Tiburones, rodaballos y elegantes rayas se pasean a sus anchas entre los cuatro cristales acrílicos del acuario del Museo do Mar. Cada viernes de agosto, los visitantes del museo tienen la oportunidad de asistir a la hora de la comida de estas y otras 26 especies submarinas, todas ellas propias del entorno gallego.

Miguel, acuarista del museo, se sumerge en el tanque de agua portando una bolsa de rejilla. Dentro está el festín de los peces, que no tardan en acercarse a la bolsa para robar un bocado de su contenido.

Fuera, varios niños con sus padres y demás curiosos contemplan el panorama, casi absortos. Solo se escucha el rugido del acuario funcionando y las voces de Diego González y su ayudante José, que explican a su público todo lo que ocurre en el interior de la enorme pecera.

Ellos mismos son los que cuentan curiosidades (relacionadas con la actividad) sobre la vida que habita en el fondo marino. Por ejemplo, hay ciertas especies a las que hay que darles de comer en la boca. Se trata de las rayas, los rodaballos, las langostas y las lubinas, a las que se suma la musola estrellada, que es el tiburón que surca las aguas gallegas. A ellos les dan pedazos de calamar, su alimento favorito. Con mucho cuidado y paciencia, el acuarista busca a cada uno de estos ejemplares por todo el tanque para llevarles el tentempié (merluza troceada) directamente a la boca, muy despacio para que no se espanten por la presencia humana.

Como es lógico, también es necesario el "servicio de comida a domicilio" para las anémonas. A estas especies se les coloca cerca de los tentáculos pequeñas porciones de mejillón, que ellas mismas se encargan de atraer hacia su interior.

"¿Sabéis por qué no hay pulpos?", dice Diego a los asistentes, que no saben muy bien cuál es la respuesta. No se hace esperar demasiado y razona que se debe a que es una especie muy voraz. Muy interesado por la falta de pulpos, un niño pregunta qué es la voracidad. "Pues que medio acuario estaría vacío", contesta Diego. La agresividad de los pulpos es tal que incluso pueden llegar a atacar a los tiburones, la especie marina más temida.

Desde fuera, Herme observa lo que ocurre en el interior de la pecera. Él también es acuarista, y alterna las inmersiones con Miguel. Sin embargo, no puede irse de la sala por si hubiera algún contratiempo y fuera necesario un pequeño rescate. "Me refiero a problemas como que la botella de oxígeno se quede sin aire o se enrede el cable", argumenta el experto.

Y así son las mañanas de los viernes en el museo. Según aseguran, el aforo suele cubrirse, llegando a haber 28 personas de un máximo de 30.