La del personaje que encarnaba Jack Nicholson en "Alguien voló sobre el nido del cuco", sometido a una descarga eléctrica sin anestesia como castigo a un mal comportamiento, es la idea que se ha fijado en el imaginario colectivo sobre el electroshock. Pocos saben que este tratamiento, hoy denominado terapia electroconvulsiva (TEC), se emplea en el Complejo Hospitalario Universitario de Vigo para combatir la depresión severa o casos de suicidas compulsivos, cuando no se puede usar medicación o esta no ha resultado efectiva. De hecho, en la actualidad, atraviesa un proceso de dignificación y su uso va en aumento. En estos momentos, el equipo de Psiquiatría y Anestesia que lo lleva a cabo en el Meixoeiro tiene a 24 pacientes en activo, que recibirán una media de 9 a 13 sesiones. El año pasado, dieron un promedio de 70 al mes y es uno de los complejos gallegos donde más se usa.

En el complejo vigués garantizan tanto su seguridad como su efectividad. Explican que provoca la despolarización masiva de las neuronas, cambios en la neurotransmisión, que lleva a la mejoría y lo comparan con los psicofármacos que hacen algo parecido modificando la serotonina. Para demostrar su seguridad, señalan que es lo que se prescribe a las embarazadas con esta patología, porque no afecta al feto, a diferencia de la medicación. Beneficia al paciente con "cambios en el estado anímico" y "también con una mayor permeabilidad en la barrera encefálica para que lleguen los medicamentos al cerebro y hagan efecto". "Salva vidas, evita suicidios", enfatizan.

El tratamiento de pacientes psiquiátricos con convulsiones viene de muy atrás. Hablan de que ya se usaba desde el siglo XVI y para provocarlas se han utilizado diferentes sustancias y bacterias. En los años 30 del siglo pasado, se extendió por todo el mundo el uso de la droga metrazol con este fin. Pero era caro. Entonces, al neurólogo Ugo Cerletti, visitando un matadero en el que los carniceros usaban la corriente eléctrica para paralizar a los cerdos, se le ocurrió usar lo mismo con los humanos para provocar esas crisis. Sin anestesiar a los pacientes hasta los años 50, el electroshock era un brutal tratamiento del paciente que se usaba de forma indiscriminada para todos los trastornos y que se granjeó una pésima reputación. Uno de los episodios que más daño le hicieron fue la investigación para la CIA del, por entonces, presidente de la Asociación Psiquiátrica Mundial, Ewen Cameron, que proponía el uso de la TEC para el control mental y usó a miles de pacientes como conejillos de indias.

Así, con esta mala fama y cuando en los años 60 aparecieron los psicofármacos, los profesionales empezaron a abandonarlo. En Galicia, con la reforma sanitaria de los años 70, prácticamente se extinguió esta terapia entendida como punitiva, al igual que se eliminaban las medidas de contención en los psiquiátricos.

Los hospitales públicos vigueses lo recuperaron hace poco más de una década pero con casos puntuales. Su uso ha ido en aumento en los últimos años y, desde octubre, se ha protocolizado esta atención. Si desde que un psiquiatra indicaba esta terapia, se tardaba hasta dos meses en aplicársela, ahora se ha creado un circuito rápido para resolver las pruebas y consultas necesarias con pocas visitas y en el plazo de una semana.

Uno de los factores que más están contribuyendo a la dignificación de esta terapia es la labor de las anestesistas. Buscan el equilibrio entre poner la anestesia suficiente para que el paciente no sufra y que no sea tan alta como para evitar la convulsión. También son las encargadas de vigilar su recuperación.

La pérdida de memoria es su efecto secundario más controvertido. En el Chuvi explican que los pacientes se olvidan de cosas recientes en la fase inicial, cuando las sesiones son más frecuentes. Pero aseguran que la van recuperando cuando se espacian y señala que son excepcionales los casos en los que la amnesia es permanente. "Lo condiciona la edad del paciente y la gravedad de la depresión", añaden.

Este tratamiento sigue siendo controvertido, incluso entre los psiquiatras. Mientras los veteranos son los más reacios, los jóvenes entienden que "es una terapia como otra cualquiera y que funciona". Por ello, en Vigo auguran que se seguirá expandiendo.