"Aunque haya un único caso es preocupante, porque la situación que se vive es tremenda". Con esta reflexión respondía Manuela del Palacio -presidenta de la sección de psicología educativa del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia (COP) y profesora del IES Santo Tomé de Vigo- a la pregunta sobre el aumento de episodios de acoso escolar. Y es que el verdadero problema reside cuando los casos dejan de cuantificarse como aislados y se convierten en una constante.

Foanpas, la federación de padres de alumnos de Vigo, así lo refleja: cuando en el año 2016/2017 dieron cuenta de nueve expedientes por bullying o acoso escolar, el curso pasado se cerró con 12; en los que cuatro se activó el protocolo de prevención de suicidios. Su portavoz lo reconocía en unas declaraciones a FARO. "No todos los días, pero sí casi todos los meses recibimos una llamada por pensamientos suicidas. Se bajó mucho la guardia en la educación", lamentaba Bertila Fernández.

Si bien hay un perfil habitual de la víctima de acoso, el bullying no discrimina personalidades. Preferentemente son alumnos de Primaria vulnerables, introvertidos y con necesidades educativas especiales (TDHA, altas capacidades, problemas motrices, etc. ) pero también abundan los adolescentes instigados por las redes sociales y que comienzan a "coquetear" con el alcohol o drogas blandas. Las discusiones con los padres o desarrollarse en un entorno conflictivo también pueden llegar a potenciar estas conductas autolíticas.

Esta máxima expresión del acoso obligó a la Xunta a elaborar un protocolo de prevención, detección e intervención del riesgo suicida en el ámbito educativo. Y es que ante la sospecha de que un alumno está teniendo problemas emocionales de riesgo, el departamento de Orientaciones activa este protocolo con el único fin de proteger al estudiante.

Señales de alerta

Tanto el centro (equipo directivo, profesores o tutores) como la familia tienen que actuar en conjunto para facilitar una ayuda al menor, pero, ¿cómo detectar esta situación? Cambios en sus hábito o problemas psicosomáticos son los primeros síntomas. "Las señales de alerta pueden ser físicas: perdida de apetito, no duerme bien, manifiesta problemas psicosomáticos, le duele la cabeza, la barriga... sobre todo al inicio de la semana. A nivel psicológico pues llora con facilidad, se niega a ir a clase, está triste o irritable, cambio de carácter y a nivel social, empieza a sacar peores notas o era un niño que salía mucho y ahora quiere estar en casa o que siempre le acompañe un adulto...", aprecia del Palacio.

Pero advertir estas patologías en el colegio o instituto se vuelve más complicado. Este protocolo autonómico apremia a los docentes a observar "con seriedad" cualquier cambio repentino que afecte a su rendimiento escolar, a la asistencia al centro o a su comportamiento tanto con los profesores como con el alumnado. Una vez son conocedores de la situación o del elevado riesgo autolítico, se elaborará un informe psicopedagógico en el que se identifique su nivel de sufrimiento psíquico y se comunicará de inmediato a la familia.

Este informe deberá acompañar el expediente académico del alumno para que, en caso de que sea trasladado a otro centro, el nuevo cuerpo docente tome las medidas oportunas para favorecer la evolución positiva en un contexto diferente. Asimismo, el Equipo de Orientación Específico deberá evaluar la actitud del alumno en el aula, analizar sus trabajos escolares... pero siempre respetando su intimidad.

Esta situación también requiere dar parte o derivar al alumno al servicio de salud mental correspondiente. Este extremo también lo defiende la psicóloga del Palacio. "El diálogo en estas situaciones ya se agotó, por ello tiene que entrar la coordinación entre servicios, centro educativo, servicios sociales, el centro de salud o salud mental (psiquiatría) y la familia; una relación de todos porque sino no podremos hacer nada por el alumno", concluye.