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Solo y confinado, una historia con 26.000 rostros en la ciudad

Casi uno de cada cuatro hogares en la ciudad lo compone una sola persona, muchos de ellos mayores que resisten, estoicos, la cuarentena

Solo y confinado, una historia con 26.000 rostros en la ciudad

Francisca Vázquez, o Paquita, recuerda de la posguerra sobre todo dos flashes: a su padre comprando aceite en La Piedra a 100 pesetas el litro, y el "pan negro" que vendían las panaderías de entonces, salvo los pocos que se podían hacer con una bolla blanca o los panes de leche, como su familia. "Mi madre nunca nos dejó ir a merendar afuera, porque sabía que los niños de la calle no lo tenían. Siempre pan con chocolate, estaba de él hasta las narices", bromea. El resto de recuerdos de su infancia no los cercan cuatro paredes ni los aplasta la amargura; aquellos eran días de corretear entre las casas de los trabajadores de la Renfe. "No recuerdo estar encerrada nunca", dice. Ayer no hubo bollos de leche para Paquita, sino tarta y velas para su 86 cumpleaños, y una videconferencia familiar que le insufló ánimo para el resto del día. El suyo es uno de los miles de rostros que atraviesan esta cuarentena solos. Según el IGE, 26.370 hogares están compuestos en Vigo por una única persona, casi uno de cada cuatro. En el centro, tomando datos del INE, son más: uno de cada tres. Hogares solos, cierto, pero no necesariamente en soledad.

"Estoy preocupada por mi familia, por mí no. Ellos tienen toda la vida por delante", narra esta vecina de la peatonal del Calvario. Sus días empiezan leer de arriba a abajo el ejemplar de FARO que le dejan en la puerta desde hace 65 años, caminar media hora por el pasillo, tomar el sol, zambullirse en los libros (el último, sobre "geishas", dice) y las llamadas con la familia o de la ONG Amigos dos Maiores. "Me siento acompañada, quizá por la noche un poco más sola. La noche es más dura. Estoy deseando que pase esto para estar con mis hijos y nietos", expresa.

Vicenta Gándara, Tita, 85 años, escudriña desde su casa de Teis el trabajo de los astilleros, cuenta las flores de los árboles, espera al cartero o peina con una vista ya diezmada el borde de la ría. "Al ver y oír mal prefiero no ir con los vecinos, me iban a operar de cataratas pero ese día por la mañana me dijeron que no fuera por el coronavirus". Con 21 años llegó a Vigo para trabajar en una conservera, como panadera y en un almacén de fruta. "Lo malo es que no cotizaban por mí, pero qué quieres de esta vida". Estoica, Tita, no se lamenta y espera a que la "fiesta esta" del virus, como le llama, se vaya de la misma forma en que llegó: sin que nadie se diera demasiada cuenta. "Miedo no he tenido. Tengo un nieto que me dice, '¿abuela, quieres algo? Y le digo que de momento no. No tengo queja ninguna".

Muy pronto Sofía Fraga cumplirá 88, y desde su "pisito" de Jenaro de la Fuente ganado como costurera de Vigo solo desea salir al parque de enfrente. Los brotes de los árboles le alegraron la mañana; su deseo el día de mañana es estar allí, el pie del parque. Sofía es soltera. "Vine a Vigo sin oficio ni beneficio, empecé a coser en un sanatorio, y después en las casas para los ricos, ¡me hice famosa!", rememora. Sus preocupaciones ahora las absorben su hermano, su sobrino -viudo y aquejado del corazón- y las hijas de este, aunque ella padezca de un tumor. "Ojalá non muera más gente", desea, pero con un mensaje de resignación. Al virus, qué remedio, " haino que o levar!". De nuevo, el estoicismo.

"Que no falte el humor", coincide Ángela Ballesteros desde su casa en Chapela. "Nunca creí llegar a los 92 años. Soy de campo y nunca nos faltó de comer. Yo pasé mejor la guerra que esto. Trabajábamos pero salíamos a la calle". A Ángela es lo que le gusta. Pasar sus mañanas en sus clases de memoria y en las sesiones de gimnasia en el Multiusos, que ahora sustituye por libros y el programa matinal de ejercicios de la TVG. "Lo que no puedo es acostarme, si no nadie me levanta", vuelve a bromear. Ella recibe ayuda de la ONG Acción Solidaria de Galicia (Asdegal) y la última visita de uno de sus hijos fue, además de para interesarse por su estado, por un motivo más prosaico: llevar dinero. Los bancos cerrados equivalen al aislamiento económico de otros muchos ancianos.

Los más jóvenes

Los jóvenes que viven solos aprovechan su habilidad con la tecnología para evadirse. En eso salen ganando con sus mayores. "Puedo ponerme en sus zapatos", empatiza Alberto Fernández, "han pasado por más dificultades que nosotros, que los hemos tenido todo". En su caso la cuarentena la lleva "con normalidad". "Al ir todos los días al trabajo no noto un cambio tan brusco en mi vida", concede, aunque hasta en el ajetreo diario hay tiempo para trascendencias. "Cada día pienso: que acabe esto ya, qué bien vivíamos y la felicidad que teníamos en nuestro día a día, lo valoramos poco en su momento".

En el caso de David Piñeiro, el tiempo es también una inversión, para enriquecerse cuando llega del trabajo. "Con estas cosas estás valorando el tiempo, y te das cuenta de que tienes para todo. Yo lo aprovecho para autoeducarme, leer, escuchar audiolibros. Puedes hacer algo más. No tienes que estar todo el día con noticias", señala este tornero, que se sigue formando en el ámbito de la distribución. "Tú metes en tu mete la información que quieres; y si la quieres negativa, la metes negativa".

Francisca Vázquez

"Estoy preocupada por la familia, no por mí; tienen todo por delante"

Vicenta Gándara

"Miedo no he tenido, y de momento no me puedo quejar"

Sofía Fraga

"Ojalá no muera más gente; el virus 'haino que o levar'"

Ángela Ballesteros

"Yo pasé mejor la guerra que esto, entonces salíamos a la calle"

David Piñeiro

"Valoras más el tiempo, yo lo aprovecho para formarme"

Alberto Fernández

"Cada día pienso: que acabe esto, qué felicidad teníamos en el día a día"

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