La costa sur de Pontevedra, entre la desembocadura del Miño y la entrada de la ría de Vigo, es corta y peligrosa, llena de bajos que apenas afloran del agua, con pocos lugares donde poder resguardarse de los vendavales. Los temporales del sudoeste son los más naufragios han ocasionado. En todo este trayecto solamente se puede buscar refugio con garantía en Santa María de Oia; en el resto de la costa existen pequeñas ensenadas protegidas de unos u otros vientos, denominados portos por los lugareños, que ofrecen abrigo a las embarcaciones.

En Pedornes existe la representación, grabada en una roca, de un navío primitivo, petroglifo de Auga dos Cedros, probablemente de origen mediterráneo, que indica una navegación por estas aguas en épocas anteriores a los romanos. Con la conquista por estos de los territorios galaicos, la costa fue ocupada por asentamientos romanos, las conocidas como villae, desde las que se efectuaba la explotación ganadera y minera del territorio, conociéndose la existencia de varias minas en los montes que separan esta costa de los valles de O Rosal y Tomiño.

En torno al monasterio de Oia constan en los documentos antiguos varias acciones de combates entre las baterías de dicho cenobio, que llegó a tener hasta siete cañones, y navíos piratas. Durante el siglo XVII están recogidos en los Tumbos del monasterio más de media docena de hundimientos realizados por los monjes artilleros, mayoritariamente embarcaciones berberiscas, musulmanes provenientes del norte de África y de la zona sudoeste de la Península Ibérica, que se dedicaban a asolar las costas cristianas cogiendo mujeres, hombres y niños que luego vendían como esclavos o liberaban cuando les era pagado un rescate.

En la Catalogación de Yacimientos Arqueológicos Submarinos realizada por el Grupo de Arqueología Alfredo García Alén en los años noventa y publicada por uno de nosotros en el 2002, se recoge la existencia de restos de estos combates gracias a la colaboración de los buceadores y los pescadores submarinos. Así se pueden ubicar cañones en la entrada de la ensenada, en los alrededores de la Redonda, y en una entrada más al norte.

En el primero de los lugares indicaron la presencia de, al menos, tres, que podrían corresponder al correo inglés Prince Federico, refugiado en la ensenada al ser perseguido por la fragata francesa de 64 cañones Aigle. El 31 de marzo de 1761 la embarcación inglesa se acoge bajo la protección de la batería del monasterio. Los franceses reclaman su presa argumentando que ya se había rendido por lo que no tiene validez la protección. Los ingleses demoran su salida, los franceses se cansan de esperar y entonces el mar arroja el barco contra las rocas. La tripulación se salva, el barco se vacía de todo lo que tenga valor. Su capitán William Campeland regaló dos cañones al monasterio, una campana que se puso en la torre y un bote, enviando el resto de lo rescatado a Portugal.

En la segunda se contabilizan cuatro cañones, un falconete y una ancla. La primera noticia de la existencia en este lugar de los restos data de cuando en el FARO DE VIGO del 29 de noviembre de 1980 el pescador submarino Juan Carlos Sotelo da a conocer que habían encontrado lo que parecían cuatro cañones que se relacionaban con la presencia de un galeón naufragado en la zona. Las piezas localizadas en las proximidades de La Redonda son cañones de 2.40 metros, que por sus dimensiones y características parecen ser de fabricación inglesa; el falconete es de hierro forjado.

El 10 de febrero de 1628 una nave portuguesa llamada San Pedro, proveniente de Pernambuco y con destino a Viana, zozobró en la costa frente al Vilar al venir escapando de unas naves berberiscas. Los monjes auxiliaron a la tripulación y salvaron muchos objetos personales y mercancías que se trasladaron a Portugal. Meses más tarde el abad hizo sacar parte de la artillería, unos cinco cañones, que instaló en la plaza de armas. Poco después sus propietarios portugueses de Viana, representados por Francisco Gómez Pinto, reclamaron estos que finalmente se llevaron pagando 1.200 reales portugueses por cuatro de ellos y regalando el otro.

En la tercera, una entrada entre las rocas se tiene referenciados tres cañones. Probablemente haya más restos en los tres puntos pero no se ha efectuado ninguna prospección que pueda proporcionarnos más datos, solo se han comprobado y confirmado las informaciones de la catalogación citada.

El hallazgo de Novalbos

Próximo a cabo Silleiro, otro pescador submarino, Pedro Novalbos, localizó varios falconetes de bronce que las autoridades del momento ordenaron extraer a Javier Luaces que fue ayudado a su vez por buceadores del Grupo García Alén y de Montañeros Celtas. Estas piezas son dos falconetes de bronce y algunas alcuzas que pertenecían a una de las galeazas (navío a vela y a remos) que en octubre de 1591 fueron arrastradas a la costa por un temporal. Estas naves de guerra, la Napolitana y la Zúñiga, eran de construcción italiana, tres palos y 50 bancos con seis remeros cada uno. Los falconetes, que en la actualidad se pueden ver en el Museo de Baiona, formaban parte de las 50 piezas de artillería de la Zúñiga: 30 cañones y 20 falconetes.

La justicia de Baiona estuvo días capturando por los montes los galeotes que se habían salvado. Meses después del naufragio, el Concello de Baiona, por orden real, se hizo cargo de los gastos del rescate de varios de ellos, entre ocho y diez, que fueron a parar al castillo de Monterreal para su defensa y a varios navíos que defendían las costas gallegas de los ingleses y de los corsarios.

Más al norte se sitúa cabo Silleiro. En tierra había una torre de vigilancia, que formaba parte de la red de Fachos que existían por toda la costa gallega para vigilar la llegada de navíos en previsión de que fueran piratas o enemigos. Esta atalaya fue testigo de más de un naufragio por esta época como consecuencia de la persecución que algunos barcos sufrían por los corsarios que solían utilizar las islas Cíes como base. A la entrada de la ría de Vigo estos solían desprenderse de sus presas, después de desvalijarlas, dejándolas libres para que se fueran a estrellar contra la costa. De ahí que no sea extraño que los pescadores submarinos que frecuentan la zona hayan encontrado restos de barcos antiguos. De estos hechos podemos citar el hallazgo de anclas líticas, de monedas (florines ingleses), piezas de bronce, goznes de timón de bronce, etc.

*Arqueólogo, miembro del Instituto de Estudios Vigueses / Historiador naval