Dejar de sentarse en una terraza por el tipo de sillas que tiene. Viajar en avión con incomodidad y la vergüenza de pensar que molestas al pasajero de al lado. O renunciar a asistir a bodas y comuniones al no encontrar ropa de tu talla o calzado que se adapte a unos pies ensanchados. Estas son algunas de las desagradables situaciones en las que la obesidad mórbida puede poner a una persona. Pero, el mayor problema es que, debido a las patologías que desencadena o agrava, también acortará su vida. El deterioro que sufre en un año en una persona con obesidad mórbida y la evolución de enfermedades asociadas es como el de cinco en una persona en su peso. Por estadística, hay más de 55.000 gallegos con este problema. Cuando el ejercicio y las dietas no sirven para solucionarlo, queda una alternativa: pasar por quirófano.

¿Qué se considera obesidad mórbida? Cuando se supera un índice de masa corporal -IMC, resultado de dividir el peso entre la altura al cuadrado- de 40. Pero la cirugía bariátrica, también está indicada para combatir enfermedades asociadas -hipertensión, enfermedad cardiovascular, apnea, osteartritis, infertilidad...- en personas de entre 35 y 40 de IMC. O, incluso por debajo -desde 30 IMC-, en casos de jóvenes con un mal pronóstico, como una diabetes que pueda conducirlos a la ceguera, según explican, los cirujanos Isabel Otero Martínez e Ignacio Maruri Chimeno, que realizan estas operaciones tanto en el Chuvi, como en la clínica Vigolap.

Como Francisco Izquierdo, de 61 años. Con 106 kilos y 1,78 de altura, no sufría obesidad mórbida -33,5 IMC- cuando decidió operarse, hace casi dos años. Este empresario, ex comedor y bebedor social por culpa de sus compromisos laborales, padecía un sobrepeso en grado "moderado" que le resultaba "incómodo". "Sudaba y me sentía pesado", recuerda. Pero lo más preocupante era que le produjo diabetes, tensión alta e hígado graso y le puso las transaminasas "por las nubes".

"A los quince días de operarme, me hice un análisis y todo estaba volviendo a su sitio, a valores normales", destaca y enfatiza: "Empecé a ser otra persona". Pone como ejemplo los enfados con su mujer porque él no quería bailar. Sudaba, se "sentía ridículo" y su estado de ánimo tampoco era el mejor. Tras la operación, su esposa ha recuperado la pareja de baile.

El caso de Fernando Sanmartín, de 30 años, es el contrario. La obesidad no le había provocado ninguna patología, no le impedía realizar ninguna actividad física. Pero sí le afectaba cada día, desde que era pequeño. "Mi problema es la comida, expone y recuerda que ya tenía problemas de peso con tres años y que "a los seis parecía que tenía doce". Y el sobrepeso le atacaba a la autoestima. "Me enfadaba con mi madre porque hablaba alto en la calle, pero lo que de verdad me preocupaba es que por eso se girara la gente y me miraran", recuerda.

Fernando ha estado a dieta toda su vida. "Siempre limitándote al comer, adelgazaba, engordaba, y entonces me desmoralizaba y subía lo bajado, siempre entre 20 o 30 kilos arriba y abajo", relata. Llegó a pesar 150 kilos, que logró bajar a 104, pero "rebotó" hasta 141. Fue hace dos años, momento en el que decidió poner fin a esa montaña rusa y apostó por la cirugía. "Prefiero tener un coche viejo e invertirlo en esto, lo volvería a hacer", subraya. Ahora pesa 84 kilos y a alguno le ha costado reconocerlo por la calle. Ha pasado a una talla 40 y ahora encuentra "de todo" en la tienda. Con su antigua 58 "no te gusta la ropa y pagas el doble". "Ahora me visto con lo que me gusta y, antes, con lo que había", señala.

Los problemas de armario son una constante entre las personas con obesidad. Para Pilar López, de 62 años, su "ilusión" tras la operación era ir a comprar ropa conforme iba bajando peso. Pasó de 133 a 73 kilos y considera que la cirugía fue una de las mejores decisiones de su vida. Pilar empezó a tener problemas con la comida después de que falleciera uno de sus hijos. Por los nervios, comenzó a comer compulsivamente. "Llegaba del despacho y no paraba", recuerda. Esta mujer, que se reconoce "muy coqueta", perdió su autoestima, se "tapaba e iba siempre de negro". Confiesa que llegó a un punto en el que le daba "vergüenza" salir por ahí con su marido. El detonante para someterse a la cirugía fue darse cuenta de que había arrastrado con ella a su hija, Débora. Con 34 años, alcanzó los 128 kilos, que le acarreaban importantes problemas de espalda. "Te sientes culpable como madre", explica. Cuenta que su hija tenía "mucho miedo" a pasar por quirófano, por lo que Pilar decidió hacerlo ella antes y demostrarle que no había nada que temer. "Al mes, ella también estaba operada", se congratula y lo recomienda.

También Paz Ante de Lis, de 66 años, sirve de ejemplo para su hijo, Ignacio Padín Ante, de 45, para la reducción de estómago a la que se va a someter dentro de poco. Ella cuenta que ha estado "siempre rellenita y siempre a régimen". "Toda la vida". "Bajando en momentos puntuales, pero subiendo paulatinamente, día a día", describe. Su perdición son los dulces. "Buscaba dónde hacían los más ricos y exquisitos, como si me tenía que ir a Oviedo, que hay una repostería excelente", recuerda. Pero la situación se complicó a los 63 años. Se prejubiló y al dejar de moverse de un lado a otro como comercial y de pegarse "madrugones", la "báscula empezó a dispararse". "No era capaz de controlarlo", lamenta. El tope fueron los 140 kilos que alcanzó un año después.

