Empezó como una tendinitis en la mano, hace una década. De aquella, María de los Milagros Rivas no se podía imaginar que acabaría con un dolor en el brazo derecho tan intenso que no podría moverlo y que le impediría incluso dormir. Tampoco que sería la primera paciente en Vigo que contaría con un neuroestimulador de última generación -Intellus, desarrollado por Medtronic- conectado a su médula espinal para reducir el tormento. Se lo implantaron en la Unidad del dolor de Povisa, el cuarto hospital de España que ha accedido a esta tecnología.

María, que hoy tiene 39 años, trabajaba en una empresa de automoción y los movimientos repetitivos acabaron provocándole una tendinitis de Quervain. En la mutua, primero lo inmovilizaron la mano, luego se la infiltraron, pero no mejoraba con nada. Pasó entonces por quirófano, pero la situación solo empeoró. La mano derecha de esta diestra pasaba de ponerse negra, a sudar en exceso o a enfriarse como un témpano. Le diagnosticaron distrofia simpática refleja. "Mis nervios se descontrolaron", traduce. Hay días en que el dolor se le extiende a todo el brazo. Le dieron la incapacidad permanente. "No podía hacer nadal, necesitaba ayuda para todo, me fastidió la vida", recuerda. Ha tenido que aprender a valerse con la izquierda.. Cuenta que, desde que entró en la unidad del dolor de Povisa, con el doctor Jorge Sobrino, empezó a notar alguna mejoría. "Pero me dijo que ya llegaba muy tarde, que estaba muy avanzado", lamenta.

Para estos pacientes con dolor persistente y refractario, que no responde a otros tratamientos, y como último peldaño para tratar de aliviar la tortura en la que viven, existen unos dispositivos que se implantan en el paciente y se conectan mediante cables al nervio problemático o, directamente, a la médula espinal -a nivel cervical o lumbar-. Se trata de los neuroestimuladores, que producen unas descargas eléctricas para bloquear la señal de dolor e impedir que llegue al cerebro. Se usa con personas con dolor agudo de espalda o regional complejo, como tras amputaciones.

El hospital concertado los coloca desde finales de los años 90, pero con María ha dado un paso más al implantarle el más avanzado del mundo. En España, solo se colocaron antes en Valencia, Madrid y Santiago, en el estudio prelanzamiento del dispositivo. A los 15 días de estar en el mercado, el doctor Sobrino le colocó a María este aparato del tamaño de una moneda de 50 céntimos. A diferencia de los anteriores, es "mucho más pequeño", compatible con la realización de resonancias magnéticas y se recarga su batería sin tener que pasar por quirófano -los anteriores obligaban a hacerlo cada cuatro o cinco años-. "Cargo el mando que tiene para regular la intensidad en el enchufe, luego lo coloco en una riñonera y por proximidad carga la pila que tengo implantada", cuenta María. Este mando también le permite regular la intensidad de la estimulación eléctrica. El equipo médico, aproximando una tablet y mediante tecnología bluetooth, puede descargar información precisa sobre su funcionamiento, sobre el nivel de dolor, las horas de estimulación necesitadas o los movimientos del paciente.

Además, el nuevo dispositivo mejora la sensación que tiene el paciente con las descargas. María puede compararlo. Antes tuvo uno en el brazo y otro en la médula. "Con el anterior sentía como cuando tocas un enchufe y te da una descarga de corriente", recuerda. Con el de ahora "es más suave, como un hormigueo.