La ciencia ha avanzado mucho en los últimos años en el campo del VIH. La mejora en los tratamientos ha permitido que, bien controlados, se hayan convertido en unos pacientes crónicos, que no transmiten el virus y que, en el último lustro, disfrutan de una calidad de vida real. Incluso, se aspira a una vacuna o una cura en cuestión de años. No ha progresado al mismo ritmo la sociedad. Afectados en Vigo y los expertos advierten: "El peor efecto secundario del VIH es el estigma social".

El Complejo Hospitalario Universitario de Vigo en sus consultas a unas 1.200 personas con VIH, según los datos estimados por Antonio Ocampo, de la Unidad de VIH del Chuvi y presidente de la Sociedad Gallega Interdisciplinar de Sida (Sogaisida). Después de que se desplomara la transmisión por compartir jeringuillas -son el 16,3% de los nuevos casos gallegos-, el perfil mayoritario es el de hombres que tienen sexo con hombres y estos diagnósticos sí crecen.

Cada vez hay menos nuevos casos. En 2017, en la provincia, se detectaron 37, frente a los 87 de una década atrás. "Bajó porque se le da tratamientos a todos desde hace 7 años y se tiene un mejor control viral", explica al doctor Ocampo. Se cumple así con dos de los tres objetivos del reto 90-90-90 que plantea ONUSIDA para 2030. En Vigo se trata a más del 90% de los diagnosticados -se queda a las puertas del 100% por aquellos que dejan los fármacos, sobre todo, por connotaciones sociales- y en el 90% de los tratados su carga viral es indetectable. Es decir, no transmiten el virus. Ni aunque tengan relaciones sexuales sin preservativo. Solo un 5-7% de estos 1.200 pacientes tienen sida. "Bajaron mucho, son los que llegan tarde o abandonan el tratamiento".

El objetivo que falta por conseguir es el primero: que el 90% de las personas con VIH estén diagnosticadas. En España, el 18% lo desconocen. El diagnóstico precoz es importante para frenar la transmisión, pero también para que estos pacientes puedan disfrutar de la buena calidad de vida que permiten los nuevos fármacos, destaca la doctora de la unidad Celia Miralles. Porque si es tardío -como el 49% de los casos gallegos- es difícil recuperar ciertas secuelas.

Y esto lleva al "cuarto 90%" al que se empieza aspirar: el de la calidad de vida. Los seropositivos exploran una nueva realidad: envejecer con VIH. En 2016 solo hubo 26 muertes. Su esperanza de vida se acerca a la de la población en general. En el Chuvi ya controlan a un paciente de 85 años. Sí sucede que "el hecho de haber tenido una inmunosupresión te predispone a otras patologías", señala Ocampo, y que muchos arrastran secuelas o tienen problemáticas vinculadas a tantos años de tratamientos, no tan "limpios" como ahora. Y, sobre todo, la salud mental: más de un tercio padecen depresión, ansiedad, insomnio... Muy relacionado con su peor problema: el estigma.

Tal es el miedo a la discriminación que de los cuatro afectados que han hablado con FARO, dos no dan los nombres por los que los conocen. Uno de ellos es Mario, que recibió el diagnóstico hace 15 años. "Te sientes culpable", cuenta y añade: "Viví cuando empezó. Era una peste, un castigo moral. Piensas que vas a morir y a hacerlo solo". Hoy sabe que puede llevar una vida "casi normal" con dos pastillas. Sigue siendo "muy selectivo" al contarlo porque confiesa "miedo al rechazo". Cuenta que aún hay países que les impiden la entrada al estar consideraba como "infecto-contagiosa". Insiste en que lo importante es que la gente se proteja, también por las enfermedades de transmisión sexual, que casi han triplicado su incidencia.

Otra "invisible", pongamos que María, destaca que tampoco lo dice por el estigma. Ella tiene el diagnóstico desde hace 19 años, cuando su hijo tenía cuatro, pero está segura de que se infectó antes. Y no se lo pasó. Ocho neumonías en un año hicieron sospechar a los médicos. Cogió los "cócteles molotov" de fármacos de los inicios y, aunque perdió masas muscular, aunque "por suerte" no se le ve en su cara, como a otros de su generación. "Pensaba que no iba a ver crecer a mi hijo y ahora pienso que moriré de cualquier cosa menos de eso".

A Tere García se lo detectaron hace 19 años cuando entró en un centro de rehabilitación. Fue tardío. Estaba muy inmunodeprimida y hoy espera envejecer. El proceso de asimilación le llevó años. Los prejuicios los encontró en su casa: "En su día, mi madre separaba los cubiertos; ahora lo tiene normalizado". Como trabajadora de la Asociación Gallega de Personas Afectadas con VIH, ha visto muchos prejuicios: círculos rojos para marcarlos en los volantes, dejarlos para el final de la jornada en los quirófanos, que los que viven con ellos no puedan donar sangre... "Tiene que haber un cambio en los protocolos".

La presidenta de la asociación, Cándida Álvarez, perdió un trabajo en una residencia cuando su empleador se enteró de que tenía VIH. Sabe que lo tiene desde 2005, cuando ya formaba parte de la red de mujeres argentinas con VIH. Fue "devastador" porque llegó también con Hepatitis C. "No me quería perder la vida de mi hijo y no lo hice", relata. A pesar de tener el apoyo de todo su entorno, ella también se ha sentido discriminada. Denuncia que la catalogación de "infectocontagiosa", cuando es "infectotransmisible" les pone muchas trabas: no pueden acceder a hipotecas ni a seguros de vida ni a empleos públicos como bomberos o guardia civil. "Hay mucho por hacer".