Solían decir de Cristina de Castro que solo le faltaba pasarme media vida a bordo de un barco. Pero es que realmente nunca lo necesitó para comprender las particularidades de este sector. Profundamente religiosa, esta viguesa vivía, sentía y sobre todo padecía con igual pasión lo que cualquier otro tripulante.

Con su fallecimiento ayer a los 84 años, el mundo del mar pierde no solo a una persona emblemática y muy querida, también a una de sus más enérgicas defensoras. Lo saben muy bien todos esos altos cargos que pasaron por la Secretaría General de Pesca a lo largo de todos estos años en los que Cristina se empeñó en mejorar las condiciones laborales y en especial las sociales de los marineros.

Extrabajadora de la Escuela Náutico Pesquera, Cristina no se arredraba ante nada ni ante nadie. Aun consciente muchas veces de que sus demandas -siempre formuladas junto a inseparables compañeras del Apostolado del Mar y de la Asociación Rosa do Ventos- caerían en saco roto ella se hacía escuchar aunque para ello tuviera que gritar. No soportaba las injusticias aunque sabía convivir con ellas. Si no lo arreglaba ella siempre le quedaba rezar para que Dios lo arreglase.

Hija de Manuel de Castro González, el árbitro vigués apodado "Hándicap" reconocido entre los precursores de la fusión de clubes que dio origen al Celta, para evaluar la figura de María Cristina de Castro García habría que repasar cada una de las acciones de ayuda que dispensó de forma altruista a todos los marineros. Vinieran de donde vinieran, de Senegal hasta Argentina, si necesitaban arreglar papeles, ropa o comida, allí estaba ella. Con su carácter torrencial, sin perder nunca la sonrisa.