El derecho a la intimidad y el respeto al dolor de víctimas y familiares se incumplen a diario con fotografías que no aportan ninguna información ni pueden justificarse en aras de la concienciación social. Esperanza Pouso Torres, licenciada en Periodismo por la Complutense y doctora en Comunicación por la Universidad de Vigo, constata en su tesis que el incumplimiento de las leyes y códigos deontológicos es "una práctica mantenida en el tiempo" desde 1991 hasta la actualidad.

La investigación, dirigida por Mercedes Román, aborda el uso de la fotografía de tragedias por parte de cuatro cabeceras generalistas -El Mundo, El País, ABC y La Vanguardia- para informar sobre el triple atentado de ETA en Madrid en el que resultó gravemente herida Irene Villa (1991), la muerte natural del comisario Jesús García mientras declaraba como testigo en la Audiencia Nacional (2000), el linchamiento popular de Gadafi (2011) y el accidente del tren Alvia en Santiago (2013).

"Se han elegido estos sucesos para ofrecer una visión general del problema desde distintas perspectivas, en lo que a espacio temporal, temas y protagonistas se refiere", explica Pouso, que comenzó a investigar sobre este asunto durante su último año de carrera en una asignatura de ética y deontología de la información.

Su análisis demuestra que los cuatro periódicos vulneraron las principales leyes que recoge el ordenamiento jurídico español sobre el derecho a la intimidad, así como algunos textos internacionales. Las imágenes publicadas sobre los sucesos tampoco respetan los manuales de estilo de las propias cabeceras y "quebrantan" los códigos deontológicos de los colegios de periodistas, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España y el Sindicato de Periodistas de Madrid.

"La vulneración del derecho a la intimidad se produce independientemente del tipo de suceso, su causa, los protagonistas, las circunstancias que lo rodean, el número de implicados o su grado de popularidad y de sus consecuencias", expone la autora.

Los límites entre el derecho a la intimidad y el de ser informados han generado polémica desde los inicios del periodismo, reconoce Pouso, pero su estudio refleja que en los casos analizados "no existe ponderación entre ambos".

De hecho, una de las conclusiones de la investigación es que las imágenes que ilustran las cuatro tragedias "son sensacionalistas y no aportan información adicional a las noticias". "Sopesan más los intereses que el bien común, de ahí que en la mayoría de casos su aportación informativa sea nula", sostiene.

La experta también rechaza la justificación de difundir estas instantáneas en aras de la sensibilización social: "En el caso de determinadas imágenes excesivamente sobrecogedoras se puede darse el efecto inverso al deseado, es decir, que el impacto sea tan violento, desagradable o de mal gusto que el receptor o bien abandone la información o bien quede psicológicamente bloqueado, de modo que no le permita la reflexión".

Advierte además de otros efectos "igualmente nocivos": la "insensibilización y trivialización" ante imágenes que se exponen repetidamente. "Entramos en un círculo en el que cada vez hay que difundir fotografías de mayor dureza para poder llegar a la sensibilidad del público", advierte.

La investigación de Pouso también permite comprobar los efectos de la irrupción de las nuevas tecnologías: "Hoy en día es habitual ver en los medios de comunicación vídeos de YouTube o fotografías de Twitter y Facebook. Así, mientras que en la noticia del atentado de ETA se observan imágenes de la niña Irene Villa que se entiende fueron cedidas por la familia, en la noticia de Angrois se ofrecen imágenes de los pasajeros fallecidos obtenidas en Facebook".

¿Es imposible entonces garantizar el derecho a la intimidad en nuestros días? Frente a las nuevas tecnologías, Pouso reclama una discusión sobre factores como la ética, la verdad, la realidad y la conciencia individual o colectiva.

"Los medios reclaman nuevos valores que respondan a la masificación de la información y a los riesgos que representa. Las antiguas recetas ya no son válidas. Si un ciudadano y un fotógrafo presencian un accidente, el anónimo hará una foto, probablemente impactante, y la subirá a las redes. El profesional debe pararse, reflexionar y disparar, siempre marcando la diferencia. Estamos ante un nuevo reto del fotoperiodismo. Nada es imposible", confía.