Nació en medio de la guerra civil,en Vigo, Decano entre sus colegas vigueses, desde 1967 realizó más de dos mil proyectos tanto de arquitectura como de urbanismo para particulares o entidades de la Administración. Como arquitecto municipal honorífico de Baiona (1968-1973) redactó, en colaboración con otros técnicos, el “Plan General de Urbanización de Baiona” que, con una vigencia de 17 años, permitió la

defensa de su patrimonio históricoarquitectónico. Defensor antes que nada del patrimonio arquitectónico y paisajístico, muchas veces desde la sombra, logró que se incoasen Bienes de Interés Cultural tanto la vieja Estación de Ferrocarril de Vigo como el antiguo Palacio de Justicia (hoy Museo MARCO). Ex presidente de la Comisión de Cultura del Colegio de Arquitectos de Galicia, miembro fundador del Instituto de Estudios Vigueses y el IE Tudenses, fotógrafo de la arquitectura con currículum, descubrió la estación paleolítica de Chan do Cereixo en Portavedra (Gondomar). Suyos son los premios de Investigación sobre Arquitectura de la Diputación de Pontevedra en los años 1986, 1989 y 2008, y también el VII y VIII premios “Irmáns Gómez Román de Urbanismo y Arquitectura” (años 2000 y 2002) del Ayuntamiento de Vigo. Publicó libros referenciales sobre el pasado de Vigo como “La ciudad que se perdió” o “El origen de Vigo”. Garrido desgrana en estas memorias,a través de su experiencia,el Vigo rural y urbano de los años 40 hasta hoy. Merece una lectura gozosa y reposada.

La infancia

Empieza a rememorar su vila el arquitecto. “En el centro del frondoso y húmedo valle del Fragoso, lugar de Xesteira- Baruxans de la parroquia de Bembrive,nací a principios de julio de 1938, en plena Guerra Civil española. Era el hijo primogénito entre cinco que llegaron a tener mis padres, de los cuales murieron dos de niños,quedándome con dos hermanas.Eran tiempos duros y difíciles los de la guerra

y postguerra. Yo mismo estuve casi dos años entre los dos y los cuatro, encamado con una enfermedad pulmonar de la que mis padres no confiaban en que saliera con vida. Entre jarabes que me recetaba el médico y los vapores de eucalipto hervidos en grandes ollas pude bajarme finalmente de la cama sin saber andar. A los seis años y medio más o menos y de la mano de mi primo-hermano, que con sus dos hermanas se habían quedado huérfanos y convivían al cuidado de mi madre y de mi abuela ya anciana,comencé a ir a la escuela nacional de A Pedra, distante un kilómetro o algo más. Allí aprendí a leer y a escribir y allí recibí el único bofetón de mi vida de la grandota mano de un bruto maestro al que nunca le perdoné.

Años 40, primeras correrías

“De pequeño en aquellos años 40 correteaba entre campos de cultivo, “corredoiras”, maizales o bajo las viñas cuando las uvas estaban maduras. Recuerdo que a todas las personas mayores del lugar les poníamos el antenombre de tía o tío: tío Eugenio, tía Ramona... como si fuéramos sobrinos de todos ellos en la comunidad aunque no tuviéramos parentesco directo. También, curiosamente, la abundancia en mi familia de nombres de ascendencia visigótica: Leonilda, Isolina, Otilia... y también entre los vecinos, fuera Gumersindo, Restituto… Vivía en una zona muy agrícola y bien regada de manantiales y regatos, y la ganadería se reducía a lo normal de subsistencia: una vaca, un cerdo, gallinas y algunos tenían bueyes para tirar del carro. Los animales y la bodega aparte se ubicaban en la planta baja de la casa

para dar calor, y en la alta,a la que se accedía mediante escaleras y un patín, estaba la vivienda. Las mujeres llevaban productos del campo y frutas para vender en Vigo, a seis kilómetros, y traían algún dinero y pescado menudo (jureles, sardinillas…). La mayor parte de los hombres, como mi padre, se pasaban todo el día trabajando en la ciudad y allí le llevaban la comida”.

Vocación por la arquitectura

“Ya en la escuela nacional de A Pedra (Bembrive), tenía buenas cualidades caligráficas y sobre todo se

me daba bien el dibujo. A los 8 años construí mis primeros edificios, aunque fueran casitas que amañaba

amasando con agua la arcilla seca que sacaba de la puerta de nuestro horno. Fue a los diez años, estudiando en Vigo en el colegio del Pilar de los HH Maristas con uno o dos cursos de retraso porque no hablaba bien el castellano, cuando un amigo de mi padre me preguntó que quería ser de mayor y yo le respondí tajante: ¡arquitecto! O sea que mi vocación se manifestó precozmente. Mi padre se había pasado parte de su vida paleando carbón de las gabarras a los barcos en la ría viguesa y en cuanto reunió un poco de dinero montó su propia carbonería en la calle Cuba .A mis diez años y medio nos instalamos en un piso de la casa que mi padre y su socio construyeron en la entonces calle Capitán Cortés, hoy Rúa México. Desde la terraza posterior del piso se veían unas pequeñas casas en la rúa Urzáiz (antes José Antonio) que yo me dedicaba a dibujar”.

