Las viguesas Rosa Román, de 86 años, y Vicenta Aldara, de 82, son dos de las caras visibles del medio centenar de usuarios que utilizan el servicio de acompañamiento de Amigos dos Maiores en la ciudad.

Ambas son viudas, viven solas en sus casas y coinciden en que la compañía de los voluntarios "les ha dado la vida".

"Desde que conocí a mi voluntaria me enamoró. Es mexicana, buena y educada, no es de mi familia pero como si lo fuera", asegura sonriente Román con su bastón entre las manos.

Su día a día se basa en dar largos paseos, tomar café y hablar durante horas de todo tipo de temas con la voluntaria que le acompaña. Una vida muy distinta a la que llevaba hace años cuando era más joven y trabajó varias décadas en una pastelería, un empleo que tuvo que abandonar para cuidar a su madre cuando enfermó.

Tiene varios nietos que viven en Barcelona y con los que no pierde el contacto, igual que tampoco pierde la alegría de vivir y el optimismo. "No vi este programa de acompañamiento nunca con desconfianza, acogí muy bien el servicio y estoy encantada. Me gustaría seguir muchos años con esto, pero no sé si serán muchos, porque estoy bien de salud pero nunca se sabe", comenta entre risas.

Los fines de semana los pasa sola porque la voluntaria la acompaña durante la semana, pero cada cierto tiempo en Amigos dos Maiores organizan quedadas para que todos los usuarios y voluntarios puedan pasar un rato agradable juntos y contarse sus experiencias. "A veces se organizan fiestas en las que bailamos un poco y hasta tomamos algún que otro piscolabis", afirma divertida mientras Vicenta se ríe cómplice a su lado.

Vicenta Aldara o Tita, como ella misma se presenta, al igual que Román no ha llevado una vida fácil. Empezó a trabajar a los ocho años en una fábrica de pescado y posteriormente en una de mejillón.

"Mis padres tenían un secadero de pescado y cuando llegaba el camión yo estaba cosiendo allí al lado y tenía que salir de la costura para ayudarles en la descarga. Trabajé duro durante más de veinte años y cuando lo dejé fue porque la fábrica desgraciadamente tuvo que cerrar", cuenta.

Además de su dura vida laboral, Tita pasó momentos personales muy dolorosos, ya que perdió a un hijo cuando solo tenía 37 años y su madre y tres hermanos murieron bastante jóvenes.

A pesar de todo, la sonrisa no falta en su cara, habla con soltura y viste muy acorde a la época estival, con un vestido de flores de distintos colores. Sobre el servicio de acompañamiento, ella reconoce que supuso un verdadero cambio en la vida diaria que llevaba en la ciudad.

"Estoy a gusto con los voluntarios, recomiendo mucho esto porque me da de todo, mucha tranquilidad y alegría", asegura. En su día a día a pesar de su edad no falta la actividad a todas horas, ya que ella misma reconoce que le gusta pasear y siempre tiene puesta la televisión "para enterarse de todo lo que pasa".

Antes de entrar a formar parte de Amigos dos Maiores, que conoció a través de una trabajadora social, llevaba viviendo sola 12 años en su casa de Teis.

Tiene familia y habla con cariño de un nieto "que trabaja de noche y duerme de día" y de una bisnieta que hizo su comunión hace unas semanas y a la que pudo asistir.

"Antes me manejaba yo sola y hacía lo que podía, al menos contaba con la ayuda de una chica que me venía a ayudar con las tareas del hogar tres veces a la semana, reconoce.

Es consciente de sus limitaciones, pero cuando habla desborda energía.

"A mí me gustaría hacer muchas cosas, pero por mi edad no puedo. Cuando era joven me encantaba salir a bailar con las amigas, y bueno con el novio también, que luego fue marido", explica con sentido del humor. Su acompañante, Ana Soengas, conoce de buena mano a Tita y admite que no solo anímicamente, sino que físicamente el voluntariado tambiénha ayudado a la anciana.

"Antes tenía miedo a salir de casa sola y desde que empezamos con el acompañamiento ella ya te espera en la puerta con el gorro puesto y todo preparado porque lo que más quiere es salir" explica mientras mira a Tita con ternura.