En cuestiones de integración, los niños dan lecciones a los mayores. Las aulas de varios centros educativos de la ciudad son un perfecto ejemplo de interculturalidad, donde las nacionalidades no solo conviven, sino que se relacionan desde la igualdad y el respeto. Entre otras cosas, porque "ellos no son conscientes de esas diferencias, ni de razas ni de colores". Así lo subraya Magda Miguéns, directora de uno de los colegios más multiculturales de la ciudad, el CEIP Ramón y Cajal, "Picacho".

Un mapa del mundo da la bienvenida al centro. "No hay nada que nos represente mejor, es nuestra riqueza", destacan. De los 15 alumnos de la clase de la jefa de estudios, Chus Mouriño, solo 4 nacieron en España. Han llegado a tener una veintena de nacionalidades.

Y cuando el idioma falla, "una sonrisa le llega a cualquiera". Recuerdan a uno palestino, que no sabía hablar castellano y el primer día ya se hizo con la atención de todos en el patio explicando un juego con señas.

Quieren desterrar la idea de que estos casos retrasan el aprendizaje del resto. "Los demás siguen su ritmo", defienden. Sí reclaman un profesor de Pedagogía Terapéutica y otro de Logopedia a tiempo completo

"Los niños no pueden tener una experiencia mejor", defiende la presidenta del ANPA, Vanessa Oria, que destaca que no solo aprenden idiomas y culturas, sino que también son más conscientes de las realidades, a veces más duras, que viven en otros países. Integran a las familias en la asociación con un trato cercano y precios asequibles en las actividades.