"No podía calzarme ni vestirme, tenía dificultades para ducharme, no podía coger a los nietos y mi vida estaba reduciéndose a ir de la cama al sofá y del sofá a la cama, siempre con la ansiedad de la comida", detalla. A Paz, "bastante fuerte mentalmente", la apariencia no le afectaba demasiado, pero sí sufría "bajones" cuando se veía incapaz de hacer algo. Señala que "te recluye más "y te deprimes".

Fue a la consulta a pedir ayuda. Le redujeron el estómago hace dos años y medio y en solo seis meses estaba haciendo "vida normal". Llegó a bajar 60 kilos, hasta los 80. Volvió a ponerse ropa que utilizaba de soltera. Encontrar zapatos de su medida sin tener que recurrir a los ortopédicos, "fue la mayor satisfacción". Ha recuperado su actividad. "Ahora tengo una huerta preciosa, cavo y sacho lo que haga falta, cuido de mis gallinas, corto la hierba y tengo un jardín cada día más bonito", presume y añade: "Antes era impensable". Después de la operación, a Paz le diagnosticaron un cáncer de ovario que le trataron con quimioterapia. Está convencida de que la superó gracias a la salud que recuperó al perder todos esos kilos. "Si llego a estar en 140, no sé qué hubiera sido de mí", plantea.

Ahora está preocupada por uno de sus tres hijos, Ignacio Padín, de 45 años, cuya báscula alcanzó la marca más alta, hace un mes, con 182 kilos. Él cuenta que siempre fue "un niño tirando a grande" al que le "salvaba el ejercicio que hacía". Cuando lo dejó, llegaron los grandes problemas. Siente que tocó fondo cuando nació su hijo. Pesaba 145. "Con el bebé tenía que ponerme las pilas", indica. Y lo logró. Bajó 50 kilos. "El problema es que, en cuanto dejas la dieta, vuelves a coger todos esos kilos", sostiene. Así que optó por la reducción de estómago. Su mayor subida fue desde que lo metieron en la lista de espera, un año y medio en el que se confió y ganó 40 kilos.

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Así es mi vida con 175 kilos

Así es mi vida con 175 kilos

Una de las cosas que peor lleva es dormir por las noches. "No descanso, tengo problemas de respiración", explica. También le cuesta caminar. "Tuve que llevar a mi hija desde la calle Venezuela al médico en Calle Cuba y llegué reventado, sudando como un pollo, con dolor de espalda, me tira que no aguanto", describe. Echa de menos hacer deporte -la última vez fue un partido de pádel, hace dos años- y le da pena no hacerlo con sus hijos. También tuvo que dejar que se subieran solos a las atracciones en un reciente viaje a un parque. La ropa es un gran problema. Viste siempre con ropa de deporte comprada por internet, porque es la única que le sirve. Aunque calza un 44.5, tiene que usar un 46 por lo hinchados que tiene los pies. Aún así, no encuentra hormas que se le adapten y solo tiene un par de tenis. "El día que se rompan a ver cómo hago", teme. Tira de chanclas, pero sus pies se resienten. "Si tengo un evento, pues no voy, directamente". Es lo que hará con la comunión de sus sobrinos. "Ya no voy a aparecer por la iglesia, ¿cómo voy a ir con esta pinta?".

Ignacio espera que le operen antes de que acabe el año. La semana pasada le pusieron un balón gástrico para que adelgace lo máximo posible antes de la operación. Y es que, cuanto más peso en la mesa de operaciones, más riesgo. Así también se soluciona otra circunstancia que complica la labor de los cirujanos, el hígado graso. Esta esfera de silicona blanda se puede colocar seis meses o un año y, cuando se quita, está demostrado que si no va seguido de una cirugía en un breve plazo de tiempo, se vuelve a recuperar el peso.

A Áurea Vidal la operan el próximo mes y se prepara con una dieta a base de sobres, tras quitarle el balón gástrico. Se lo pusieron cuando llegó a su máximo: 147 kilos. Para una altura de 1,61 metros, supone una superobesidad (56,7 IMC). Con el balón bajó 30 y ya dejó de ser hipertensa. Aspira a consolidar la mejora con la cirugía y reducir otros 25.

Para Áurea, de 55 años, el hecho que disparó sus problemas con la comida fue la muerte de su padre, hace 9 años. "La pena la resolvía con la nevera", relata y señala que siempre dejaba la dieta "para mañana". "La obesidad te merma calidad de vida y movilidad", destaca. Ella tiene "las rodillas muy tocadas" y tiene que dormir con una mascarilla para la apnea. Auxiliar en el hospital, espera que tras la cirugía pueda hacer su trabajo sin acabar agotada, como le sucede ahora.

Para Francisco, esta cirugía es "milagrosa". Pero, en verdad, si no hay concienciación del paciente, el prodigio se esfuma. "De cada cuatro cirugías, tres van bien", señala el doctor Ignacio Maruri Chimeno. ¿Qué sucede en el cuarto caso? "Hay una pequeña parte que no va bien y no se sabe por qué, puede ser que influyan las hormonas", explica la doctora Isabel Otero. Sin embargo, el motivo principal es que el paciente no se implique lo suficiente y haga "trampas" con las indicaciones de alimentación que les dan los médicos. Puedes comer de todo, pero "tienes que masticar mucho y despacio y no meter más que la capacidad que tienes", según explica Fernando. Paz cuenta que tras la operación se siente saciedad enseguida y se come "poquísimo" en comparación.

Se trata de una operación cara debido a la importante cantidad de recursos que consume. Pero también es rentable para el Sistema Nacional de Salud por los gastos que le ahorra en el tratamiento de las patologías que, a raíz del sobrepeso, padecen estos pacientes, además de las bajas laborales que provoca o los embarazos que impide.