Rui Moreira, miembro de la burguesía de Oporto y acaudalado hombre de negocios, cimentó su sorprendente éxito electoral pateando la ciudad barrio a barrio. Allí escuchaba a los vecinos en una furgoneta Volkswagen de la época "hippie", y logró conectar con una amplia mayoría (se quedó a poco más de mil votos de la absoluta). Concurrió sin siglas y su lema electoral, "O nosso partido é o Porto", ya dejaba claro que su objetivo central es la defensa a ultranza de la ciudad. Por eso no sorprende que se haya embarcado en una guerra contra la TAP. Lo que ha dejado boquiabiertos a propios y extraños es su agresividad dialéctica, las amenazas de boicot y el desprecio a Vigo en un hombre culto, políglota y caracterizado hasta ahora por sus modales exquisitos. Un alcalde que, por cierto, visita las Rías Baixas con frecuencia (su hijo tiene un barco en Baiona) y expresaba en 2014 su deseo de potenciar las sinergias con Vigo y Peinador. El hiperlocalismo amable de Moreira, al margen de sus argumentos, ha derivado en un estilo ofensivo y poco elegante.