"No me acuerdo cuando nací porque ya son muchos años", afirma entre risas Consuelo Río en el hall de la residencia de mayores de Coruxo en la que vive. Como es habitual, está acompañada de su hijo Antonio y su nieta Patricia, que le ayudan a recordar partes de su vida en las que ella confunde fechas o que directamente no recuerda con nitidez.

Nació en Santa María de Melide, cuatro palabras que con solo pronunciarlas le iluminan la cara, pero no vivió una vida cómoda ya que sirvió en casas desde muy joven. "Mi abuela me enseñó a ser agradecida con lo que me ofrecían en las casas en las que servía. Uno de mis momentos más felices fue cuando me casé con 22 años el día de las fiestas del pueblo, donde compartí un pan grande con allegados para celebrarlo, no teníamos más", reconoce la anciana, a la vez que su hijo Antonio nombra a Cándido, su padre, que se ganaba la vida en la construcción realizando carreteras por toda Galicia y embalses en el Miño, el Sil o el Ulla.

"Soy hijo único pero siempre estuve muy unido a mi madre. Ella lo pasó mal cuando nos separamos ya que me fui del pueblo a hacer la mili a Barcelona y luego encontré trabajo en la factoría Citroën de Vigo", cuenta bajo la atenta mirada de su progenitora. El peor momento de Río fue cuando murió su marido hace una década, un hecho que provocó que contratasen a una interna que la cuidara en su casa de Melide hasta que en 2013 se trasladó a Vigo para vivir en casa de su hijo, que tras un tiempo con ella decidió que viviese en la residencia para que tuviese todas las atenciones las 24 horas del día. "Ella en Coruxo está bien, la llevamos a todos los eventos familiares y es fuerte, cabezona y un orgullo. Es increíble que a mis 66 años aún la tenga como apoyo", apunta.

Por su parte, su nieta Patricia le llama "madrina" porque Río le vetó que le llamase abuela, ya que odia envejecer. "Las rosquillas que me hacía eran deliciosas. Era la sabia del pueblo, la gente en Melide acudía a ella para contarle sus problemas", concluye mientras coge la mano de Consuelo.