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Tres décadas de la montaña del conocimiento

Alumnos de las primeras promociones olívicas tras la segregación de Santiago comparten sus vivencias con FARO

Alrededor de 11.500 alumnos y 431 profesores arrancaron el curso 1989/90 perteneciendo a Santiago y, a mediados de enero, tras la publicación del decreto de segregación, pasaron a formar parte de la naciente Universidad de Vigo. Un arranque peculiar y enmarcado en unos años convulsos, tanto los previos como los posteriores a su fundación, ya que estuvieron marcados por las protestas estudiantiles ante la falta de profesores y la masificación en el antiguo CUVI, los cambios en los planes de estudio a nivel nacional y las deficiencias del transporte público.

Tres décadas después, la plantilla se ha ampliado hasta los 1.400 docentes y la matrícula, tras superar la cifra récord de 30.000 alumnos a finales de los 90, se ha estabilizado en torno a los 20.000. Y las cuentas han pasado de los 2.900 millones de pesetas -unos 38,2 en euros- del primer presupuesto al más alto de su historia en 2020, 195 millones.

Con el paso de los años y la vocación de no perder su carácter agreste, As Lagoas-Marcosende fue ganando facultades, centros de I+D, zonas deportivas y edificios institucionales hasta convertirse en una referencia de la arquitectura contemporánea. Eso sí, las críticas al transporte desde la ciudad se mantienen.

La fundación de la UVigo comenzó a gestarse con una delegación del rector compostelano, que arrancó en el curso 87-88 en un apartamento de 70 m2 en Policarpo Sanz. La encabezaba Luis Espada, que tomaría posesión como primer rector en septiembre de 1989.

El catedrático describe aquellos primeros años en un libro editado en 1995 por la Fundación Provigo y en el que se refiere a las "incidencias notables" que rodearon el nacimiento de la UVigo: huelgas y manifestaciones de alumnos y profesores, y complejas negociaciones ante los distintos estamentos públicos para lograr su "nacimiento y despegue"

Una de las primeras gestiones de Espada ante el gobierno municipal, entonces con el recientemente desaparecido Manoel Soto como alcalde, fue la cesión de una parcela para construir la Facultad de Económicas.

La titulación compartía el antiguo Colegio Universitario de Vigo -cuyas siglas, CUVI, siguen utilizándose hoy para referirse al campus- con Filología, Químicas y Biológicas. Y el espacio ya era tan limitado que algunas de sus clases se tuvieron que trasladar a la Escuela de Industriales.

La primera promoción de Económicas que se graduó dentro de la UVigo (1986-91) terminó poco antes de la mudanza. "Empezamos casi 300 alumnos y acabamos unos 70, porque era dura y porque algunos se iban a acabar a Santiago. Fue una etapa única", destaca Alberto Vaquero, que compartió aula con la concejala María José Caride o el exjugador del Celta Pedro Herrera y que subía al campus en un Peugeot 205 con otros dos compañeros. "Con niebla o lluvia era una aventura. Poníamos cada uno 1.500 pesetas al mes para gasolina" recuerda divertido.

Muchos de sus compañeros se quedaron como profesores para "hacer universidad", pero él siguió formándose en la Complutense y la Carlos III. Y tras su paso por el Ministerio de Educación y el CES regresó definitivamente en 2004 como docente del departamento de Economía Aplicada.

"Mientras eres estudiante no eres consciente de lo que implica la segregación pero fue un logro muy importante y hoy la institución está mucho más involucrada con la sociedad", destaca.

Miguel Ardao, director general del Grupo Ezpeleta, pertenece a las primeras promociones de ingenieros en Organización Industrial que se titularon por la UVigo (1986-92) y defiende la reputación de su antigua escuela: "En todos los sitios a los que he ido es reconocida por formar a profesionales de buena calidad".

Llegaba a "un monte despoblado y sin conexión entre las facultades" desde Pontevedra, donde residía. "Y tardabas lo mismo que desde Vigo", apunta entre risas. La carrera era muy dura -"Ahora es más práctica pero nosotros teníamos una base científica mayor"- y para desestresarse de tanto estudio "algún jueves que otro había escapada a Santiago".

Su hijo sigue sus pasos y le dan clases algunos de sus antiguos profesores como Carlos Prado o compañeros de clase que luego siguieron en la docencia: "Por muy amigos que sean, el aprobado se lo tiene que ganar igual. Ya me conoce", asegura.

Tras la segregación se fueron implantando nuevas carreras: Ciencias del Mar, Traducción e Interpretación e Ingeniería de Minas en Vigo, Informática y Ciencia de los Alimentos en Ourense, y Bellas Artes y Forestales en Pontevedra. Su puesta en marcha también conllevó alguna descoordinación y protestas estudiantiles.

"Faltaban profesores e o equipamento chegaba ós poucos. Toda esta loita uniunos moito e da primeira promoción xurdiu tamén a Asociación Galega de Profesionais da Traducción e a Interpretación", subraya Lara Santos.

Miguel Gil, científico del IIM-CSIC, también sufrió los problemas derivados de estrenar otra carrera exclusiva en Galicia, la de Ciencias del Mar. Pasaron tres cursos en un CUVI que ya no daba más de sí antes de trasladarse a la nueva facultad: "Dejamos de estar de prestado, aunque alguna vez tuvimos que volver".

Le dio clase el exrector Mato y colabora con muchos de sus antiguos profesores: "Ocho años después de acabar la carrera me encontré con Mariano Lastra y Jesús Souza en la Antártida cuando yo era el jefe de campaña en la base Juan Carlos I". Hoy permanece vinculado a la Universidad como profesor del máster de Oceanografía: "El talento sigue estando ahí. Cada generación se lo tiene que currar en su momento".

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