas por las autoridades con el fin de evitar nuevos contagios y, así, aplanar la curva.

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El veto a la presencia de comensales en los restaurantes, decretado tras el anuncio del estado de emergencia sanitaria y, posteriormente, del de alarma, ha obligado a estos trabajadores a recurrir al servicio a domicilio o a los táperes traídos de casa para silenciar el rugido de las tripas cuando el hambre llama a la puerta. Las conversaciones en los bares durante el descanso se han trasladado a las casetas que ahora emergen sobre los que fueron los cimientos del Xeral. Y es que el famoso patógeno ha alterado hasta las rutinas de la hora de comer.

Los seis comedores habilitados, que disponen de microondas, neveras, hornillos y máquinas de agua, son la única opción de la carta para los operarios contratados a jornada partida. Con el objetivo de minimizar el riesgo de contagio y evitar la propagación del Covid-19, se han establecido turnos de 30 minutos entre las 13.00 y las 14.30 horas con un aforo máximo de seis obreros por habitáculo -antes, se sentaban hasta 15 al mismo tiempo-. Las mesas, que se limpian y desinfectan en los cambios de tanda, han sido marcadas con rayones en color rojo que indican el espacio que tiene que ocupar cada trabajador.

Pasaban las 13.10 horas de ayer cuando el primer grupo de obreros ya se disponía a abrir las tapas de sus fiambreras. Los chascarrillos, los comentarios y las sensaciones eran las mismas que antes de la irrupción del coronavirus, pero no el número de compañeros. A los cinco primeros se les sumó uno más, Marcos Chantada, que ya había probado el primer plato de su menú -unos callos y una botella de agua que le da la empresa, San José- cuando aseguraba que, "normalmente", se queda en el comedor: su hogar está en Vilaboa, a unos 20 kilómetros de Vigo. Compagina el táper con las comandas a un bar próximo, al que se acerca para recoger los pedidos: en ambos casos, la caseta es su restaurante. Sobre las medidas de distanciamiento e higiene, opina que es "complicado" acostumbrarse, pero "se va llevando". "Ahora, vivo la situación con más calma; al principio, tenía más temor al contagio, ya que somos muchos y no sabes si vas a llegar infectado a tu casa", argumentaba.

En la mesa de al lado, y acompañado por tres colegas, estaba sentado su compañero Fabián Prieto, que reside en Meaño. Su opción para recargar pilas fue un táper de macarrones. "Suelo quedarme aquí a comer, es cómodo: hay lavabos cerca y tenemos microondas. Ahora, que no hace tanto frío, suelo traer comida preparada de casa", relataba. Antes de la crisis del Covid-19, iba al restaurante con otros operarios unas dos veces a la semana; ahora, la solución es pedir: "Llamamos sobre las 12 y vamos a recogerla cuando está preparada". A él, las restricciones para minimizar el contacto físico no le suponen mayor problema. "Lo llevo bien. Evito coger el ascensor, que es donde nos podemos llegar a juntar más personas, pero, en el resto de la obra, se está bastante bien", manifestaba.

Los trabajadores de las oficinas también se han enganchado a esta tendencia. En su caso, ya es habitual recurrir a un restaurante cercano. Ayer, se decidieron por una cafetería emplazada en la calle Puerto Rico, a pocos metros. Un empleado del local se encargó de acercarles los menús cuando ya pasaban las 14.15 h.

Un centenar de operarios

Carlos Pombo, jefe de producción de los trabajos, destacaba ayer a la hora del almuerzo que, una vez se decretó el estado de alarma, la constructora se anticipó con la adquisición de comedores y vestuarios, y estableció horarios para impedir las concentraciones de obreros, cuyo número es más reducido -algo más de 100- tras la vuelta del parón de la actividad. Las causas: los ERTE (expedientes de regulación temporal de empleo) y la limitación de pasajeros en vehículos que proceden de otros lugares. "Solo pueden viajar dos personas en cada coche y tres si se trata de una furgoneta; antes, entraban cinco y nueve, respectivamente", anotaba.

Carlos Pombo - Jefe de producción

"Las mesas del comedor tienen marcas para indicar las distancias"

Fabián Prieto - Obrero a jornada partida

"Ahora, como no podemos comer en el bar, pedimos"

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