"El Despacito suena pero porque lo piden, si no no sonaría", se justifica Itos Domínguez, al respecto de la infatigable canción del verano de Luis Fonsi y Daddy Yankee. No desdeña la música comercial, pero en su bar se prima la diversión, con temas "desde la Jurado hasta Shakira pasando por Boney M, Rocío Dúrcal o Rafael". Música "que no oyes en ningún sitio" , temas desde los sesenta hasta la actualidad para que la gente "no pare de bailar".

Hace dos años, el Plaff acometió su tercera transformación y con los PetardPop al frente del "pinchadiscos" y proyectando videoclips en pantalla grande vive uno de sus mejores momentos, con lleno todos los fines de semana y convertido en, una vez más, local de moda.

No es la primera vez que el Plaff es referente y tiempo para ello ha tenido ya que este fin de semana se cumplen "25 años felices" desde su inauguración, en la víspera de San Juan de 1992. La fiesta por las bodas del plata tendrá que esperar hasta septiembre, ya que Itos prefiere dejar pasar el verano para conmemorar una historia a la que todavía le quedan muchos capítulos por escribir y por vivir.

Y todo ello pese a que ella asegura que nunca se había planteado trabajar en hostelería y mucho menos montar un negocio propio. Tuvo varios empleos y fue también masajista, aunque tras un accidente en la mano no pudo volver a ejercer esa profesión. Fue entonces cuando por casualidad se encontró en una subasta de mobiliario del antiguo hotel Universal y sin saber muy bien cómo ni "qué pintaba allí" compró la barra del comedor central, de roble y mármol de carrara. "La gente que iba conmigo me preguntó que para qué quería yo esa barra y les dije que la cogía porque estaba muy bien de precio y era una pasada y que quién sabe qué podía pasar en el futuro", recuerda la empresaria.

Tras la compra, de inmediato le asaltaron las dudas ya que no tenía un lugar en el que guardar aquella enorme pieza que formaba parte de la historia del Universal. "Iba con una amiga que tenía una empresa de aire acondicionado en el Calvario y como se podía dividir en cuatro módulos se fue para allí".

La barra estuvo guardada en un bajo más de un año hasta que Itos se dijo que "con esa barra tan bonita voy a tener que montar un bar porque si no a ver qué hago yo con ella". Sus amigos, añade, la animaron a montar un bar en el que se primasen las actividades culturales y al que pudiesen ir las mujeres.

El Casco Vello, donde residía, fue su primera y única opción pese a que por aquel entonces estaba en un profundo declive. "¡Madre mía, cómo estaba!", exclama Itos al echar la vista atrás. Drogas, prostitución, viviendas en ruinas, tráfico... "Daba miedo porque se caída todo, la gente había comenzado a marcharse y a abandonarlo todo", rememora. Pese a todo, cuando se encontró con que la Casa Texo, en el número 8 de la calle Oliva, se traspasaba, llamó a una decoradora y fueron a ver las posibilidades que ofrecía la taberna.

Su amiga, Marta Villar, "se puso a hacer catas delante de los viejiños" y de inmediato se dio cuenta de lo que se escondía tras la suciedad y las paredes. "Me dijo que era una maravilla, que ofrecía todas las posibilidades que quisiera y aunque la zona me echaba para atrás me animé porque como conocía a mucha gente que iban a venir igual al bar, no al barrio. Y eso fue lo que pasó desde el primer día", cuenta.

No todo fue fácil antes de la inauguración ya que el presupuesto "se disparó" al tener que descubrir toda la piedra, los arcos o reforzar el suelo. Las ideas de su amiga decoradora, además, eran "muy de vanguardia" y a Itos no le acababa de convencer que cada pared fuese de un color y que cada silla fuese diferente. "Ahora se ven muchos bares así, pero cuando lo hicimos nosotros era muy, muy diferente al resto, y yo protestaba un poco, así que me prohibieron bajar hasta la inauguración", indica. Pero al final lo hizo unos días antes: "Me quedé alucinada: estaba precioso".

A partir de ahí comenzó otra lucha, contra la degradación del barrio. Afirma que incluso daban dinero a las prostitutas para que se alejasen de la entrada. "Era el declive del barrio y el bar fue increíble desde el principio, pero la gente solo venía allí, también al Mosquito y poco más, luego se marchaban", dice. El éxito del Plaff animó a que cinco años después se montase la asociación de comerciantes y fueron ellos, Itos y sus amigos del barrio, los que convencieron a gente conocida a abrir bares y a implicarse en el Casco Vello. "Para apostar de aquella por el barrio tenías que ser muy valiente", admite.

Pelea constante

Desde la asociación se luchó "hasta por los registros del agua, para que renovasen el suelo, contra el tráfico, para que se cambiase la iluminación. Fue una pelea constante que dio sus frutos a partir de que se montó la oficina de rehabilitación y las administraciones comenzaron a implicarse". Entre tanto, en el interior del Plaff continuaron gestándose iniciativas como Legais (el colectivo de Lesbianas e Gais de Vigo), el Cine Club Lumière o las charlas del Comité Antisida. De forma paralela a la acción social, el local acogía conciertos, teatro, actividades de todo tipo, algo que se continúa haciendo.

La segunda gran transformación llegó con la insonorización, hace una década. "Fue cuando abrimos la segunda puerta y la gente respondió bien, aunque hubo vacas flacas con la crisis", remarca. También fue cuando empezaron a llegar los resultados de la rehabilitación de las calles y las viviendas, "con colas" de comerciantes que querían abrir en el barrio.

Al echar la vista atrás Itos se emociona al pensar en la transformación del Casco Vello y lo que queda por llegar con la Panificadora, la Universidad en el Berbés, el Barrio del Cura o la peatonalización de la Porta do Sol. "Yo no nací aquí, pero lo vi nacer y lo vi renacer, vi lo que era y lo que es. Esto es un sueño", concluye.