Berta salió apresuradamentente de El Salvador por problemas con las maras hace seis meses. Sobre todo, lo hizo por sus tres hijos. No había mucho tiempo para investigar el destino y, por el idioma y seguridad, volaron a España. A Ana -nombre ficticio- y a su marido los extorsionaban en Perú. Viajaron a España con sus dos hijos hace cuatro meses. Fue la guerra y los "malos" nacionalismos -en su caso, los que discriminan por hablar ruso- los que hicieron a Lena, Ihor, su hijo Illia y otro más pequeño a huir de Ucrania hace cuatro meses, dejando también buenos trabajos y aterrizando en un país del que desconocían el idioma. Todos ellos han coincidido en el centro de refugiados de Cruz Roja en Vigo, donde les ayudan en el inicio de nuevas vidas. Ayer celebraron el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, con trabajadores y otros usuarios.

El de Cruz Roja en Vigo es el primer centro de refugiados de Galicia y acaba de cumplir un año en funcionamiento. En la actualidad, alberga a 29 personas en acogida temporal. Esta es una primera etapa de seis meses en la que pueden residir en el centro mientras tramitan permisos y se preparan para poder acceder al mercado laboral. En la segunda fase, de otros seis meses, se les sigue ayudando, pero tienen que abandonar el centro. En ella tienen a otras 42 personas. El origen es diverso: Colombia, Venezuela, Ucrania, Costa de Marfil, República Centroafricana...

Junto a trabajadores del centro y usuarios del taller de memoria, celebraron el día de ayer compartiendo tradiciones. Tanto culinarias -con una mesa con platos de distintas nacionalidades-, como musicales -interpretando ritmos y sonidos-. La trabajadora social Carmen Matos explica que hay mucho que trabajar para derribar todos los estereotipos y prejuicios. Conocerse, como hicieron ayer, es el primer paso para lograrlo.

Los que más perciben los refugiados en Vigo son los que se encuentran a la hora de buscar una vivienda para cuando se les acaben los seis meses de alojamiento en el centro. De hecho, es el único que citan los entrevistados.

"Cuando mi marido se sentó en algunas inmobiliarias le han dicho que no hay pisos", cuenta Ana. La situación de los refugiados les hace muy difícil reunir las condiciones que pide hoy el mercado. Conseguir el permiso de trabajo lleva meses y homologar sus estudios es una ardua tarea ya que pocos tienen en mente recoger los documentos que los acreditan cuando huyen rápidamente de su país. Así que hay que pedirlos. De algunos países, como Venezuela, no sale nada. Si, además, tienen que aprender el idioma, como es el caso la familia ucraniana, el proceso se dilata más. "Y luego te piden dos nóminas para algunos pisos", lamenta Berta mientras reparte arroz con leche -típico también en su país- para la fiesta. A esta maestra de infantil en El Salvador le respondieron que "no querían niños" cuando se interesó por un piso. Ella aún no tiene permiso para trabajar.

Ana cocina "lomo salteado", tradicional en Perú, mientras cuenta que es titulada en Enfermería en Perú, donde tenía una farmacia, y que querría atender a dependientes aquí. Ahora que ha convalidado el Bachillerato, tendrá que hacer unos cursos del INEM para poder trabajar en ello.

Lena llevaba más de 20 años trabajando en banca y Ihor instalaba aires acondicionados. Su hijo Illiar, el más avanzado en el aprendizaje del castellano, quiere trabajar mientras estudia por la UNED. A todos les encantaría fijar su hogar en Galicia porque, cuentan, su naturaleza se parece mucho a la de Ucrania. Y les gusta lo activos que son los españoles y cómo se relacionan.