En su trabajo viven con la tensión de enfrentarse cara a cara con un virus que está trastocando al mundo entero. Al llegar a casa la mantienen por el miedo a contagiar a sus parientes. Por ello, varios sanitarios han tomado la difícil decisión de aislarse de ellos.

Es el caso de una enfermera de Urgencias. Tomó la decisión cuando no estaba de acuerdo con los protocolos de protección -ahora ya no es así-. "Pensamos que estaba muy expuesta y no quería ir diseminándolo por ahí. Es el miedo a contagiar a todos. Es una decisión muy dura, pero me aislé de mi familia para minimizar riesgos", explica. Su marido se fue con sus hijos a la casa de sus padres. Cuenta que se lo están planteando más compañeros. Han hablado de la iniciativa de hoteles para sanitarios. Está siendo "muy duro". Se apoyan "mucho" entre los compañeros. "Te quedas a pasar el tiempo con ellos. Hoy terminé la guardia y me quedé a desayunar", relata. "La gente también te llama más e intenta apoyarte", agradece.

Otra enfermera de urgencias pediátricas tomó una decisión similar cuando le comunicaron que había estado en contacto con un positivo. Como no fue estrecho, puede seguir trabajando. Ya hace mes y medio que no ve a sus padres por ser población de riesgo, pero el viernes también dejó el piso en el que vive con su marido y su hija de 12 años, que tiene diabetes. Se ha ido a una casa familiar en la que está sola. "Es peligroso estar en el hospital; aunque no entres en contacto con el paciente nos lo podemos transmitir entre nosotros", explica. "Echo de menos a mi hija y a mis perros. Aquí el silencio es total, no estás acostumbrada a estar tan sola y deprime un poco", admite.

Pero algunos no solo se separan para proteger a sus familiares. También porque trabajan los dos padres en hospitales y tienen que dejar con alguien a sus hijos. "Si los dejáramos todos los días a los abuelos también los estaríamos poniendo en riesgo a ellos", cuenta una pareja de enfermeros. Llevan ya dos semanas y ella lo está pasando "muy mal". Se plantea pedir un permiso para regresar con sus dos niños. Tienen que limitar las videollamadas porque solo cuentan con los datos del abuelo para ellas y para que sigan las clases online. Están preocupados porque no pueden ayudarles con esto y el pequeño se las está perdiendo.

En la residencia O Lecer, de Matamá, 7 de sus 14 trabajadores se han recluido en una casa pegada al centro para no contagiarse en el exterior y llevar el virus a sus 19 residentes.