José Antonio Donaire ya no es el hermano Donaire ni mucho menos el padre Donaire. Este hombre de mirada bondadosa ha perdido de forma fulminante los dos apelativos que le acompañaron durante más de 30 años. La expulsión decretada por el obispado de Tui-Vigo le devuelve a una realidad que no conocía desde que tenía 24 años, cuando se ordenó sacerdote. Hoy, con casi 79, vuelve a ser sólo José.

Ataviado con un hábito negro y una cruz grande y rojísima presidiendo su pecho, el gran hermano de la orden de los Hermanos Pobres ha sido durante décadas un personaje respetado por la sociedad, que apreciaba en él su entrega a los más necesitados. Un ejemplo casi perfecto de la solidaridad y la caridad.

Eso ya es pasado. Donaire se va repudiado y acusado de estafa. Aunque ya había tenido alguna visita a los juzgados por su particular gestión del dinero de las personas que tenía a su cargo, hasta ayer nadie dudaría de su integridad y honestidad.

"Tengo el mismo espíritu que hace treinta años y le doy gracias a Dios. Lo único que le pido es permanecer así todo el tiempo posible; lo más importante para mí es servir a los pobres y excluidos sociales", rogaba al cumplir 75 años. Ya fuera de la orden, su plegaria no se verá cumplida. Y es que no es lo mismo servir que servirse de los demás.