El Vigo que crecía en los 50

“En el colegio de los Maristas me fui adaptando poco a poco, lo mismo que a mi nueva vida en la ciudad

en cuyo barrio de Casablanca fui conociendo nuevos amigos y amigas formando pandillas en las calles.En

aquellos años 50 jugábamos al fútbol en la calle Brasil que era llana, en la parte comprendida entre México y Cuba. Apenas tenía unas estrechas aceras de grandes losas de piedra y la calzada era de tierra o jabre sobre morrillo. Ni que decir tiene que no circulaba ningún vehículo o solo en raras ocasiones un carro de carga tirado por un caballo. Disponíamos de todas las calles para nuestros juegos. Hacíamos alguna que otra inocente gamberradilla. En una ocasión entramos en una amplia finca con frutales y un caserón propiedad de un viejo militar, situada en la esquina de Urzáiz y Vázquez Varela y acabamos buscando refugio en el monte del Castro asustados por la policía que había acudido a la llamada

“del ejército”. Lo que hoy comprende las manzanas situadas entre Urzáiz, Pizarro y Vázquez Varela, con

excepción de la iglesia y finca de los Capuchinos, se llamaba campo“das Caralladas”, y más de una vez nos enfrentábamos allí a pedradas con las pandillas del Pino y del Calvario. Nada que ver con los niños de hoy, que viven sus batallas en su ordenador de bolsillo. En otra ocasiones yo en solitario me dedicaba a cazar mariposas por la zona e iba a beber de un manantial situado en el centro de aquella campiña de terreno ondulado. ¿Quién lo creeria hoy en que es todo cemento?).

Camino del colegio

“En el colegio sacaba relativas buenas notas, sobre todo en matemáticas y dibujo y en esta última el bueno del profesor seglar Fernando Oliveira me daba siempre matrícula de honor en todos los cursos. Soy de la promoción 1955-56 con gente como Manuel Filgueira (luego dentista),José Luis Otero (luego arquitecto), José Luis I. Riopedre, (luego fraile y después comunista de fama), del ex conselleiro Ramón Díaz del Río, y Gaspar Castaño, (luego ingenieros) del práctico del Puerto José Luis Acuña, de Javier Escobar, Leopoldo Bahíllo... Allí jugábamos al fútbol, al baloncesto y cuando construyeron el frontón se convirtió en mi deporte favorito. Recuerdo con nostalgia mi recorrido al colegio por la calle Ecuador donde no se oía otra cosa en los 50 que el repicar de los canteros labrando los sillares de las nuevas edificaciones. Desde la citada calle hasta la del Couto eran todo campos y a veces iba al colegio por

senderos en medio de prados y cañaverales pasando al lado de la vieja fuente de la antigua iglesia de Santiago de Vigo en el barrio de la Areosa. El Vigo de entonces, principios de la década de los cincuenta, se limitaba al casco viejo, al ensanche hacia el este, el viejo Arenal y Guixar y los borde de las calles Urzáiz y Ramón Nieto hasta Cabral; la antigua carretera a Baiona (Pi y Margall, López Mora, Tomás Alonso…); García Barbón y Sanjurjo Badía, es decir, por aquellas calles con adoquinados de

piedra que recorría el tranvía”.

Patrimonio arquitectónico vigués

La primera vez que oí hablar del espléndido patrimonio arquitectónico vigués no fue en el colegio ni salió de la boca de ningún profesor, no, fue de un norteamericano de California que debía de estar de

paso en Vigo o quizás era algún espía. Ambos estábamos sentados en la entonces magnífica plaza de Portugal. El individuo se dirigió a mí en un castellano con fuerte acento de

su país diciéndome entre otras cosas que el apreció en la urbe: “Esta ciudad tiene unos edificios que denota que fue y es muy rica”. Se refería a la riqueza que presentaban esas majestuosas obras arquitectónicas de piedra de granito espléndidamente labrado todas ellas a modo de grandes palacios. Esa fue la primera toma de conciencia sobre nuestro patrimonio arquitectónico. Sucedía

esto cuando tenía unos dieciséis o diecisiete años,es decir,hacia 1955.

La piqueta destructiva de históricos edificios comenzaría unos diez años más tarde, en la segunda mitad de la década de los sesenta y se extendería en la de los setenta y aun continúa aunque de forma más selectiva. Vigo tenía fama de ser una bella ciudad con opulentos edificios y extraordinario puerto como lo muestran las infinitas postales que se enviaban a toda América y Europa por los turistas y sobre todo por los múltiples pasajeros de los trasatlánticos que recalaban en la ciudad”.