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Dos décadas sin que nazcan en el Chuvi niños con VIH de madres infectadas

► El Chuvi lleva desde 1997 sin que nazca ninguno con el virus y van más de cien ► Empiezan a tener hijos las primeras contagiadas por vía maternoinfantil

El doctor Ocampo, con las enfermeras Pazos y Labajo, con la paciente anónima, tras la mampara. // M. G. Brea

Mucho han cambiado las cosas desde que, en 1981, se detectó el primer caso de sida en España. Gracias al acceso a los tratamientos antirretrovirales, ha pasado de ser una infección mortal -y de las que más vidas se han cobrado en la época moderna- a una crónica, con una esperanza de vida que cada vez se acerca más a la de la población en general. Los nuevos medicamentos y el trabajo de los profesionales también les han permitido ser padres con un riesgo ínfimo de transmisión. Tal es así que en el Chuvi no nace un niño con el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) desde 1997 y, en estos 21 años, van más de cien de estos partos.

"Si de algo estoy orgulloso, es de esto", destaca el doctor Antonio Ocampo, presidente de la Sociedad Gallega Interdisciplinaria de Sida y médico de la Unidad de VIH del Chuvi. Fue en el año 1994 cuando decidieron poner en marcha un programa para evitar la transmisión maternofilial. Fue a raíz de un trabajo -el estudio 76- que decía que con zidovudina, el primer antirretroviral, se podía reducir el riesgo al 25,5% al 8,3%. Se pusieron manos a la obra "con mucha emoción y mucho miedo" y, en tres años, lograron que en el complejo vigués los contagios durante el embarazo y el parto desaparecieran. Cuatro de aquellas primeras niñas que sí nacieron con el virus, que vivieron la discriminación escolar por el estigma que aún persigue a quien lo porta y que entraron en la mayoría de edad con la llegada de las mejoras en los fármacos, hoy han sido madres de niños sin VIH.

Este programa funciona gracias al trabajo en equipo. El control de la gestación se realiza en estrecha colaboración entre la Unidad de VIH -con los doctores Ocampo, Celia Miralles y Luis Morano, así como las enfermeras Silvia Rodríguez, Laura Labajo y Carmen Pazos- y la consulta de alto riesgo obstétrico, con el apoyo de los laboratorios de Microbiología y Serología. También se requiere la implicación de Pediatría, para el seguimiento del recién nacido.

Empezaron intentando que los embarazos que les llegaban concluyeran sin transmisión del virus al bebé. Evolucionaron, poco a poco, con nuevos fármacos y herramientas para determinar la cantidad de partículas virales en los fluidos de los progenitores. Una vez obtenidos estos buenos resultados, hace ocho años, dieron una paso más: planificarlos con aquellos pacientes que están estabilizados, tanto en su carga viral como en su vida. Con datos en la mano, les ayudan a vencer sus principales miedos: que al hijo le vaya a pasar algo y que vayan a exponer a su pareja.

Esos eran los que también tenía, llamémosle, Ana. No quiere decir su nombre real por el estigma que todavía pende sobre esta enfermedad. "La gente piensa que si lo tienes has estado relacionada con las drogas y que me metan en el saco, me fastidia", explica. Ella se contagió "por ingenua", por relaciones sexuales con una persona que no sabía que portaba VIH y Hepatitis C. La posibilidad de tener esta última hizo que, cuando le dieron el diagnóstico positivo solo de la primera, fuera más llevadero.

De ese "rechazo social" que ha sufrido en alguna ocasión, no encontró ni rastro en su actual pareja. De hecho, fue todo lo contrario. Nerviosa, dio "mil vueltas" para contárselo. Tenía miedo de que saliera corriendo, pero él le respondió. "Vale, ¿y?". Ella se quedó sin palabras.

Aunque el cuerpo de Ana es "muy fuerte" y su carga viral se mantenía bajo control, decidió empezar a medicarse con antirretrovirales cuando inició esta relación para evitar cualquier posibilidad de transmisión. Hay que subrayar que en más del 90% de los tratados la carga viral se reduce hasta niveles indetectables por los test y está comprobado que así no transmiten la infección. Ni teniendo relaciones sin protección. No contagian.

Pero una cosa son los datos objetivos y otra los miedos, irracionales. Ana le comentó a su pareja sus deseos de ser madre. Él aceptó, pero con una condición: que fuera por el método natural. A pesar de que los médicos le insistían en que no había riesgos de contagio para él, Ana seguía recelosa y quería que fuera por inseminación.

En el caso de que una mujer tenga carga viral detectable y la pareja no sea seropositiva, este eyacula en un preservativo y luego se inserta el semen en el útero con una jeringa. Si es indetectable, no hace falta. Solo se modifica su tratamiento y se siguen controles estrictos. Si es el hombre el portador de VIH, sucede lo mismo, si los test no detectan el virus; y se hace un lavado de semen, si sí aparece.

Ana y su pareja llegaron al acuerdo de que un mes probaban de una manera y otro, de la otra. El embarazo llegó por el método natural y la alegría fue "enorme". Tras ella, llegó el segundo miedo. Más bien, "pánico". "Aunque no paran de decirte que todo va a ir bien y sabes que los datos dicen que va a ir bien, no puedes evitar tener miedo", recuerda y explica: "Ese 1% de posibilidades de que pase algo malo se hace enorme, piensas que te va a suceder a ti". "No quería que mi bebé pasara por lo que pasé yo", añade.

Destaca el apoyo que siempre recibió en la Unidad de VIH. Las frecuentes visitas para el control de su estado, en las que bastaba con diez minutos para estas pruebas, se llegaban a prolongar una hora. Las enfermeras cuentan que las usan para insistir en la adherencia al tratamiento -algo que con Ana no era necesario- y transmitir seguridad a la paciente.

En el momento del parto reciben una profilaxis por vía intravenosa y, si ha cumplido con el tratamiento, mantiene su carga viral indetectable y la gestación supera las 6 semanas, se puede hacer vía vaginal. Según un estudio de los cien casos que tuvieron entre el año 2000 y 2014, el 68% fue por cesárea, mucho mayor que la población general.

A los recién nacidos se les hacen pruebas hasta en tres ocasiones. La última, a los cuatro meses. Y no fue hasta que esa última también dio negativo cuando todos los temores de Ana cesaron. Ella lloró de emoción, con su pareja diciéndole por detrás: "¿Ves?".

Una de las penas que le quedan a Ana es no haber podido darle el pecho a su bebé, por la cantidad de anticuerpos que tiene la leche. El doctor Ocampo sospecha que esa será la siguiente conquista.

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