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Cuando el coronavirus es un bicho malvado que dejó a "papá malito"

Una familia de Bembrive con el padre contagiado en casa relata las dificultades de respetar las distancias con un hijo con autismo

Héctor, primero por la derecha, mira, junto a sus hermanos Martín y Lucas, pictogramas para entender el Covid-19.

"Papá está malito". Es lo único que expresa con palabras Héctor, de 9 años, sobre la pandemia del Covid-19. Su familia no sabe si es consciente de que ese pequeño bicho redondo con cara de malvado que han incorporado a sus pictogramas es el responsable de todos los cambios que se están produciendo en su vida y que alteran sus importantes rutinas. Héctor tiene un autismo, en el que la comprensión del lenguaje es muy difícil.

"No sabemos qué composición se está haciendo de lo que ocurre", cuenta su madre, Paula Verde. Para Héctor el refuerzo visual es muy importante, por lo que han tirado de internet para hablarle del nuevo coronavirus y transmitirle mediante pictogramas mensajes como "Héctor se queda en casa" o "Somos fuertes y juntos ganaremos al virus".

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Lo más complicado ha sido hacerle entender que tenía que mantener las distancias con su padre, al que diagnosticaron con la infección hace poco más de quince días. Este matrimonio con tres hijos vive en la planta superior de una casa familiar en Bembrive. "No tenemos una casa tan grande como para aislarlo y solo tenemos un baño", cuenta Paula. Se esmeraron en seguir todas las indicaciones que les dieron de lavado separado de ropa, higienización de superficies... "Pero las medidas estándar son inviables para nosotros", lamenta Paula y explica que Héctor "demanda mucho a su padre y, aunque lo intentes separar, se bloquea". "Por más cuidado que tuviéramos, mantener la distancia de dos metros es muy difícil, ha supuesto bastante tensión", añade.

En la planta baja residen los abuelos. Él, Manuel Zabaleta, fue el segundo en dar positivo en las pruebas. Al resto de los familiares, asintomáticos, les han dado por infectados y llevan recluidos, sin salidas al exterior, el mismo tiempo. Cuando la ambulancia acudió al domicilio para trasladar al abuelo al hospital, el pasado día 2, fue uno de esos momentos en los que resultó imposible que padre e hijo guardaran las distancias. Paula bajó a rellenar los documentos necesarios. Héctor, que "es más rápido que la luz" y es un apasionado de las ambulancias, salió al balcón e intentó escaparse. Cuando la madre le contaba al técnico de la ambulancia que su marido estaba aislado por contagio, el sanitario le preguntó. "¿Es ese que está agarrando al niño en el balcón?". "Se me cayó el alma a los pies", confiesa Paula y explica que han sufrido mucho con las dificultades para mantener las distancias.

Hace una semana que el padre ha dejado de tener síntomas y la tensión se ha ido rebajando. "Héctor tuvo unos días especialmente complicados, cuando estaba peor", cuenta Paula. Una de las cosas que le han ayudado en este encierro fue una iniciativa de una madre del colegio: hicieron una videollamada con los niños de clase. "No se movía del sitio, eso es raro en él; se le veía feliz", recuerda Paula. Explica que a nivel educativo quedarse en casa supone "una brecha muy grande" para Héctor porque en casa le faltan muchos apoyos al estudio y lo que más pierde es la convivencia que tantos beneficios le reporta. De ahí la relevancia que tuvo este contacto. "Somos conscientes de lo importantes que son sus compañeros en su vida", agradecen.

El abuelo, sin móvil en el Chuvi

También el abuelo ha podido hacer uso de las nuevas tecnologías para que la estancia solo en el hospital sea más llevadera. La mala suerte había intensificado su aislamiento, ya que se le rompió el móvil. Los familiares solo podían llamar al teléfono fijo a través de la centralita. Pero el Hospital Álvaro Cunqueiro puso a su disposición una tablet , tres días después de ingresar. De hecho, Manuel estrenó el sistema. Los nietos también pudieron saludarle. "Le vi emocionado", señala Paula y añade: "Tener ese contacto hace ir para arriba".

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