Aunque nunca lo hubiese sido oficialmente ni siquiera tuviese una fisonomía apropiada, es decir una regularidad geométrica -ni circular ni cuadrada ni rectangular- para otorgarle ese rol, lo cierto es que Porta do Sol se ha convertido desde hace décadas en el gran espacio de encuentro de los ciudadanos. Los vigueses acuden a este espacio para disfrutar, para reivindicarse o incluso para venerar. Y eso pese a que es un ámbito atravesado por una avenida que cercena la función de lugar de comunión. Hasta ahora.

La humanización de este entorno ha enfatizado ese papel de encuentro. Las restricciones al tránsito de vehículos, la reducción de la velocidad, los grandes pasos de cebra luminosos han potenciado la idea entre los vigueses de que en ese espacio ellos son los verdaderos protagonistas, es su particular ágora en el que expresarse, divertirse o incluso orar.

Porta do Sol es el escenario ideal para acoger acontecimientos lúdicos multitudinarios como la recreación de la Reconquista, la Cabalgata de Reyes, el desfile del Entroido o últimamente conciertos. Pero también es el ámbito predilecto para que los ciudadanos aireen sus demandas o exigencias. De ahí que los primeros de mayo los sindicatos apuesten por congregarse en él. O que haya acogido protestas masivas como contra la fusión de las cajas o de defensa de Peinador frente a la discriminación de la Xunta. Pero la riqueza, la diversidad y la transversalidad de la ciudad permite que Porta do Sol sea elegida como colofón a la procesión de la Borriquita.

Por ello, sin haber sido nunca una plaza totalmenta abierta, Porta do Sol está en el corazón de Vigo. Es en realidad su corazón.