Cuando el Esperanza del Mar arribó ayer por la mañana a la ría, quienes lo observaban desde los muelles vigueses creyeron que se trataba de una escala más del emblemático buque del Instituto Social de la Marina. Y eso parecía hasta que en lugar de dirigirse directamente hacia la terminal de la Estación Marítima, zona habitual de su atraque, fondeó a la altura del faro de A Borneira (Cangas), y a los pocos minutos, comenzó a desplegar una de sus embarcaciones auxiliares.

A partir de este momento, entre el grupo de fotógrafos aficionados que suele permanecer horas apostado en la escollera de O Berbés surgía la teoría de que pudiera tratarse de su simulacro de accidente marítimo. Solo que al mismo tiempo extrañaba que el buque participase en solitario en una clase de ejercicio que por norma general se organiza en colaboración con unidades de otros estamentos. Todo parecía demasiado raro incluso para una simulación. Y es que no lo era.

La auxiliar del Esperanza del Mar transportó hasta el muelle de Aduanas a un herido real. Y no un marinero como los cientos que lleva curando en su larga historia de servicio de atención sanitaria a la flota española en los principales caladeros del mundo, sino a un miembro de su propia tripulación. Al parecer, el tripulante sufría una lumbalgia aguda que aconsejaba su tratamiento en el hospital. Pero en uno situado en tierra firme, como Povisa.