La Sinfónica Vigo 430 cierra mañana su décima temporada bajo la batuta de uno de los directores jóvenes con mayor proyección internacional. Asistente de Dudamel, la agenda del chileno Paolo Bortolameolli agenda se está llenando con citas en América, Europa y Asia. Aceptó la invitación de la agrupación viguesa porque le gusta conocer orquestas nuevas. La cita es a las 20.30 horas en Afundación.

-Dirigirá la sinfonía "Patética," de Tchaikovsky. ¿Significa algo para usted esta pieza?

-La conozco bien. Uno crece escuchando mucho las sinfonías de Tchaikovsky y esta es especial porque es la última. Se estrenó poco antes de que muriera. Se puede adivinar esa especie de desgarrada despedida. Otros biógrafos han dicho que es una romantización porque él no sabía que iba a morir. Sea como sea, es de una humanidad sobrecogedora. Se puede escuchar el dolor de una persona y la extrema exuberancia del sonido. Como el tercer movimiento, que es muy optimista y termina en una tremenda marcha, en una fanfarria explosiva que proyecta júbilo. Uno podría pensar que es el último atisbo de felicidad antes del último movimiento que, aunque no sea autobiográfica, es una despedida porque es una tragedia, con unos primeros acordes muy lamentosos y unos últimos sonidos que se pierden en el silencio. Las últimas notas podrían representar los últimos latidos del corazón.

-¿Cómo combina con el "Concierto para chelo" de Elgar, también en el programa?

-Es una pieza fantástica que rescató Jacqueline du Pré. La gente lo asocia con una obra muy romántica. Tiene melodías muy evocativas, de una pasión casi desgarradora. También hay momentos plácidos. Una de las cosas que más me gustan es que es un concierto casi de despedida del romanticisimo, escrito en el siglo XX. Ya pasó la I Guerra Mundial y hay una mirada más pesimista, nostalgia y añoranza, ese olor a decadencia. Es una visión del romanticismo quebrado, como un vidrio roto en el que se pudiera ver un reflejo de lo que fue.

-También fue el último concierto de Elgar, ¿le están mandando algún mensaje al tercer compositor del programa, Octavio Vázquez?

-[Se ríe] Obviamente, no queremos incluir a Octavio en la fatalidad de este programa. Considero que la de Elgar es una obra característica del siglo XX y puesta junto a la de Vázquez hace que esta también tenga ese significado de música fresca, que recoge los sonidos del momento. También está llena de contrastes y sonoridades bastante modernas por un lado y por el otro, nos refresca con armonías tradicionales, siempre con una visión muy actual. Transmite pesimismo, hay mucha neurosis y guiños a sonidos de películas. Me ha gustado mucho descubrirla.

-Este compositor gallego está ahora también en EE UU...

-Exactamente. Hemos hablado por email y nos vamos a conocer en los conciertos.

-¿Es un buen sitio EE UU para desarrollar una carrera musical?

-Lo ha sido para mí. Me fui a hacer un máster y me quedé. Ahora trabajo con la Filarmónica de Los Ángeles. Es una oportunidad tremenda de desarrollo y para conocer directores y músicos.

-¿Ve a Dudamel como un padrino? ¿Que ha supuesto para usted?

-Fui a un concurso y en el jurado estaba Deborah Borda, CEO de la Filarmónica de Los Ángeles de aquella, y me invitó dos meses a a la beca Dudamel fellowship. Ahí conocí a Gustavo. Me vio en un concierto y tuvimos muy buena química. Coincidió cuando se abrió el puesto de director asistente y él me recomendó. Fue su propia visión y apoyo lo que me dio la oportunidad de entrar a trabajar. Mi relación con él ha sido fantástica y trabajamos muy cercanos. Contar con su confianza artística y profesional es un tremendo aliciente.

- ¿Cómo se siente uno al dirigir en un escenario tan conocido por todos gracias al cine como el Hollywood Bowl?

-Es toda una experiencia. Cada vez que toca la Filarmónica allí es como un hito porque es muy querida en Los Ángeles y sus conciertos siempre están llenos. Tiene capacidad para 17.500 personas. Que un programa sinfónico sea escuchado por toda esa gente es impresionante. La energía que tiene es muy especial, al aire libre, en verano... La gente es muy respetuosa, pero están para pasarlo bien, así que el ambiente es distendido. Me encanta. Tiene una mística y energía distinta a la sala de conciertos.