"Mi madre estaba terminal y era llegar ellas y revivía", recuerda Patricia Conde, que no concibe los seis últimos meses de la vida de Amparo sin el apoyo que su familia recibió de la médico y la enfermera de la unidad de cuidados paliativos a domicilio.

"No sabes cómo atenderla, si lo estás haciendo bien o mal... Y su apoyo fue incondicional, a cualquier hora las podía llamar y se personaban allí", relata. Destaca la "seguridad" que esa asistencia proporciona, sobre todo, cuando "siempre daban en el clavo" con sus consejos. Cuenta que, a veces, no hacen "nada físico", pero "solo que el enfermo las vea y cómo le hablan ya le dan tranquilidad".

"A nivel médico son muy buenas, pero a nivel humano son excepcionales", asegura. Tras verlas trabajar durante medio año, Patricia considera que la labor que desempeñan "es encomiable" y que "no todo el mundo está capacitado para desempeñarla". "Lo hacían con cariño, sin prisa y charlando", describe y añade: "A veces cura más una palabra o un gesto que una pastilla y ellas lo hacen". "Notas que no vienen por obligación", valora.

Para Patricia es una "suerte" que las familias puedan tener a los pacientes en casa en esta fase final y poder evitar la frialdad del hospital pero, duda mucho que volviera a pasar por el duro trance del fallecimiento del familiar si no contara con su respaldo. "No les doy un diez, sino un veinte", subraya.

Patricia destaca que también han recibido un "trato excelente" por parte de la médica de familia, pero entiende que los facultativos de los centros de salud no pueden ofrecer la misma atención que la unidad de paliativos a domicilio "con la cantidad de pacientes que tienen cada día".

Hace un llamamiento para que mantengan esta unidad y a estas experimentadas profesionales. "Es algo que podemos necesitar nosotros el día de mañana", advierte.