Por las cuatro "casas de familia" que la Asociación de Iniciativa Social Berce gestiona -tres en Vigo y otra en Ourense- pasan al año unos trescientos Brunos y Carlotas. Son los dos nombres ficticios bajo los que se mantienen en el anonimato las historias cargadas de dura realidad de los miles de menores de 0 a 18 años en situación de riesgo o desamparo que han pasado por estas centros de acogida desde su creación, hace 23 años.

Una historia que se repite es la del Bruno de cuatro años al que los trabajadores de Berce tienen que ir a recoger al hospital porque su padre le daba palizas. O la de las Carlotas que cierran bares a las tres de las mañana dormidas en su carrito de bebé mientras sus padres se emborrachan una noche sí y otra también. Llega a Berce, como todos, derivados por el Servicio de Atención al Menor de la Xunta de Galicia, cuando alguien decide denunciarlo, después de que durante algún tiempo otros lo hayan presenciado y hallan sido incapaces de hacerlo.

Entre los que tienen su origen en los problemas familiares, los trastornos de adicción de los padres o los malos tratos son los casos más habituales. Los de abusos son ya los menos en Berce. Su presidente, Miguel Ángel Yagüe, explica que tampoco son ya frecuentes en sus instalaciones las guardias rogadas por dificultades económicas porque hoy hay muchas ayudas que cubren los recursos básicos. En todo caso, para estas situaciones hay otras medidas menos duras como plazas de día, que también se emplean, por ejemplo, si los padres están siguiendo terapias para mantener a raya sus adicciones.

Los casos que más están aumentando en Berce en los últimos tiempos son los de los menores con trastornos de conducta muy serios. Son Carlotas y Brunos que consumen alcohol y drogas y cometen pequeños hurtos para los que llegan a recurrir a la violencia. Sus padres están superados. Ya no pueden más con ellos y renuncian a recogerlos en comisaría.

También es que en esta asociación trabajan mucho la modificación de conducta por lo que, de facto, se han convertido en un centro mayoritariamente de este perfil. Se ajusta a su filosofía: "Todo niño merece una oportunidad", subraya Yagüe. "Jamás de los jamases" han rechazado un caso. "Las situaciones son fruto de circunstancias y si las modificas, los niños pueden salir adelante y entendemos que Berce es el sitio para cambiarlas"", defiende.

Desde hace poco tiempo tienen también otro tipo de Brunos -y no Carlotas-. El de los Menores Extranjeros no Acompañados (MENA). Cada vez llegan más. En la actualidad tienen a 8 en las 40 plazas de sus cuatro casas. Han tenido un Bruno chino, pero el 90% son marroquíes. Esta es la historia del que llega en patera a Algeciras, lo llevan a un centro de primera acogida, del que se fuga y, no se sabe cómo, recorre casi un millar de kilómetros hasta la otra punta del territorio español. Yagüe sospecha que son mafias los que los mueven después de que sus familias paguen una fortuna por una oportunidad para sus hijos.

Solo es una suposición, porque estos Brunos no hablan de eso. De hecho, llegan sin saber castellano, aunque se comunican con los trabajadores de Berce en inglés o con gestos. "Saben hacerse entender". El caso pasa primero por la Fiscalía, se comprueba que son menores y luego llegan a la asociación. Se cubren sus necesidad básicas de ropa y, sobre todo, calzado. Hay quien llega descalzo. Y ponen en marcha un protocolo sanitario para atender sus necesidad en salud. Más tarde empezarán las lecciones de idioma y si está en edad escolar, irá al colegio. Si no, se les ayudará a moverse en el mercado laboral. "El objetivo es que normalicen sus vidas", resume Yagüe.

Estas casas son grupos de convivencia muy heterogéneos con atención especializada los 365 días del año, las 24 horas. Si la convivencia con adolescentes puede ser complicada en cualquier hogar, tener a "siete un ocho, cada uno de su padre y de su madre y con su mochila particular de problemas" no la pone especialmente fácil. Pero en Berce les compensa. Crean un proyecto educativo multidisciplinar e individualizado para cada uno de ellos. El objetivo es intentar ofrecer a estos menores alternativas de futuro adecuadas.

La primera opción es que vuelvan con sus padres, por lo que se trabaja mucho con ellos para que esto sea posible. Si no es así, se pasa a intentar el acogimiento o la adopción con familia propia y, después, con ajena. Pero hay casos en que tampoco dan con un hogar para adecuado. Son las adopciones difíciles. A estos chicos se los prepara para una vida autónoma e independiente para cuando cumplan 18 años. Aunque mayores de edad, siguen siendo muy jóvenes. Berce trabaja en un proyecto de futuro, postinstitucional, para crear una vivienda tutelada, en la que estos adultos puedan residir hasta los 20.