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Cristina Moreiras: "El feminismo es el moscardón de la política"

"Las artes gallegas están muy presentes en la Universidad de Michigan

Cristina Moreiras Menor, ayer, en Panxón. // José Lores

Con 27 años y licenciada en Psicología, Cristina Moreiras pidió una excedencia de un año en la clínica psiquiátrica en la que trabajaba para estudiar inglés en Estados Unidos. Optó por un máster en literatura española porque no sabía el idioma. Era 1986 y ya no regresó. Descubrió que le gustaba la idea de hacer carrera docente universitaria allí. Hoy es directora del departamento de lenguas y literatura románica en la Universidad de Michigan e impulsora de estudios gallegos. Aún usa el psicoanálisis, pero en la crítica cultural. El martes, con el Ateneo Atlántico y en la Casa da Cultura Galega, da una charla sobre feminismo y nuevas formas de política.

-¿Es el feminismo una práctica política?

-Ese es el debate. En muchos sentidos, no lo es. En mi opinión, cuando el feminismo se nomina desde la derecha, es política en el sentido tradicional de la palabra, pero no como potencia transformadora de lo social y lo discursivo. La fuerza del feminismo reside en un movimiento transversal que toca la política por todas partes, pero siempre se aleja y se acerca a ella cuestionando. Es como el moscardón de la política, está en una distancia que le sirve para resistir, cuestionar y revolucionar en muchas ocasiones.

-Siendo una demanda transversal, que se la vincule a la izquierda, ¿perjudica al movimiento?

-Quizás le perjudique y pierda cierta empatía desde una juventud que se considera más allá de las políticas estatales. Creo que la izquierda, desgraciadamente, no hemos sabido transmitir un mensaje empático desde una postura feminista. Pero debemos seguir reivindicando que el feminismo es siempre y necesariamente un pensamiento de izquierdas. Porque es inquietante, fuera del margen de la normatividad y está para cuestionar lo que se ha designado como hegemonía política y social. No creo en absoluto en el feminismo de derechas.

- ¿Por qué?

-Porque es un espejo, un deseo de reproducir el deseo estatal, la norma tradicional y de no cambiar nada. Conserva lo que ya hay. Eso está alejado del espíritu feminista.

- ¿Cree que una mujer que sea de derechas no puede ser feminista?

-Sí. Creo que una mujer de ideología de derechas, que no aboga por el cambio en todo el ámbito del género y de la diferencia sexual, no puede ser feminista. Puede ser lo que hoy en día se llama un postfeminismo, basado en cuestiones banales. Adelantar una agenda con ciertos puntos que tienen a la mujer en el campo laboral, en la sociedad? Pero el feminismo es revolucionario, transformador. Una mujer de derechas, que tiene una fe absoluta en lo que cree y no tiene ninguna duda, no puede ser feminista.

- El 8M de 2018 supuso un punto de inflexión, pero al mismo tiempo surge con más fuerza la ultraderecha que, entre otras cosas, rechaza las leyes de violencia de género. ¿Cree que se ha avanzado en la igualdad desde entonces o no?

-Es una pregunta absolutamente pertinente ahora. Soy bastante pesimista. No creo que hayamos alcanzado ninguna igualdad. Se han conseguido mejoras sociales, sin duda alguna. Las mujeres y otras subjetividades no normativas han alcanzado más visibilidad en el espacio laboral, etc. Pero eso ya era por lo que luchaban las sufragistas de comienzos del siglo XX. Estamos retornando a una situación muy problemática que es la que está amparada por la política de las identidades: asignar, designar e identificar identidades y subjetividades totalizantes y, por tanto, totalitarias en alguna medida. Eso resta al feminismo mucha fuerza y lo retrotrae a tiempos pasados. Es pesimista y no, porque hay movimientos fuertes y poderosos que están luchando contra eso. Queda muchísimo por hacer.

- Estuvo muy implicada en el mundo cultural de Vigo antes de partir. ¿Cómo lo ve cuando vuelve?

-Es bueno. Fue más visible en los años 80, había una emergencia importante que tenía que ver mucho con aquellas transformaciones sociales y políticas. Estaba en las calles. Hoy es más tranquilo, pero lo hay. También veo que a veces y en algunas instancias, lo cultural se deja ganar por cuestiones más urbanas como adecentar Vigo. Estoy pensando en el conflicto del MARCO. Pero es una ciudad vibrante, con mucha gente haciendo cosas.

-¿Cómo están de valoradas las lenguas románicas en Estados Unidos?

-Muy bien. Dentro de los de humanidades, es uno de los departamentos más grandes, constituido por lenguas ibéricas, francés, italiano y portugués. Hay mucho interés por el aprendizaje de la lengua y también por las cuestiones tan interesantes que están ocurriendo en España y Latinoamérica. Solo en el grado de español tenemos 400 alumnos. Tiene una vía de estudios catalanes; desgraciadamente, aún no gallegos porque no hay un mínimo de alumnos, pero habrá. Soy una impulsora de estos estudios en Estados Unidos. Los alumnos allí leen a Méndez Ferrín o Queizán o ven las películas de Cachafeiro. La literatura, el cine y las artes gallegas están muy presentes en la Universidad de Michigan, donde organicé el segundo congreso de la asociación norteamericana de estudios gallegos.

-No debe ser muy habitual.

-No. Es habitual encontrar estudios catalanes. Sus instituciones tienen más dinero e inauguran rectorados, etc.

-Otra de sus especialidades es el cine iberoamericano. ¿Les interesa también?

-Mucho. Imparto clases de cine gallego y español y mis clases siempre están abarrotadas. Los jóvenes leen mejor la imagen que la letra, en realidad. Son las más solicitadas.

-¿Esta presidencia de Trump, que ataca la diversidad, en la práctica está repercutiendo en la sociedad?

-Sin duda. Aún no hay cambios drásticos, pero los habrá y se perciben. Hay menos ayudas económicas del estado si estás en uno republicano o menos ayudas federales al estudio de las humanidades en general. Con Trump, las humanidades están bajo sospecha todo el tiempo. Esto está afectando a las decisiones universitarias sobre dónde poner el dinero. Y ha habido un descenso, aún pequeño, del número de estudiantes. Los hay conservadores también y antes era muy glamuroso tomar una clase de francés o de español, pero ahora no tanto.

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